LA OTRA CENSURA



Cuando algunos álguienes se empeñan en cortarme los laureles por leer lo que no escribo… e interpretar lo que me cuido mucho de no decir, siempre me acuerdo de aquel sargento de mi período de instrucción en aquella “mili” obligatoria, donde todo españolito pasábamos por las armas (o nos pasaban por las armas en sentido figurado), que, en las prácticas de tiro, siempre nos decía aquello de “prefiero a los tíos que donde ponen el ojo ponen la bala”, señalándonos con su ominoso dedo acusador. Cuando, en los descansos de chusco y cantimplora, se nos acercaba a confraternizar, como tropa que era, en el círculo de soldatas, ya en plan distendido, yo le soltaba a aquel suboficial si no le daba igual los que donde poníamos la bala, allí poníamos el ojo. Y como que bizqueaba con la pregunta y yo intuía que no lo había captado, le aclaraba que, la inmensa mayoría éramos de los que, tras disparar la bala, mirábamos dónde la habíamos puesto…

                En los temas delicados (sociopolíticamente hablando, aclaro) que trato en mis artículos, procuro no apuntar al centro de la diana, aún sin dejar de dar dentro de la diana, no sé si me explico… Intento acercarme al blanco pero sin dar plenamente en el blanco. Y suelo hacerlo así porque sé que vivimos en hipócritas tiempos de juicios mediáticos que, si te sales de lo establecido como lo políticamente correcto, no solo te pueden caer las del pulpo, sino que, los que administran tus paridas, te pueden censurar el parto hasta que tu criatura fenezca antes de ver la luz. Y aún y así, de vez en cuando aparece algún tribunal inquisidor que puede adivinar tu pensamiento aunque no lo hayas puesto por escrito, o incluso puede pensar lo que tú no habías pensado. Tal es su exacerbado virtuosismo.

                Hace tiempo, un patronato de cultura de por estos andurriales de dos reales, que estaba liado en preparar los fastos literarios de un Día de la Mujer (ya no recuerdo si trabajadora o genérica), al ver que se le echaba el tiempo del escrutinio encima y no tenían una sola aportación que llevarse al paraninfo, alguien decidió echar mano de mi amistad a través del compromiso (para eso están los amigos, claro) y pedirme el favor de enviarle a tal efecto y con tal motivo mi óbolo literario. Aún no gustándome estas calandracas, e incluso desconfiando de tales cosas, accedí, y mandé un trabajo encuadrado en el marco de la historia, pintando el lienzo con los colores de la cultura pura y dura. O sea, dibujé una diana lo suficientemente versada como para que no se apreciara que aquello era un tirofijo… Pues algún avisado o avisada tuvo que olerlo, cuando se agenció del más próximo a mano el clásico canto lírico a la belleza de la mujer de la tierra, y a sus primores y encantos, bordados en dulces sinfonías de juegos florales y esencias patrias, que es de lo que van tales paridas. Y se me porfaveó, o no gustó, o se caló, pero mi solicitada aportación desapareció del mapa sin ni siquiera un miserable acuse de recibo.

                Últimamente incluso se me ha llegado a censurar alguno, y sí, digo censurar, aun soltando verdades constatadas, constatables e incontestables. Se creyó que podría herir susceptibilidades que hoy apuntan a casi una especie de dirección al pensamiento único políticamente correcto. Exactamente igual que en Cataluña con todo aquel que no piense independentista se le etiqueta de fascista, en el global de la sociedad todo el que no sea feminista a toque de pito es un machista cavernario. Por ejemplo, los que no defiendan a rajatabla y sin matices el día del orgullo de algo, es un monstruo de homofobia sin paliativos. Directamente. O el que no se apunte a determinadas consignas sociales, que desaparezca o calle para siempre. El que no está con nosotros es que está contra nosotros… A ver, usted, identifíquese, santo y seña…

                Y me trae al recuerdo aquellos juegos florales de mi primera juventud, en plena dictadura, de Marcha de Áida, de accésit y de Flor Natural, de los Delegados de Gobierno del Glorioso Movimiento Nacional y su guardia de corps falangista vigilantes a que no se moviera nadie, de censores e inquisidores azules atentos a cada palabra, a cada estrofa, a cada párrafo, a cada título, con dianas secuestradas y balas de fogueo. Cante usted al sol, a la femineidad de nuestras bellas mujeres y a la virilidad de nuestros recios hombres, cante usted a las virtudes castrenses y a la patria y a los luceros, pero no se me salga del guion establecido y no haga de su capa un sayo, porque aquí el único que capa el sayo soy yo… Y había que realizar verdaderas florituras literarias, auténticos rizadores desrizantes de rizos, genuinos decir sin decir y sin parecer pareciendo, a fin de colar sutilmente el pálido reflejo de algún algo para quiénes lo supiesen captar. Un apuntar a la diana para disparar fuera de la diana.

                Aquellos controles de aquellos comisarios políticos desaparecieron con Franco. Ya no te meten en la cárcel, ni te amenazan, ni te dan palizas por ello… bueno, en algunos sitios este último supuesto puede que sí. Pero se advierte una vuelta a un cierto clima de prevención. Esto no lo toque, o no lo toque así, porque puede parecer machista, o fascista, o… puede tocarles los sagrados cogolondrios a lo que se ha establecido como línea de pensamiento único. Mejor, mire usted, no se lo publicamos, entiéndalo… O te dan con la puerta en las narices tras haber solicitado tu mano, como aquel patronato cultureta de pito y pandereta. O te dicen, directamente, como en aquella agrupación de estómagos apesebrados, “si te firmo esto nos pueden quitar el bingo y no sacarnos de excursión…”. Poco a poco, esto se va pareciendo más a aquello.

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h. http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php

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