LAS DOS ESPAÑAS
Seguimos empeñados en las dos
Españas, por mucho que nos advirtiera Machado que habrían de partirnos el
corazón. Es muy triste. Y muy irresponsable. Y muy patético. Y muy absurdo.
Angustiosa y dolorosamente absurdo. Nadie debería ser heredero de nadie en los
resultados de una lucha entre hermanos. Nadie. Y, sin embargo, a 75 años vista,
los que deberían cerrar definitivamente lo que ya solo deberían ser cicatrices,
aparentan hacerse herederos de una de las partes, y empeñarse en reabrir
heridas, y echar sal en ellas, de forma poco sibilina además, de manera torpe,
o quizá es que (no quiero creerlo) deseen que sea así.
La vergonzosa desfenestración de Garzón, las
reclamaciones de la justicia argentina sobre los torturadores y nuestros
disimulos culpables, la empecinada negativa en que los descendientes de los que
fueron vencidos recuperen los restos de sus deudos, es justificado todo con
mensajes falsarios de que hay que empezar a olvidar, restañar viejas cuentas de
una vez para siempre, pasar página… y, para eso, se saca una torcida ley de
amnistía condenada de antemano por los tribunales internacionales de derechos
humanos. Enfín… pueden llegar a transmitir pobres mensajes, un iluso engaño
sobre unas dudosas buenas intenciones. Es posible, aún tan chapuceramente.
Podría ser. Concedamos el beneficio de la duda al menos…
Pero no. No puede ser. Imposible. Se desenmascaran
participando, apoyando y congratulándose con una insensible iglesia que
beatifica vengativamente a 522 asesinados en esa guerra cruel y fratricida por
la “horda roja”. Dicen querer olvidar pero no lo hacen. Todos los otros,
también asesinados en esa horrorosa guerra por la “horda fascista”, no cuentan.
Maestros, obreros, funcionarios, militares, alcaldes, que dieron su vida por
defender la legalidad y un régimen democrático y de libertades, no cuentan. Y,
sin embargo, tan mártir es el que muere por motivos religiosos que el que muere
por un ideal. Pero eso no lo entienden, o no desean comprenderlo. A unos
españoles se les honrarán en los altares, entre coros de ángeles y
bienaventuranzas, y a otros se les condena a ser vagamente recordados entre
memorias de cunetas, barrancos y fosas comunes. Los unos, entre olor de
inciensos y ceras consagradas, y los otros – en el fondo mucho mejor – tienen el
aroma, real, del espliego, la lavanda y el tomillo… Los benditos deben ser
recordados, y los malditos deben ser olvidados.
Pero, mientras tanto, mientras sigamos refocilándonos
en estas parafernalias cesáreas y caducas, que abundan en el agravio y en el
dolor de los que deberían ser tratados como hermanos en el horror de una
guerra, es una forma de insultar a los que mataron a nuestros muertos sin
reconocer nunca que nuestros muertos también mataron a los suyos. Todo muy
católico, puede ser, pero nada cristiano.
Deberíamos cuidar ciertas formas, ciertos modos,
ciertos detalles, que ofenden a los unos y delatan a los otros. Deberíamos
empezar ya, de una jodida y puñetera vez, a no restregarnos por las narices
culpabilidades e inocencias, muchas veces espurias, que no son de nadie por ser
de todos… Españolito que vienes al mundo te guarde Dios…
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