HISTORIA(S)
En España, la
historia es lo más maltratado de la historia. Cuando no interesadamente
falseada. O torpemente ignorada. Pregunten hoy a cualquier niño, a cualquier
joven, por muy universitario que sea, sobre algún hecho, dato o personaje
histórico, de los enseñados en las paupérrimas escuelas de mi generación.
Pregúntenles. De pena. Aquello era un lujo comparado con la aridez de hoy, aún
con todos los medios de que se disponen. Se confunde a Don Pelayo con Cascorro.
O nada saben de ninguno de ambos dos. Son de una incultura tan asoladora como
desoladora. Pero, claro, no hay enseñanzas, ni enseñantes, ni enseñadores. No
hay nada. Solo un vertiginoso vacío.
Mi padre sí que me enseñó que,
aunque la despreciemos, todo somos producto de la historia. Y me enseñó a
amarla. Y a respetarla. Y que aunque siempre, siempre, es escrita por los
vencedores, y según determinados y determinantes intereses políticos, también
siempre se escribe en paralelo por investigadores fiables, honestos, incluso
por los supervivientes de todos los bandos y banderas. Que solo hay que
buscarla, y siempre se encuentra. Y nos habla, si queremos oírla. Y nos enseña
si queremos aprenderla. Y nos informa, si queremos saber. Y nos forma, si
queremos ser.
Los españoles contemporáneos
somos hijos y herederos de dos Españas que se rompieron el corazón mutuamente.
Hijos de dos Españas que no hemos aprendido de la misa la media, porque en vez
de una sola hemos hecho diecisiete Españas con sus diecisiete historias
taifeñas. Todas interesadas. Todas falsas. Todas adulteradas. Y prostituidas.
La historia ya no es la que fue, si no lo que se manipula. La que se fabrica
para consumo de mentes atrofiadas. Cada cual la suya y a gusto de cada cual.
Siempre separadas y nunca en común. Forraje de pesebre. Olor familiar a
zamarra. Cuentos de Calleja y colleja…
Hace más de medio siglo, a los
críos nos amedrentaban con historias fuera de la Historia para mantenernos
dentro del nido del miedo. Con sacamantecas con figura de maquis, con demonios,
guardianes de eclesiales pecados. Con tíos saínes y hombres del saco, parecidos
a vagabundos, pobres y libres. Con brujas y brujos, con perfil de viejos
liberales… Hoy esos sacamantecas, diablos y saínes (violadores, asesinos,
terroristas) han sido soltados por el solapado enemigo Tribunal de Derechos
Humanos, y el nido del miedo dicta una ley de órden ciudadana que volverá a
encadenarlos… y ya de paso, a todos los que nos salgamos de madre y nos
enfrentemos al gran hermano, protector del poderoso y ordeñador del débil.
Dicen que los pueblos que no han aprendido nada de su historia están obligados
a repetirla, y eso a mí me horroriza, y me causa un tremendo terror. Mucho más
que todos los hombres del saco juntos.
Porque yo tengo mis dudas, ojalá
más irrazonables que razonables, de que hayamos aprendido algo. Porque
olvidarla, sí que parece que la hemos olvidado… Irresponsablemente olvidada,
diría yo. Hablamos y defendemos tradiciones idiotas de las que no tenemos ni
zorra idea ni tampoco queremos tenerla, porque solo las utilizamos como
miserable excusa para la fiesta imbécil, para martirizar animales y
animalizarnos nosotros, para mamarnos, atontarnos y embrutecernos, pero nos
ciscamos en la verdadera Historia, en la auténtica, en la única y en la de
todos. Y para disimular nuestra lamentable ignorancia, nuestra profunda y
pavorosa incultura, inventamos esa estupidez de la “memoria histórica”. Cuando
todo lo que empieza a ser memoria, también comienza a ser historia.
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