SENSACIONES
(de RadioCultura)
Vivimos tiempos inquietos, volátiles, imprecisos y extraños. Es posible que para una persona joven no lo sean, pues, al fin y al cabo, no conoce otros tampoco con los que establecer comparación alguna, carece de perspectiva, y bien puede creer que el mundo es así, y que así ha sido siempre… Un joven tiene todo el futuro por hacer, pero no tiene ningún pasado, tan solo un presente, y casi tampoco… Eso es lógico, pero lo que no tiene ninguna lógica es que se desprecie el resto como inútil por parte de ese mismo sector social, que, creyendo que lo sabe todo, en realidad es que no sabe nada.
Sin embargo, los de mi edad, a poco que nos esforcemos, sí que podemos establecer, e incluso sentir, llegado el caso, si queremos y nos dejamos, una especie de estatus diferencial, acelerado e inestable, que lo inunda y abarca todo… Y he aclarado “si queremos”, porque en esto se está dando una aparente anomalía, que quizá también sea signo de los actuales tiempos: y es que, en vez de aportar los mayores esa dimensión de perspectiva (vean que perspectiva viene de perspicacia), hacemos todo lo contrario, la obviamos, la despreciamos, y la tiramos a la basura; y nos esforzamos por imitar y parecernos a esos jóvenes que deberían ser los receptores naturales de esa… digamos experiencia vital que enlaza unos tiempos con otros, y que les otorga la adecuada dimensión. No podemos, no debemos, percibir y aceptar lo que podemos comparar. Estamos renunciando a un derecho que es un valor a transmitir.
Pero si nos fijásemos un poco, veríamos esa inaptabilidad e inestabilidad, acelerada y creciente, en la concepción de las cosas, de todas las cosas y en todos los casos que nos afectan… Una especie de desestructuración de la sociedad donde las bases “de siempre”: económicas, educativas, políticas, sociales, etc. cambian y se suceden a una velocidad que se desestabilizan antes que puedan establecerse. Tan es así, que hablar de ”valores” es ya un eufemismo en unas generaciones que se aferran, sin embargo y falsamente, a unas “costumbres” de las que ignoran tanto su origen como su significado. Son los últimos agarres de una sociedad que anda por unas arenas movedizas que ayer eran – o al menos parecían – tierra firme.
Yo, sí que lo noto, y no me da vergüenza decirlo y confesarlo, y proclamarlo… Esa especie de insustancialidad, de precariedad, de inconsistencia, la siento en mi ánimo, y la respiro en cada día que pasa, y que paso… debería decir a cada día que resto a mi ya escaso capital. Es una sensación de vórtice, de vacío, de agujero negro, de cambio, de mudanza, de final. Y soy consciente que esta palabra, “final”, supone algo que se acaba, algo que termina; y pocos, muy pocos, han desarrollado la capacidad de pensar y creer en que cada final trae un principio, que no existe nacimiento sin muerte previa. Llámelo evolución mismo, si así les parece.
Lo que pasa con esa evolución es que puede ser voluntaria o forzada; se puede participar favoreciéndola u oponiéndose; podemos elegir, en definitiva, entre evolución o involución. En esta… por otro lado imparable, tendencia (fuerza) están implicadas dos partes: la naturaleza, el universo, por una, y el ser humano, por otra, y no siempre ambas reman en el mismo sentido. Algunas veces incluso lo hacen al contrario. No creo ser un cenizo si afirmo que las consecuencias de ese proceder es lo que estamos notando… para bien o para mal, ya que son dos extremos de una misma realidad.
Y hablo de sentir y de notar, porque conozco y reconozco a personas jóvenes y fiables, receptoras, sensibles y sensitivas, que lo notan de la forma más palpable, efectiva y violenta, de como el sutil en que yo lo siento: son sensaciones físicas; vórtices de energía que se abren aquí y allá; vibraciones de luz poco comunes; emanaciones energéticas de una naturaleza que ha metido la primera marcha… Una cosa así como para sacudirse la escoria que la ahoga (este símil es de cosecha propia). Lo que quiero decir es que nada ocurre por casualidad, sino por causalidad.
Pero miren ustedes que me leen, tampoco quiero que crean que estos pensamientos son fruto de una mente calenturienta… Pueden leer los libros del eminente sociólogo Zygmunt Bauman, que ha creado escuela. A él se le debe la definición de “tiempos líquidos”, o de “sociedad líquida” (asocie lo líquido a lo inconsistente, y nótese también que líquido viene de liquidar), donde se define de manera racional y científica todo lo que está pasando, si bien aventura poco el por qué está ocurriendo, y menos, el para qué está ocurriendo. Sin embargo, si se adentran en su obra, verán claramente que hay que estar muy ciegos para no ver que, en el fondo de todo, es que no se quiere ver.
“Tiempos líquidos donde las estructuras sociales no perduran lo suficiente como para servir de marco de referencia a lo que pretenden establecer”, puede ser su resumen extractado y comprimido… Bauman define esta sociedad como “fluida y volátil”, llena de desconfianza e incertidumbre; entregada al consumo y al hedonismo porque queremos huir de algo y nos aferramos a otro algo; lo mismo que todo el populismo confundido en izquierdas y derechas; los fanatismos religiosos y los extremismos económicos… Y habla de un “tempus” de aceleración marcado por un “algo”, un factor determinado y determinante, que tiene prisa, para que lo cada vez más experimental vaya rápido y corra a su final…
Naturalmente, cada cual puede matizar y pensar lo que quiera. Está en su muy libre derecho, faltaría más… Pero deberíamos aplicarnos en explicarnos a nosotros mismos, si somos algo más que meros espectadores de todo esto. Si no fuéramos los, aún inconscientes, agentes provocadores. Si tenemos algún arte y parte en el asunto. O si somos responsables en algo de estas secuencias que nos llevan a otras consecuencias… O como decía Aquél otro: si solo somos “muertos que entierran a sus muertos”.
Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com
Comentarios
Publicar un comentario