CONCORDATO

“Los contenidos de la futura ley del aborto no son negociables”. Punto pelota, y bota. Esta frase no es que la haya soltado un ministro, que puede que también, ni un director general de la cosa. No… Es de José Mª Gil Tamayo, secretario general de la Conferencia Episcopal Española. Y yo me pregunto: ¿quién manda entonces aquí?... Porque ya ni se disimula lo más mínimo. Está claro que el clero. Mandan los obispos, visto lo visto. El estado propone y la iglesia dispone. La manera de expresar su posición indica que antes que Gallardón actuase de escribano mayor hubo negociación gobierno-ecclesiam. Las formas lo delatan.



                Pero la culpa, culpita, doña Pitita, no es de los besaescapularios de turno, por supuesto, si no de los que les han entregado lo que no es de ellos. De los González y Zapateros a los que les faltaron los arrestos necesarios para devolver el Concordato con la Santa Sede a donde realmente corresponde: a la edad media. No exijamos pues esta clase de responsabilidades a quienes no las tienen por naturaleza, si no a los que tuvieron la obligación de poner las cosas en su sitio y se arrugaron como higos. Esos son los verdaderos culpables de la situación. Los que se traicionaron a sí mismos, porque, en el fondo, creían en el infierno…

                Porque es ese acuerdo con el Vaticano lo que permite que los prelados, súbditos espirituales de un estado foráneo al fín y al cabo, mantengan una posición de poder y de injerencia desmesurada, intolerable en un país cuya Constitución reza que es aconfesional. Algo que ninguna nación avanzada, europea ni democrática, permite, y que aquí nos las tengamos que tragar como cuando Fernando VII con su Pepa.

                Y todo viene de aquel franco caudillaje, en que el generalísimo restauró el acuerdo medieval que la república había dejado fuera como estado moderno, con el fin de, a cambio de permitir que la curia metiera sus narices en asuntos civiles que no eran, ni son, de su incumbencia, el dictador pudiera nombrar a dedo a parte de los obispos arribaspañas, pasearse bajo palio codo a codo con el Santísimo, y tener el brazo incorrupto de Santa Teresa como zarandilla la vieja.

                Y, sin embargo, y a pesar de aquellos papeles que el señor Paco re-firmó en 1.953, el del Ferrol no dejó en ningún momento que los sotanillas, por muy brazonaltos que fueran, le mojaran la oreja ni metieran baza en lo que no debían. El envalentonamiento episcopal de hoy, hasta el punto de inmiscuirse en asuntos parlamentarios y públicos, y permitirse indicar lo que puede ser o no lícito discutir en las cámaras, no ocurrió con el del sable. Ni mucho menos. Un ejemplo elemental y doméstico: el de los matrimonios.

                Cuando alguien se casaba, no podía ser mas que a través de la iglesia, naturalmente, pero ojo al dato: antes de ir a la vicaría debía pasarse por el Registro Civil y hacerlo como debe ser, lo que convirtió  el casarse POR la iglesia a casarse EN la iglesia, burlándole el invento a los purpurados, aunque la apariencia siguiera siendo la misma ante la ignorancia de los contrayentes. Luego, se mandaba a un oficial del Registro a la Santa María de turno a ver si era verdad que se ponían delante del cura, y entonces, con las bendiciones de ambos, se les entregaba un Libro de Familia que, sin él, no había hotel ni pensión alguna que les abriera las puertas donde consumar. Hoy es al revés. Primero te pones delante del páter, y luego, con el acta que él de dé, te pasas por donde el Registro a que te inscriban, ya que su acta, y no al contrario, es la que vá a misa. Lo único de sentido común es que la gente puede elegir entre una sotana y una toga, faltaría más… U otra cosa peor que me callo por prudencia, dado el común del personal, pero que también se da con frecuencia…



                Aquel último Concordato franquista duró hasta 1.979, en que se renovó, cuando se tenía que haber dejado caducar. Como los medicamentos que enferman más que sanan. Pero no se hizo, y ahora tenemos lo que tenemos, y lo que tememos…

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