LO HUMANO Y LO DIVINO

Juro por Tutatis que había decidido no escribir sobre ello al tocar el campo de lo privado. Sin embargo, es demasiado tentador abstenerse de comentarlo ya que da materia y tema suficiente como para ejercitar el buen hábito de cavilar, así como para un artículo muy interesante. Entonces, he pensado que si no cito el dónde, el cuándo, el porqué, el cómo, ni, por supuesto, el quién, si no tan solo el qué, salvaguardo totalmente lo que se debe proteger. Incluso, si así se prefiere, puede entrar en el terreno de lo imaginario. Eso no quita ni añade nada, pero, como en las fábulas de Samaniego, siempre aporta más que resta. Así pues, escenifiquen ustedes aqueste cuento como bien gusten. 


                Y érase una vez un alguien que te plantea que porqué leches tienen que ser verdad los descubrimientos científicos en genética, en física cuántica, en neurología, o incluso la teoría de la evolución de Darwin, y que porqué creer en lo que diga la ciencia. Y lleva razón, nadie tiene porqué creerlo y todo el mundo puede ponerlo en duda. Nadie está obligado a ello, faltaría más… Pero el busilis de la fábula está en que tal alguien es persona religiosa, creyente, practicante, confesante y beligerante. Por supuesto, también nadie tiene porque dudarlo y todo el mundo tiene todo el derecho del mundo, faltaría más también. La enorme incongruencia estriba en una, más que aparente, ausencia de toda lógica. ¿Cómo se puede creer en dogmas que no han sido probados ni de coña y no en descubrimientos científicos demostrados?, ¿cómo no creer en los descubrimientos y hallazgos de la ciencia y sí en esto-es-asi-porque-lo-digo-yo?.. La ciencia, que es cuantificable y medible, precisamente es fiable porque es falible.

                Misterios de la evolución mental humana, sin duda. La ciencia se equivoca todos los días y todos los días rectifica, y se corrige, y es precisamente por eso por lo que es más creíble y confiable que dogmas inamovibles sin más cánon que la órden de creerlo. Es más, me atrevería a aventurar que cuando a ese mismo personaje del cuento samaniegano le enferma un familiar cercano, seguro que lo traslada al hospital y no al templo, que se lo lleva al médico y no al cura. Y solo cuando la ciencia asume su incapacidad o limitación, solo entonces, acude a que  lo alto le resuelva el problema que no ha podido resolver aquellos en los que no cree. O sea, y para entendernos, en lo que en teoría no creemos lo ponemos en primer lugar, y en lo que creemos sobre todo, juega de reserva.

                Deberíamos pues plantearnos qué clase, tipo o calidad de fé es de la que presumimos o decimos tener y defender. Si intelectual o integral. Si es total o superficial. Si es trabajada o prestada, propia o inoculada… Es posible, solo digo posible –nada de dogma-, que sea algo tan sencillo como la simple definición de la fé. Puede ser que solo sea que lo que entendemos por fé no sea la auténtica, la genuína fé… Puede ser, o no, que la fé no sea lo que interesadamente nos han hecho creer que es. Porque creer sin ver, es creer sin comprender, sin entender. Y lo que no se entiende ni se comprende, puede aprenderse, pero no razonarse, y eso es como negar una facultad que el propio Dios ha concedido al ser humano. Absurdo. Se enseña el conocimiento, no la ceguera; se aprende en libertad, no con dirigismo. Mucho menos bajo la amenaza y el chantaje. Para poder ver bien la luz hay que ponerla encima de todo y no debajo de nada, porque entonces veríamos distorsionado lo que deberíamos ver sin artificios.


                Por supuesto, no estoy dogmatizando, sino todo lo contrario, estoy antidogmatizando. A menudo se me acusa de ser dogmático, y, es curioso, lo hacen los que niegan el diálogo y el análisis parapetados tras sus inyectados dogmas. El candil bajo el celemín. Tenemos un concepto erróneo de compartir. Compartir es abrirse, no cerrarse, es debatir, no catequizar, es analizar, no sermonear. Yo solo intento abrir cauces al diálogo, aún apasionadamente, sí, pero diálogo donde no se aporten seguridades sin posibilidades, creencias sin conocimientos, ni fés ciegas sin fés razonadas. Un espacio abierto, sin muros y sin dogmas absolutos. Solo eso… ¿Qué no es posible?.. Pues entonces cada cual siga su camino y le acompañe su diós. Yo tengo el mío, que, aunque no crea del todo que soy su imagen y semejanza, si que tengo por seguro que no lo fabrico a imagen y semejanza mía.

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