LOS LIBROS

Hoy es el Día del Libro. Pero yo, ya mayor, me voy perdiendo un poco entre los contornos de lo que es/era un libro. Un amigo muy querido me regaló, con la mejor de las intenciones y la mayor de las generosidades, una Tablet para que me aprovechase de la enorme economía del sistema ebook. Y ahí me encuentro. Y en esas estoy. Practicando. Y leyendo. Leyendo mucho, como siempre he hecho durante toda mi vida. Porque es mi vicio, mi placer solitario, o como decía, creo que Baudelaire, practicando el pecado del intelecto. Pero no deja de ser un pecado venial. Insípido, incoloro e insaboro, como el agua, que satisface pero no place… Para ser un pecado completo, redondo y rotundo, el libro tiene que tocarse, sobarse y saborearse, palparse, sentir su peso, la textura de su papel, el satinado de sus páginas, el contorno de sus hojas… Ha de experimentarse físicamente a la vez que intelectualmente. El pecado ha de gozarse en su integridad, el saber ha de sentirse total, ha de ser completo…

                Lo sé… Ya sé que del libro lo trascendente es el contenido, no el continente, que es la carta lo que importa, no el sobre. Es obvio. Pero la presentación del regalo siempre es agradable porque forma parte del mundo sensitivo del ser humano. De la parte sensual de la persona. Por eso mismo un libro es como esa misma persona. Lo importante reside dentro, no fuera. Es cierto, pero es donde nuestra parte física interpreta la sinfonía del tacto y del  contacto, de la cercanía, de lo atractivo de sus cubiertas, de su texto y de su contexto, junto al sentimiento (de sentir) un cuerpo igual de físico. Existe un valor real – interior – y otro integral – interior y exterior – del mensaje, que en definitiva es lo que define al libro.

                Y este paralelismo es lo que me trae el recuerdo de mi mocedad, en la librería familiar, donde venían personas que estaban “montando casa” y querían comprar libros por metros para cubrir la vacía estantería de un mueble. Existían entonces unos archivadores imitando logrados lomos y tapas que daban una apariencia digna. Se buscaba eso mismo: la apariencia, el disimulo, el que las visitas supusieran la cultura impostada del visitado por lo expuesto. Es como el viejo verde y millonario que se busca la compañía de una señora hembra para exhibirla, no para “leerla”… Pues así mismo con los libros. Lo que pasa es que ayer se montaba ese artificio porque se valoraba la cultura, se la estimaba, se la respetaba… Y hoy ya no es necesario guardar tales apariencias, porque a nadie le importa un bledo ser inculto. El que es burro exhibe su burrez sin ningún problema ni pudor. Como debe ser, por otro lado. Aunque, a veces, y me duele que así sea, aparente tener más valor la ignorancia y la incultura, al igual que antes se aparentaba lo contrario.

                Pero sea como fuere, los libros siguen pareciéndose, como digo, a lo seres humanos. Nos atraen y nos “acostamos” con ellos. Hacemos el amor o el desamor con ellos, como con las personas. Superficialmente o integralmente. O los tienes entre las manos hasta que se ajan y envejecen, y los guardas en tus estanterías sin haberlos leído, o habiéndolo hecho y no haberlos comprendido… O te enamoras de su mensaje interno, y los lees, y los relees, hasta que su contenido forma parte de tu propia vida, aunque el libro se vuelva viejo y áspero y quebradizo su papel. Así que el libro, como tu pareja, puede convertirse en tu punto de referencia, en tu apoyo, en tu consejo, en tu consuelo, en tu complemento,  en tu álter ego… como también puede ser olvidado y abandonado.

                Por eso mismo, mis queridos amigos, aún con mi utilísimo cacharro mecánico frente a mí dotado con todas sus prodigiosas posibilidades, yo sigo añorando el cuerpo de mi partenaire, el sentir el roce de sus hojas y el acariciar la tersa suavidad de sus cubiertas, el sostener su liviano cuerpo entre mis manos, el deslizar sus páginas entre mis dedos… o cuando, ya agotados mis ojos en su lectura, descansan soñolientos en los motivos sugerentes de su portada con lo ya compartido…


                Así que, de vez en cuando, me veo en la necesidad de acudir a ese contacto íntimo, y he de perderme en el cuerpo de un libro, y volver a descubrir lo desconocido de él entre el placer y la placidez de lo conocido. Son las bodas perfectas de la materia con el espíritu… ¿Alguien me entiende?.. ¿alguno comprende lo que quiero decir..?. ¿No?.. Pues no sabéis lo que siento que no sintáis.

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