A LOS REPUBLICANOS ENANOS



No conozco ni reconozco a los jóvenes republicanos de hoy. Mi padre luchó por la república y perdió todas sus guerras, la de aquí y la que libró en Europa como refugiado. Pero ganó la dignidad. Una inmensa dignidad. Tras una paz repleta de venganzas de la dictadura, ganó muchas más libertades con la moderna monarquía parlamentaria que las que perdió con la república a la que defendió. Mi padre probó el mismo exilio que Antonio Machado, en Francia, con toda su descarnalidad y amargura, solo que el poeta le precedió en la derrota y mi padre anduvo los Pirineos ya vencido y desarmado, camino de otro envenenado trago, otra nueva tristeza inmensa: campo de refugiados, nueva derrota, deportación, campos de concentración, presidio… Si bien comenzó durmiendo, roto y quebrado en cuerpo y espíritu, en el cementerio de Colliure – hoy tan ilustremente visitado, y entonces tan vejatoriamente abandonado – sobre la losa que cubría, sin él saberlo, los nobles restos de Machado.

                Esto es el final (había anotado el poeta al partir) cualquier día caerá Barcelona. Para los estrategas, los políticos e historiadores, todo está claro: hemos perdido la guerra. Pero humanamente no estoy tan seguro… quizá la hemos ganado”. Crípticas palabras. Quizá las escribió como un canto a la esperanza. Quizá pensó que las democracias europeas acabarían venciendo a Franco, quizá pensó que un golpe de estado visceral, traicionero y violento, no llegaría a ningún lado, quizá quiso creer que el viviría la restauración de la república traicionada, no en la forma de gobierno, si no en su régimen de libertades, que es lo que, en definitiva, importa. Es posible que deseara dar un sentido cabal a tanto horror y dolor, a tanto espanto y desesperación. Nunca lo sabremos… Pero lo que sí sabemos es que la actual democracia no tiene nada que envidiar a aquella II República. Por eso que ni conozco ni reconozco a esta izquierda ignorante e ignominiosa que abomina y rechaza la Transición que lo hizo posible. Y que no reconozcan, en su ceguera y torpeza, que lo importante es la democracia en sí misma, no cómo se llame, si republicana o monárquica. Y es que, señores (me dirijo a estos nuevos bárbaros) la calidad de una democracia no depende más que de sus libertades, no de su denominación.

                Resulta curiosamente paradógico que la parte de la derecha que se cargó a esa misma II República, luego, en la Transición, se hiciera el hara-kiry sacrificando su poder absoluto para alumbrar un sistema democrático, y, sin embargo, los herederos de aquella izquierda que defendieron tales valores y los perdieron, hoy no sean capaces de ver, en  su absurda ceguera, que, en un estricto sentido histórico, la democracia de 1.978 es heredera de la del 1.931, aunque el apellido de ambas haya cambiado. Podemos asegurar con todo rigor que el sistema de libertades aniquilado en aquella República, lo ha resucitado la monarquía parlamentaria. El empecinamiento inculto de reivindicar algo en contra de ese mismo algo, lo que demuestra es (en palabras de Javier Cercas) que, aunque nuestra monarquía sea pobre, débil e insuficiente, es mucho mejor y más completa que la de la II República, a pesar de sus muchas virtudes republicanas, pues fue traicionada por sus propias facciones de izquierda para luego, debilitada, que las derechas la apuntillaran e instaurasen una dictadura de 40 años… Así que, mirad lo que os digo, tuercebotas tricolores: esa prestigiosa democracia que encarnó esa República, y por la que, como mi padre, muchos derramaron su sangre, lucharon y murieron, y la perdieron, se encarna en este régimen, constituyendo pues el triunfo póstumo de la II República, y la victoria de los que empeñaron sus ideales en aquella derrota que dejó plasmada Antonio Machado aquel lejano día de 1.939, antes de despedirse de España para ya no volver…

                Hay un clisé grabado con una leyenda: “la historia la escriben los vencedores”. Y es verdad, pero no es definitiva. Es cierta, sí, pero no es para siempre… Solemos olvidar que los perdedores, si no son derrotados absolutamente – y lo absoluto no es de este mundo – el tiempo y la historia pueden convertirlos en ganadores. Si tuviera que inventarme el mecanismo, lo bautizaría como “Ley de la Compensación Histórica”, aun sabiendo y reconociendo que es una creación intelectual de este humilde cronista.

                Por eso no conozco, ni reconozco, ni entiendo, a los que se rebozan en banderas republicanas como símbolo de libertad aumentada y multiplicada. Hasta el punto, que esa misma república histórica a la que dicen conocer y defender, les hubiera echado encima a sus guardias de asalto por el solo hecho de protestar contra ella. Y es un solo ejemplo entre muchos otros. Esa II República que los bobos sin conocimiento reivindican con tanto afán era mucho menos respetuosa con la monarquía, que la monarquía lo es hoy con esa República. De hecho, si nuestro rey actual fuese derrocado por el republicanismo, no existiría mejor presidente republicano que Felipe de Borbón… Un Felipe VI que ha honrado a “la novena”, la columna republicana española que liberó París, más que los propios neorepublicanos… Y si no se han dado cuenta, es que son más tontos de lo que realmente parecen.

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h. http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php

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