INGRATOS
Las hemerotecas
deberían avergonzar a este país. A todos, tanto por acción como por omisión. A
todos los políticos de todos los pueblos, y a todos los ciudadanos de esta
España mía, esta España nuestra… Porque somos tremendamente olvidadizos, y muy
dados a contemporizar y no arriesgar, y por eso mismo, irresponsablemente
injustos. Nos convertimos en besaculos o en dispensadores de los poderosos y
los corruptos, o tendemos a mirar para otro lado, en la misma medida que igual
olvidamos y despreciamos a los que hacen lo que deben, a los valientes que
denuncian y se las juegan ante todos, a los que cumplen con su conciencia, a
los verdaderos, los auténticos adalides de la sociedad. La ingratitud y la mala
memoria es la meretriz con la que amasamos nuestra historia. Quizá por eso
hemos de repetirla tantas veces…
No recordamos a nuestro “nomber
one” lanzar piropos a un señor de las islas, condenado por robar cuanto le vino
en gana, o su amiguísimo Bárcenas, o sus laudes y loores a doña Rita, la
cantaora, o sus “de mayor quiera sr como
tú” a Camps, o sus más recientes “te
quiero, Alfonso, te quiero, coño…” al fautor de los últimos latrocinios
falleros y fuleros. La gran traca. Un señor de señores que se ha confesado
públicamente admirador de sus cuates más casposos por mafiosos, que han ido
cayendo uno tras otro, y aún seguirán cayendo, en manos de la justicia. Pero
ese mismo y desidioso ejemplo de sucio consentimiento, se ha venido repitiendo
desde las alturas del estado al último edil del último pueblo, pasando por casi
todas las comunidades autónomas. Y hemos sido tan burdamente tolerantes con los
poderosos corrompidos como ruinmente desagradecidos con los humildes y anónimos
héroes…
Porque de estos también hay unos
cuantos, olvidados y arrinconados. Hubo un joven concejal que, asqueado por la
corrupción que veía en su ayuntamiento, hizo algo asombroso: infiltrarse en una
de las más grandes tramas nacionales de corrupción. Cientos de documentos
recopilados y casi veinte horas de conversaciones grabadas enviaron a docenas
de elementos a la cárcel y puso a temblar a la cúpula de su partido. Estoy
hablando de la trama Gürtel. Esta persona pudo haberse marchado a casa, o,
simplemente, mirar para otro lado, o participar de las migas del botín, pero no
hizo nada de eso. Se complicó la vida durante años por intentar limpiar la
suciedad. Nadie, absolutamente nadie, le ha dado las gracias. Un funcionario de
urbanismo de una de las ciudades más podridas de España, donde sus políticos ni
lo disimulaban y el dinero sucio corrió durante décadas, acudió a la comisaría
y destapó una trama de corrupción de 2.500 millones de euros. Estoy hablando de
Marbella. A este hombre, no solo no lo premiaron por su acción, ni lo
ascendieron, ni se lo agradecieron, sino que lo trasladaron de puesto como un
castigo, y quedó apestado. También pudo quedarse tranquilo, igual pudo no haber
querido hacer nada. Pero lo hizo…
Igual que una ingeniera de
caminos y puertos, trabajadora de una empresa pública en la que se percató de
los raudales de dinero corrupto que, aparte del agua, igual corrían por sus
entresijos. Pudo cerrar los ojos y poner la mano, hacerse la tonta y conservar
su puesto, y su tranquilidad. O apuntarse a los despojos. Pero tampoco lo hizo.
Lo que hizo fue denunciar el mierdario. Estoy hablando de lo más reciente, de
Aquamed. El premio por ser honrada fue el acoso laboral, primero, y el despido,
después… A ninguno de ellos se le ha reconocido nada, ni se les ha condecorado,
ni se les ha homenajeado, ni se la ha puesto una placa con su nombre, ni se ha
dado conocimiento público de su honestidad ni su civismo. A ninguno… Más bien
todo lo contrario.
Las cruciales diferencias entre
una sociedad mafiosa y una democrática es que en la primera hay clanes, castas,
chantajistas y chivatos, y en la segunda hay normas, rectitud, vergüenza y
denuncias. En la primera hay oscuridad, miedo y ocultamiento, y en la segunda
claridad, valentía y libertad… En la primera no reconocen nada, y olvidan tanto
lo bueno como lo malo, mientras que en la segunda, por el contrario, no solo
saben reconocer ambas cosas, y distinguirlas, sino que también saben
recordarlas. Según esto, deberíamos plantearnos con toda la sinceridad de que
seamos capaces, a cuál de las dos creemos pertenecer, y qué es lo que pensamos
hacer al respecto…
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