TURISMOSCURO
Este
verano último me dediqué a releer libros pasados. Libros pertenecientes a una
época y que se reafirman con solidez, una vez que se someten, en la espiral del
tiempo, a la profundidad de una nueva relectura. Es curioso la tremenda
agitación que nos puede suponer un título olvidado y actualizado. Es el caso de
La Ciudad de la Alegría, de Dominique Lapierre, una obra que me metí entre ojo
y mente hace 33 años, y que hoy vuelve a sacudirme, aún más, mucho más, que
antes. Pero bastante más… Se trata de la visión, descarnada, real, y
tremendamente desmitificadora para nuestra visión occidental, de la vida humana
en uno de esos populosos suburbios, los slum, de las grandes urbes de La India,
donde la muerte, la pobreza y la miseria se visten de una trágica, pero
mística, dignidad, a través de los ojos de un sacerdote católico francés. En
Arand Naggar se nos cambia la visión del mundo, y nos muda de piel la
conciencia. La recomiendo a quién se atreva a leerla. Pero no a los espíritus
extremadamente sensibles, ni a los acomodados a ninguna fé tampoco. Tan solo a
las almas libres de todo prejuicio.
Bien… hechas las presentaciones,
pasemos a lo que suscita el tema presente. Y es que, tras más de tres décadas
de haber sido escrita y haberla leído por primera vez, me doy realmente cuenta
del pavoroso cambio con que la gente del mundo de hoy (no se me ocurre
exponerlo de otra manera: gente, no personas) afronta este drama radical de la
especie humana. Y es que, actualmente, lo que entonces fue un impacto en las
conciencias, ahora es algo objetivamente decadente y enfermizo: hoy es puro
turismo.
Dharaví es un slum. Y un slum es
un lugar peor, infinitamente peor, que un guetto, o un goulag, o cualquier cosa
que puedan imaginar, que rodea la riqueza y la belleza del Taj Mahal de dolor,
miseria y estupor, y que inspiró la película Slumdog Millonaire… Bien, pues el
foco de esa vergüenza humana, está convirtiéndose en el destino favorito del
turismo (según Trip Advisor), una experiencia… ¿cultural?, de vivir las
vacaciones rodeados de la miseria suprema, y el abandono, y el sufrimiento
ajeno. Dicho portal sitúa la visita entre las diez primeras preferencias de los
usuarios en su ránking. No me digan que no hay algo de sádico en esto…
Esta última, moderna y reciente
tendencia, el top del turismo oscuro, viene a sumarse a la de visitar lugares
históricos donde la gente ha sido encarcelada y/o sometida a torturas, como
Alcatraz por ejemplo, Sing-Sing, o incluso los campos de concentración y
exterminio del nazismo, para someterse virtualmente, en un truculento y
patético, y desgraciado y decadente, remedo, a las prácticas que se han
desarrollado en ellos sobre una buena parte de la humanidad pasada. Pronto
veremos visitar con curiosidad morbosa los actuales campos de refugiados que
bordean Europa y donde prolifera el hambre, la muerte, la desaparición de
niños, y las mafias del diablo. El afán por este “turismo oscuro”, como ya se
le empieza a llamar, es un síntoma de clara decadencia de valores humanos, de
absoluta banalidad del mal, de revolcarse en un ocio morboso, donde se
encuentra cierto placer en re-vivir recordando, in situ, lo que otros sufrieron…
o incluso están sufriendo hoy mismo.
Y como la espiral pide
sensaciones más fuertes, pues eso, ya digo, lo próximo será experimentar desde
fuera lo que otros sufren en vivo y en directo… Naturalmente, todo esto genera
una cadena de intereses, y esos intereses engrasan (de hecho ya están siendo
vertidas) doctas opiniones que vienen a maquillar, o incluso a justificar
abiertamente, esta compulsión bajuna de la raza humana. Como por ejemplo, el
que este tipo de turismo dá trabajo a los jóvenes de esos barrios paupérrimos
que son objeto de esta enfermiza, y corrompida, tendencia. Hay otras opiniones
más puristas que aseguran que es bueno conectar las conciencias de los privilegiados
que puedan permitirse practicar turismo con la realidad más descarnada y
miserable de la pobreza más absoluta. Incluso existen unas terceras que alegan
que, en el reparto de los beneficios de esta actividad, también ellos resultan
con ventajas…
Puede ser, no lo sé, es posible…
Pero ya no se trata tanto de lo que pasa que lo del cómo pasa, y sobretodo, del
porqué pasa esto. Este Turismo Oscuro se le llama así acertadamente porque
conecta con lo más oscuro del ser humano. Con la parte más demoníaca y
retorcida del fondo de las personas: el de la íntima constatación de sentirse
integrante de la facción más privilegiada de la humanidad, tan solo que
“comparándose” directamente con los más desheredados y desgraciados de esa
misma humanidad.
El exponer la pobreza más
execrable como un espectáculo, es una
degradación de la propia civilización y de sus culturas. “La oferta incluye hacer la compra, cocinar y comer con los habitantes
del slum”, es la parte descarada más amable. No incluye dormir entre ratas,
acudir a letrinas comunitarias a cielo abierto, vivir la muerte diaria de sus
niños, acompañar a esos mismos críos a coger los desperdicios de la metrópoli –
de cuyos hoteles salen ellos a realizar tan impactante visita – ni ninguna otra
de sus muchas obligaciones de supervivencia…
Por favor… lean, o relean, “La
Ciudad de la Alegría”. Es una obra viejonueva que nos pone en nuestro sitio. En
nuestro lugar en la historia. Que interpela desde la propia conciencia de
quiénes aún la conserven, aunque solo sea una pequeña parte de ella. Hoy, visto
lo que hay, el mantenerse mínimamente sensibles ya es una bendición… o una
maldición, claro, según se mire…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h.
http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php
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