¿LO DE AYER, O LO DE HOY?

 


(de Kuadros)

En mi época de chiquillo, cuando vivía en otro mundo, otra sociedad, otra vida, esos ritos vivenciales, entonces sometidos a la virulencia de un nacionalcatolicismo dogmático y programático, se preparaban con tiempo, pero se ajustaban a un calendario estricto y constricto, sin permitirse “alargaderas” algunas, como se hace en la actualidad con la Navidad, o la Semana Santa, que comienzan un mes antes en sus celebraciones festivas e inversivas por interés de puro mercado económico.

El Carnaval, como ejemplo, si bien en un principio estaba cabalmente prohibido por la dictadura politicoreligiosa de la época, por ser un tiempo de expansión carnal y pecaminosa, en realidad se tomaba como la espita previa de desahogo prevista antes de otro tiempo de Cuaresma; de castigar la carne para ahormar el espíritu; de cáustica preparación para la Semana Santa… Por eso que lo del “valle de carne”, que eso significa Carnaval, o las carnestolendas, que también se decía, era como una especie de pre-compensación a esa cuarentena cuaresmal de la carne con que se castigaba después a base de ayunos, privaciones y penitencias a mogollón. Como si aquella existencia conllevara pocos en sí misma.

Luego sobrellegaba la Semana Santa. Tiempo de lutos propuestos, tristezas dispuestas y amarguras impuestas; de agónica Pasión y fúnebre acción; de Vía Crucis penitenciales en todas las iglesias y lugares del orbe católico… “Ha muerto el Señor”, se nos decía desde la escuela, el púlpito y la calle con semblante severo… No es tiempo de músicas, ni de risas, ni de bromas, ni de diversión, ni de cine, ni de bares, ni de espectáculos ni de frivolidades. Incluso hablar bajo, en silencio, nada de ruido ni voces altas. Estamos de luto total, se nos advertía. Tampoco eran días de alegría en las tripas: o pagas bula, o los viernes ayuna; y nada de carne, ni de la una, ni de la otra… ni de la propia ni de la ajena. Ni siquiera en el sarmiento del pensamiento.

En la escuela, o desde su secuela, la sacristía, te hacían llegar, cuando te tocaba, el “velar el catafalco”, montado por la Iglesia en las iglesias… Horas de tarde o de noche (yo de mañana laboraba y no triscaba) en pie, firmes, en las cuatro esquinas del mismo, como soldados ante un artefacto cubierto de paños morados, en un clima espeso y ominoso, ni el rictus leve de una jodida sonrisa, te advertían… ¿Me puedo rascar si me pica algo?, preguntábamos, con la mosca, y nunca mejor dicho, en la oreja y en todas partes.

En contraposición, a tan tétricos y patéticos días,, el sábado noche o el domingo en la mañana, se podía dar rienda suelta a todo lo reprimido… hasta cierto punto, claro, sin tampoco pasarse. Eran los de Gloria, “El Señor ha Resucitado”, y tú puedes resucitar también. Algunos vecinos salían a la calle haciendo sonar cacharros; otros tiraban tiestos viejos guardado a tal efecto por la ventana; el ruido ya estaba permitido, ¡aleluya!, ¡aleluya!, ¡aleluya!.. ya nos podemos reír, incluso hasta carcajear. Se nos ha terminado el luto hasta el año que viene, salvo que se nos muera la abuela.

Así era aquella Semana Santa. Les pido, por favor, que lo comparen con lo que hoy es… y les ruego que sean sincero y honestos en sus opiniones, si es que ello les fuera posible. Salvo los ritos y los mitos, nada, absolutamente nada, es igual. No es lo mismo. Se parece como un huevo a una castaña, y no es necesario que emplee más espacio y tiempo en explicar lo que hoy es esa misma Semana Santa, incluso con todos los matices que los bienpensados justificadores quieran adornar la brutal y enorme diferencia. ¿Quieren decirme qué es tradición, y qué no lo es, por ejemplo?..

Porque si analizamos lo que se plantea por devoción, aún es más peliaguda la cosa… Ayer se decía que lo era, y hoy también se dice que lo es; y no creo yo, por pura lógica, que dos cosas tan drásticamente opuestas puedan ser lo mismo. El sentido común dice que una de ellas, al menos, es falsa, ¿no?.. Yo, desde luego, no voy a señalar, y prefiero que sean los que me leen los que dialoguen en la Paz de San Serenín del Monte, mojando sus bizcochos en el tradicional chocolate. Es un muy interesante tema.

Pos mú mal hecho”, me dice un prójimo próximo. “Está mal tirar la piedra y esconder la mano”, remacha el suscrito… Pero es que mi pobre y humilde opinión no le otorga el más mínimo signo de rigor devocional a ninguno de los extremos, mire usted… El primero, por el simple hecho que era todo bajo brutal obligación, y lo que es obligado será cumplido, pero no es sentido. Y si nos vamos al segundo, a lo de hoy, yo veo mucha fiesta, mucho ocio, mucho selfie y narcisimo, hedonismo y juerga pura. Pero lo que es devoción, por ningún lado. Fanatismo, sí, entonces y ahora; integrismo, también, pero tampoco eso es devoción. Un gran hispanista, creo que fue Ian Gibson, dijo que “la devoción de los españoles la centran en la tradición”, pero que lo segundo no es, en modo alguno, lo primero. No, no lo es. Existe una gran y enorme diferencia. Nuestra devoción nos viene por el “recocimiento”, no por el reconocimiento.

Y lo que se cuece, según la Iglesia, y lo que se vende, naturalmente, es la Resurrección de Cristo, pero apuntando al Cuerpo de Cristo, que no tiene mayor importancia que la materia que utilizó para manifestarse, y nada se dice de lo que en realidad importa: Su Espíritu, que, por cierto, al ser inmortal (como el de todos) no resucita para nada, sino que sigue en su evolución. Le damos culto a su Cuerpo como se lo damos al de sus imágenes… Acaparan más nuestra atención sus cientos de advocaciones distintas y sus aventuras y desventuras que su Mensaje, que, por otro lado, han hecho lo imposible por alterarlo conforme a sus intereses de influencia y dominio.

Como con la Navidad, o con cualquier otra fiesta de la catolicidad (permítanme respetar, al menos, lo de cristiandad) se hace lo mismo. Antes era solo dogma y horma. Ahora nos dan a elegir entre dogma y folklore. Incluso bendicen su rentable (que no respetable) hermanamiento.

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ – www.escriburgo.com – info@escriburgo.com

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