RECORDANZAS

 

No me acuerdo bien a qué fiesta, o proximidad de fiesta, se debía aquella ostentación… Pero allí estaba mi vecino de tres calles, P.Z., firme, impecable, gallardo, impoluto, circunspecto, con su uniforme: excelentes botas de suela de goma y buenas calzas grises y largas; pantalón caqui cerrado en correa ancha y negra, con cinto chapado de hebilla con aguilucho cromado; camisa azul con yugo y flechas en rojo sobre bolsillo izquierdo de solapa; con chorreras verdes sujetas de sus hombreras abotonadas; y tocado por una boina roja, ladeada, con su latón grabado y prendido al frente…

Así, cualquiera”… pensaba yo a mis pocos años, y no exento de cierta y lógica envidia. En ciertas fechas aparecían alguna docena de chiquillos montando guardia, o en formación de trompeta y tambor, por ciertos lugares del pueblo, pero a mi casa no llegaban nunca arreos con que engalanar mi penosa talla… Nunca pregunté a mis padres, pues pronto intuí las razones de por qué me pateaban el culo cuando me arrimaba a Falange a patear a mi vez el viejo cuero del único balón disponible por los alrededores de la escuela… Y allí estaba yo aquel día, en el atrio de la iglesia, mirando y admirando a P.Z., parado cual estatua frente a la Cruz de los Caídos, que no sabía de dónde habían caído, ni quiénes ni por qué, mientras él me devolvía una mueca de franco orgullo…

Cuando llegaban los veranos, mientras en casa (o lo que aquello fuera) me armaban y forraban mis hechuras de periódicos a modo de supervivencia, en las afueras montaba su campamento el Frente de Juventudes, que por las tardes bajaban en perfecta formación y gran despliegue y alarde de fanfarrias… “Claro, así cualquiera”, seguía rumiando mi pensamiento en la sana – o insana – envidia de vestir un uniforme; airosos uniformes que parecían imantar a las chiquillas, por cierto… o eso me parecía a mí también, naturalmente, cuando entonaban con toda la bizarría de sus “dós” de pecho los Caralsoles o cualesquiera otros himnos, marcial el ademán…

En aquellos días de aquellos almanaques, hubiera dado un ojo de la cara por sentirme uno de ellos. Por formar parte de cualquiera de aquellos pelotones de zagales orgullosos de su pertenencia a un algo superior, y, por lo tanto, también de presumir y de compartir… “Ahí aprenden lo que es disciplina”, decían algunos de ciertos mayores (como si mi disciplina diaria fuera moco de pavo). Yo empezaba a comprender, pero no a entender…

Comprendía determinados comentarios, pero no entendía ciertos silencios y sombras en las miradas, que pesaban como losas. En un pueblo en tiempos de posguerra; guerra donde una parte había vencido y machacado a otra parte, pronto aprendes a que callar es como respirar; y el no preguntar es mejor que saber lo que no que nadie quiere recordar. Todo eso, un crío lo capta por intuición; un joven lo rechaza por rebelión; y un adulto lo acepta por reflexión… A estas alturas, ya he pasado y traspasado los tres estadios sobradamente, y ahora me sobra cuanto creí que entonces me faltaba.

Naturalmente, pasados los años y sobrevenida la madurez (entonces se maduraba más y antes que ahora, por cierto), fue cuando el uniforme me lo dieron, lo quisiera ya o no lo quisiera, llegado el momento del Servicio Militar Obligatorio. Entonces ni siquiera tuve la opción de elegir… Pero aún me preguntaba por qué se me rechazaba en uno y se me obligaba en otro, y dónde estaba la lógica, o dónde el sentido común, si es que existía algún tipo de razonamiento. Pero no… tampoco hay que buscar lo que no existe, me dije a mí mismo. Poco tiempo para tal mudanza en el carácter de un zagal; muy poco tiempo para madurar en tan escaso recorrido.

Hoy se necesita más espacio para aprender, y yo espero, y así lo deseo, que todo sea para mejor y por el bien de los que nos han seguido a los de mi quinta, ya de Cascorro el viejo, y de los que ahora siguen a los que me siguieron a mí… Pero me parece que hemos pasado de puntillas sobre experiencias generacionales sin haberlas madurado, ni, por lo tanto, entendido, ya que ni siquiera hemos sabido enseñarlo… El transmitir correctamente a los que nos siguen los errores y los aciertos es parte de una educación integral en la enseñanza de la Historia, para no tener que repetir lo que no hemos aprendido.

La ignorancia no es buena maestra… Hoy se les pregunta a los jóvenes sobre los qués y los porqués; y sobre lo que fué… los motivos, causas, consecuencias, lecciones asimiladas, etc., y nadie tiene ni zorra idea de nada. Se ha querido borrar una parte de la Historia común de la sociedad de la que venimos y formamos, o, lo que aún es peor, mucho peor, se ha querido falsear con historias que no existieron, o que sucedieron al revés de como las contamos; y da el resultado de lo que tenemos hoy: un pandemónium de lecciones mal aprendidas y peor contadas que nos devuelven a un punto que, al menos aparentemente, parece repetirse.

La polarización actual que existe en la ciudadanía, y que tiende a sus extremos, ya la hubo anteriormente. Y es un paso atrás en la evolución humana… La tendencia a volver a unos principios fascistas de entender la política social es un reflejo de ellos. Ahí mismo tenemos las intenciones de voto. Estamos urneando – y horneando – opciones totalitarias y absolutistas para afrontar problemas que entonces desembocaron a una guerra civil, en nuestro caso, y en una mundial después. Y de lo que parece no recordarse lo que nos llevó a ellas. Lo que hay detrás no es otra cosa que un mal, pésimo diría yo, aprendizaje de la Historia.

Me gustaría estar equivocado en mis apreciaciones; desearía que todo fuera un error de mis pensamientos y elucubraciones; un cálculo fallido… Ojalá y así fuera. Pero lo malo de tener memoria histórica es el deber de saber ejercerla. Hemos creído que lo mejor era borrarla, olvidarla y reescribirla. Sin embargo, los resultados, salvando las distancias y las circunstancias, naturalmente, parece volver a repetir las situaciones poniéndolas en escena de nuevo. A mí, personalmente, me parecen demasiado obvias como para no advertirlas… Mi edad me aconseja mirar para otro lado y volver la cara al hedonismo que se nos ha puesto, si no impuesto, para el logro de tales objetivos. Y dada la cercanía de mi gatera de salida, puede que mejor sea así, aunque mi miedo es tener que vivir otra vez lo ya vivido y sobradamente aprendido…

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com

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