FORMAR OPINIÓN
No existe
transformación política sin transformación social. Es imposible. Salvo en los
golpes de estado y las dictaduras, la forma de hacer política viene dada por la
actitud de la ciudadanía, no por sus políticos, ya que éstos son el reflejo
directo de los propios ciudadanos. Cuando se quiere cambiar las maneras de
hacer política, los votantes, la gente de a pié, las personas, los vecinos, han
de cambiar sus propias maneras. No existe otra posibilidad ni jamás ha
existido. Lo que pasa es que este pueblo es novato en democracia, y lerdo y
cansino en entendederas, y no lo sabe, lo ignora casi todo de la democracia,
cree que es votar cada cuatro años y dedicarse a las fiestas en los
intermedios. Pero es no es democracia. Eso solo es mansocracia. Y de ello se aprovecha
la partidocracia.
Me preguntan muchos
con-ciudadanos de mi solar y roal que qué se puede hacer… que si merece la
pena… que si vá a cambiar algo… Y yo siempre digo lo mismo. Que hay que hacer
(formar) opinión, y que claro que merece la pena, naturalmente que sí, y que
por supuesto que eso cambia las cosas… Y que esas cosas y casos nunca, jamás,
cambiarán, mientras nosotros no cambiemos nuestra forma de actuar, o mejor
dicho, de no actuar. Lo que pasa es que no sabemos, o no queremos saber, que todo
lo que debería preocuparnos es todo lo que nos afecta, y pueden ser tantas
cosas que ni siquiera llegamos a pensarlo, o pensamos que no podemos abarcarlo.
Mucho menos ocuparnos. Así, el que no se preocupa, tampoco se ocupa…
Pero todo nos afecta directamente.
La política sanitaria, la educativa, la de nuestras pensiones, nuestra
seguridad, el costo de la vida, la cesta de la compra, los impuestos
desproporcionados, una justicia justa y cercana, nuestros derechos y nuestras
obligaciones, y nuestras compensaciones, y… nuestras necesidades más
domésticas: nuestro pueblo, su calidad de vida, sus costos de mantenimiento, su
empleo, sus servicios, su atención y su desatención, su limpieza, su policía,
su imagen, sus problemas y sus soluciones… o, como dice un buen amigo mío, lo
que nos cuesta y lo que vale, que no siempre se corresponde lo uno con lo otro…
…¿Y en todo esto podemos
influir?.. me preguntan bastantes con la incredulidad en los ojos y el
derrotismo en el alma. Contesto lo de siempre: debemos influir, estamos en
nuestro derecho y en nuestra obligación hacerlo. Lo que pasa es que a los que
nos administran, a los que nos gobiernan, les interesa mucho hacernos creer
todo lo contrario, y caemos en la trampa de nuestra propia falta de fé.
Nuestros políticos han aprendido a practicar el régimen del Gran Hermano. El de
“confía en mí, que yo me ocupo de todo, pero tú no interfieras. Tan solo,
vótame”. “Yo te daré fiestas, y te mantendré cómodamente entretenido en una
pista de circo contínua, a cambio de que no intervengas”.
Les vá la paga en ello. Y es una
gran, enorme, inmensa y sustanciosa paga. Tanto en dinero como en privilegios. Me dá lo mismo un
presidente(a), ministro(a), que un consejero(a), que un alcalde(sa). Dicen que
los buenos consejos son gratis, desinteresados, pero en España nos salen caros,
muy caros, por lo que, al ser tremendamente interesados /5.000 euros el
cafelito, por ejemplo/, no deben de ser nada de buenos, salvo para los
políticos, claro… Aquí, un servidor público, primero y ante todo, es servidor
de sí mismo. Un gestor debe ser compensado, pero no dejar que él se compense a
sí mismo, porque el pago suele convertirse en abuso…
Y es por este mantenido por
interesado estado de cosas, el porqué en este país (menos en algunos pueblos
del norte, a decir verdad) no conviene que el ciudadano participe en la toma de
decisiones, ni influya, ni siquiera se forme, en una opinión real y cabal de
todo lo que tan directamente le afecta. Mientras más se le mantenga amodorrado,
mayor impunidad para obrar en consecuencia, y, por supuesto, a conveniencia.
Sin embargo, saben que cuando se empiece a despertar de ese sopor inducido,
nada podrá – ni deberá – ser igual, y todo comenzará a cambiar, mal que les
pese… Por eso tienen dispuestas una serie de alternativas de fogueo para que
sigamos jugando al Palé, mientras ellos siguen con sus negocios reales.
Llegados a este punto, alguno
que otro me pregunta… aunque en realidad se lo está preguntando a sí mismo… ¿y,
cómo?, ¿cómo se hace para empezar a concienciarnos?, ¿qué se puede hacer para
comenzar a ser operativos?, ¿para ser coprotagonistas y no simples víctimas?,
¿para que se cuente con nosotros, y no solo nos utilicen?, ¿para que no seamos
simples y mansos pagadores de impuestos?..
Pues formándose e informándose,
y formarse en círculos ciudadanos de opinión, alrededor de los cuales la
ciudadanía se conciencia, se organice, se aglutine y pueda ejercer su
influencia en las decisiones públicas que le atañen. No es nada difícil. Es tan
sencillo que no somos capaces de creerlo, y al no creerlo tampoco somos capaces
de crearlo. Pero es posible, y poderse, se puede. Solo hay que quererlo y
ponerlo en marcha. Si en cada pueblo hubiese un círculo de opinión ciudadana
podrían relacionarse, confederarse y organizarse, y convertirse en una
potentísima arma de participación ciudadana a niveles superiores.
Los países de mayor calidad
democrática los utilizaron, y los siguen usando. Es una herramienta tan
deseable como aconsejable, pero solo es útil para las personas vivas, no para
los zombies. Y, por supuesto, para la gente con inquietudes y responsabilidad
en su espíritu. Los demás, sobran todos. Aunque luego, en realidad, todos
faltemos porque todos fallemos…
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