MATRIMONIOS, CASORIOS, BODAS Y BODORRIOS
Me para por la calle una mujer jóven. Me pregunta si no me acuerdo de ella… Ante mi embarazosa duda, me espeta: “sí, hombre, usted me casó…”. ¡Válgame el cielo!.. en mis más de veinte años de Juez de Paz, habré casado a más de dos mil parejas, ¿cómo podría acordarme de todos?.. Pero, bueno, me cuenta que sigue casada – de lo cual me alegro – también del par de hijos que tiene, y se le ve la mar de contenta y satisfecha. Le doy la doble enhorabuena (por lo biencasada y por los hijos), y añade que, en parte a las palabras de Gilbrahl Khalil que les dediqué en el acto, que sin duda han contribuído a ello. Que su marido y ella las recuerdan casi como un sacramento, y que deberían de haber hecho además una especie de cursillo “civilmatrimonial” o así.
Me deja acojonadillo… Yo nunca pretendí sentar cátedra de nada y por nada, ni jamás he presumido de dar ningún sentido más allá del suyo y razonable a mis intenciones de hacerlo lo mejor posible dentro de mis posibilidades. Y mucho menos de casamentero, salvo que por intentar responsabilizarlos en la medida de mis creencias. Tan solo estoy seguro de un par de cosas: una, de que el llamado “sacramento del matrimonio” no es casarse en un lugar sagrado de mucho nombre y paquete, para luego celebrarlo con más paquete todavía… Y otra, que el mérito o demérito de todo matrimonio solo reside en lograr soportarse (considerenlo “adaptarse”) el uno al otro durante el resto de sus vidas.
Cuando yo hice la “mili”, por aquellas viejas calendas de mi promoción, cuando nos rellenaban la ficha de admisión en el ejército, había una casilla que ponía: “Valor”, y se rellenaba con un siempre invariable: “se le supone”… Pues bien, en este otro caso que nos ocupa, sería exáctamente igual. Es como si existiera una casilla en el Libro de Familia que pusiera: “Amor”, y se rellenara con un “se les supone”… Por cierto y porque viene a cuento, esto es una especie de “mili” con reenganche incorporado de principio. De hecho, la palabra “sacramento”, que es una palabra añadida por la Iglesia, claro, viene de la “mili” romana. Quiere decir Palabra Sagrada (Sacra Mentum), o sea, promesa, juramento, que es con el que los legionarios juraban ante su Lábarum (bandera).
Y no hay más historia que esa. La fidelidad al matrimonio no es otra cosa que la fidelidad a la palabra dada, que no es, ni más ni menos, que fidelidad a la palabra dada a otra persona y a uno mismo, a fin de cuentas. Cuando, tras alistarse, y “jurar la bandera”, y cumplir con la palabra dada, pide uno “licenciarse”, no es culpa de nadie, si no de un acuerdo entre ambos: en el Ejército existe la posibilidad de finiquito, y la Iglesia solo contempla el “hasta que la muerte os separe”. Eso es todo… Aquí, Dios, con permiso y con perdón, poco tiene que ver con nuestro comportamiento. No podemos hacerlo responsable de ello. En nuestro “Libre Albedrío” de decir un SÏ para luego decir un NO, poco entra Dios, y me parece muy poco serio tenerlo tan en cuenta para lo primero y luego olvidarlo para lo segundo. Aquí solo vale nuestra responsabilidad y/o irresponsabilidad en el envite matrimonial… Jesús se limitó a decir que “lo que está unido por Dios no lo SEPARA el hombre”, así, como constatación, no como mandato. El cambiarle el rabillo de la E por el de la A fué un trampantojo de la sagrada institución católica para convertir un hecho en una órden, en una obligación, en un dogma…
Todos los demás folklores que las personas nos montamos en templos y otros lugares de mucho perifollo, o en juzgados de mucho embrollo, con esas posteriores saturnales añadidas, a las que llamamos “bodas”, que cada vez se parecen más a nuestros carnavales de mucha pasarela y tronío, no dejan de ser mas que añadidos tan vacíos y opacos como falsos. (Más de uno, y de dos, y muchos casos conozco, que se han casado “por la Iglesia” hasta dos y tres veces, con las mismas espurias celebraciones)… Por eso mismo que siempre he considerado más honesto no meter a Dios en estas cosas, ni montar estos fastos y celebraciones en Su Nombre…
Pero, bueno… No deja de ser un punto de vista personal éste, que yo entonces ya trataba de transmitir a “mis” novios, y que vengo a comentarlo de nuevo aquí y ahora, porque me lo ha traído a las tripas mentales el sucedido con el que he comenzado este artículico, y miren, me viene muy bien para cubrir una temática que siempre he creído, a la par de interesante, digna de saberse y de tenerse en cuenta a la hora de casarse. Al menos, debería de ser tema de reflexión éste, al que la Iglesia, por cierto, siempre se ha opuesto, pero que “por lo civil” debía de haber estado honestamente obligado. Es una cuestión de claridad y honestidad que un servidor siempre ha tratado de contemplar y transmitir.
Uno se casa por atracción (lo de “fatal” o no, se verá después), o por afecto, si quieren, que conocimiento, poco. Lo del amor viene con el rodaje de lo que, en ese preciso y precioso momento, arranca a andar… ¡Ah!, y lo de la “convivencia” prematrimonial no deja de ser un pálido reflejo y adelanto sucedáneo de la “convivencia” matrimonial. Lo del “vivir con”, que eso significa con-vivencia,no es un “a cata y raja”, si no el definitivo “me quedo con el melón”. No digo esto porque yo esté en contra ni a favor, que óiga, a estas alturas poco me importa… No, lo digo solo para que no se utilice como excusa, naturalmente…
Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com
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