SUPONGAMOS QUE...

Dicen los místicos de todas las épocas y culturas – y cuando digo místicos no me refiero a religión alguna – que los seres humanos vivimos una especie de sueño, de fantasía, de irrealidad, creada por nosotros mismos, y que forma y conforma el mundo ilusorio que, equivocadamente, tomamos como real. Ya lo escribió Calderón de la Barca. Y, si la vida es sueño, como él afirmaba, cuando parecemos despertar cada mañana, lo que hacemos es tejer un sueño dentro de otro sueño. Un sueño consciente y personal dentro de un sueño subconsciente y comunitario.
                Pero si eso es así (y yo cada día tengo menos motivos para dudarlo) menuda mierda de sueño que nos hemos mercado, tíos. Es una horrorosa pesadilla. Es que no hay por dónde agarrarlo sin salir pringados de injusticias, miserias, dolor, corrupciones y porquerías. De verdadera pena. A ver cuándo vamos a aprender a montarnos el sueño, la ilusión, el “maya”, como decía Buda, medianamente decente para todos los que estamos inmersos en él. Que sea aceptablemente honesto, al menos… 

               Cuando leo alguno de estos ensayos, y he leído muchos de diferentes culturas, filosofías y creencias, siempre me pregunto lo mismo. Tengo claro que soy un perfecto inútil para despertarme y desconectar de ese desgraciado e ilusivo mundo, mandarlo a tomar por saco, y verlas venir desde las verdes praderas de la cons-ciencia y las trans-cendencia. Nada… soy un negado integral. Y tengo que jorobarme con mamarme la basura ésta en la que nos revolcamos como gilipuertas. Vale. Pero, como digo, me pregunto siempre si todo esto sirve de algo y para algo, y si nos vale al menos para que nos detengamos a pensar que, cuando soltamos ese cabreado “esto no me puede estar pasando a mí”, no sabemos lo que decimos, aun acertando de chiripa. Porque a lo mejor es verdad que no me está pasando a Mí, sino a otro personaje al que Yo he creado y del que estoy haciendo su papel como un memo, sin llegar a ser él realmente.
                Ya se está liando y me está liando el joío éste – pensaréis algunos a estas alturas -, pero parad un momentico en ese punto. Y suponed que esos pensadores llevan razón. Solo suponedlo. Y que el verdadero Tú es el observador que mira cómo hace el idiota el falso tú, el observado. Y suponed, suponedlo nada más, que solo ese observador sea de origen y filiación divina, y que el observado sea una defectuosa creación del observador, con pretensiones de criatura “ferpecta”… Eso explicaría que Dios no sea responsable directo de la castaña de mundo que tenemos, si no de los dioses menores y chapuceros como nosotros, que creamos a nuestros propios títeres a imagen y semejanza de aún no sabemos quién, para jugar entre nosotros, acabando por creyéndonos ellos en competencia con nosotros mismos. De locos. Y eso explicaría también el aparente pasotismo de ese Dios que, usando nuestras propias palabras, “permite que pase lo que pasa…”.
                La cuestión es – y seguimos en la suponiúra – que solo está en nuestras manos el despertar de una puñetera vez, tomarse la vida como una función de guiñoles en la que estamos para pasarlo bien y divertirnos sanamente sin joder a nadie ni jodernos a nosotros mismos. Y que, cuando nos cansemos de jugar aparentando lo que no somos, nos dediquemos, a lo mejor, a otras cosas más importantes que andar perdiendo el tiempo, un tiempo que también hemos inventado y es tan falso como el teatrillo, para hacer lo que aún no sabemos que hemos venido a hacer.

                Por cierto, tengo una pequeña obrita, Los Cuatro Acuerdos, de don Miguel, un nagualt de la cultura tolteca, muy elemental y sencillica. Quien la quiera solo tiene que pedírmela. Se la regalo. Si ayuda, posfale, si no, posná. Daño, no hace. El daño, queda claro, nos lo infligimos nosotros mismos. Solicos.  Al menos, tengamos la cordura de no echar la culpa mirando para arriba. Allí solo están nuestros ídolos. Allí solo residen nuestros fantasmas.

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