MIS SEIS RAZONES

Isabel Allende habla en su libro La Suma de los Días de toda su extensa familia, a retazos, a trozos que, a lo largo de la obra, van conformándose en un puzzle, como una representación coral y casi mágica, donde ningún retrato pierde su personalidad, y, aún con sus defectos, encaja en el conjunto como una sinfonía perfecta. Y uno se pregunta si no somos nada más que eso mismo: teselas imperfectas asociadas a composiciones perfectas. Y únicas. Y que cada familia conforma un grupo, una escena, un pequeño coro inserto en una gran obra, donde los últimos llegados van añadiendo los matices más vivos, lúcidos e importantes del siempre inacabado cuadro. 


                Yo lo veo en mis nietos. Paula, la primera, la que abrió página y encabeza su nueva generación. La mayor. Trece años que ya la empujan en un torbellino de sensaciones por el estrecho paso que hay entre un alma de chiquilla y un cuerpo de mujer. La que focalizó la atención primera y de todos para luego ir difuminándose entre los que llegaron después. Feminista, reivindicativa y joven, demasiado joven aún. Una mezcla arriesgada que le hace reclamar dosis de libertad que aún no sabe manejar. Niña aún que descubre un mundo nuevo que le atrae y asusta a la vez que aburre y desañora el viejo. Le sigue su hermano de diez años. Álvaro nació peleado con el mundo y en conflicto permanente consigo mismo. Exigente y perfeccionista desde sus pañales ha sido el campeón de rabietas y furias explosivas. Suspicaz, maniático y líder de una pieza. Curioso y caprichoso. Deportista inquieto. Arisco por fuera y tierno por dentro. Absorvente a la vez que generoso. Temeroso al tiempo que valeroso. Gran escuchador de historias y cálido protector de sus primos más pequeños. Su rebeldía inicial vá trocándose en serenidad, en autocontrol y en ganas de aprender bien para servir mejor.

                Después viene David, con ocho años mezcla de oso mimoso y una madurez apabullante. Es la dulzura personificada, el diálogo razonado y la sed de saber en carne viva. Una criatura intelectual que le encanta jugar a preguntas y respuestas. Un crio que es feliz con un libro de zoología bajo el brazo que abulta más que su cuerpo menudo. Un zagalico que habla mirando bajar las palabras del cielo. Un pequeño ser amoroso y profundo como un alma vieja. Tras él, su hermana Emma, seis años, es también su antítesis genético. Revoltosa como una peonza, nerviosa e inquieta. Caprichosa, mandona y envidiosilla, tiene sin embargo unos ojos profundos de astucia arcana, dueños de una picardía traviesa y explosiva. Como una mezcla de bruja y ardilla. Y poseedora de una chispa vivaz en su mirada y en sus respuestas chocantes, directas y acertadas.

                Luego viene Sara, con sus cinco años de belleza ajena al clan cavernario, de un rubio luminoso y de unos enormes y claros ojos azules. Introvertida y recelosa. Reservada y aguda. Inteligente y exigente. Examinadora y distante. Nada dada a las efusiones gratuítas por recomendadas. Pero que se vá abriendo, poco a poco, lentamente, con tiento, con prudencia y paciencia, como un tesoro celosamente guardado, como una flor oculta maravillosa, mágica y discreta… Y, por último, con ocho meses de jolgorio, su contraste en hermano, Leo, abierto y alegre, riente y sonriente, afectuoso y acogedor de un mundo que descubre a golpe de risa. Conquistador de tiernos sentimientos y provocador de respuestas positivas. Aún es chico, pero sugiere tener el don de hacer que los demás necesiten más de él que él de los demás. Parece dar más que toma. Arrolladoramente simpático…

                Y todos y cada uno de ellos aportan un valor nuevo, fresco, primigenio a la vez que antíguo, al conjunto de los días que comenzamos a coser en el tiempo mi mujer y yo a través de nuestros hijos. Son la suma de nuestros días. Esa Suma de los Días que reza el título de Isabel Allende. La suma de hilos de existencia con personalidad propia que tejen en grupos, tribales o familiares, el inmenso tapiz del mundo. La crónica de una humanidad inacabada.


                Pero quedémonos con lo pequeño. Con lo cercano. Con lo cálido. Con los hilos nuevos y frescos  del tejido que nos rodea a cada uno. Con sus brillos y sus mates, sus blancos y sus negros, y sus grises… sus innumerables gamas de grises. Y que cada cual recapitule y haga inventario y razón de su existencia… Éstas, mis queridos lectores y amigos, son mis seis razones.

Comentarios

Entradas populares de este blog

ANTONIO, EL CURA.

RESPONSABILIDADES

PATRIAS

ASÍ LO CREO YO...

HAZ LO QUE DEBAS

EL DOGMA POLÍTICO

¿CON QUÉ DERECHO..?