TONTOLHABAS
El otro día solté en un lugar público la palabra “negro”, refiriéndome a una persona que había estado allí, y casi todo el mundo me miró horrorizado, como si hubiera largado el peor de los insultos. Es curioso. Somos uno de los pueblos peor hablados del mundo, pero políticamente correctos en cuanto a la hipocresía del lenguaje se refiere. Hay que utilizar eufemismos idiotas como gente de color, o subsaharianos si son nuestros, o afroamericanos si son de Obama. A los blancos de EEUU no les llaman euroamericanos, que yo sepa, ni a nosotros arioeruropeos, ni ninguna gilipollez por el estilo. Yo no me molesto en absoluto si un negro me llama blanco, si no que me escamaría si usara una sutileza imbécil como “gente descolorida”. Entonces, ¿porqué nosotros somos para con ellos tan tontucios?..
Un ejemplo: Antes, cuando yo era un crío, se utilizaban definiciones como mutilados, tullidos, lisiados – habían hasta caballeros mutilados, si éstos tenían carnet azul – que luego, por un falso pudor, pasaron a llamarse minusválidos. Pero como el paso del tiempo se encarga de hacer incómodas las palabras que definen un hecho que calificamos negativo, y somos tan necios que culpamos a las palabras y no al hecho, pues la volvemos a cambiar por discapacitados. Ahora, otra vez empezamos a mirarla mal, y comenzamos a usar lo de disfuncionales, palabreja a la que habrá que buscarle sustituta en un futuro próximo. Pero lo cretino no reside en las palabras, si no en la gente que las mal-utilizan. Lo sucio, la mancha, no está en el significado de las cosas, si no en el cerebro del que las define. Lo negativo, si acaso, está en la enfermedad, no en el nombre de la enfermedad, ni en la persona que la padece, tampoco.
Otro ejemplo: También antes, se usaba “retrete” (muy bien usado además, pues viene de “retro”, detrás) cuando se quería definir el lugar donde se ejercía la actividad común del animalario humano de defecar. Los más cultivados, al menos en apariencia y posición, que no deposición, utilizaban la cursilería de “excusado”. Pues bien, la palabra que entonces se consideraba un extrajerismo absurdo era “váter”, por venir de un anglicismo, wáter-closed, agua encerrada, en clara referencia a una cisterna que apenas existía. Bueno, pues ahora es al contrario. Al revés. Lo que nos parecía incorrecto lo consideramos correcto, y lo que veíamos incorrecto nos resulta lo correcto. Y abominamos como vergonzoso lo que era lo más naturalmente descriptivo: retrete… de retranca. Pero no… no me vengan con lo de “aseo”, porque eso sí que es una flagrante incorrección. Asearse significa lavarse, no aliviarse. Son dos cosas diferentes. Son dos actos distintos. Otra cosa es que sea socialmente aceptado como tantas tontas tontadas, que, al final, toman carta de naturaleza sin que nadie se moleste en analizar semejantes absurdos. Y se aceptan, sí, vale, pero no son lo que significan. En modo alguno.
Lo mismo pasa con los ciegos, que no sé que de ofensivo tiene la palabra para avergonzarse de ella u utilizar la de invidentes. O que ya no existan sordos, si no personas con deficiencia auditiva. Ni los cojicos de toda la vida, si no gente con movilidad parcial, óiga, porque los paralíticos son con inmovilidad funcional. Y hasta los mudos he leído que son de discapacidad fónica… ¡Hay que joerse..! Ya puestos, yo me pregunto, al tonto que tantos hay, ¿cómo llamarlos?, ¿persona de escasa dotación cerebral?, ¿quizá sesidisminuído?, ¿acaso craneoenano?, ¿o mejor taradín de tarascón?... Yo, personalmente, prefiero llamarlos tontolhabas, mirustezzz…
Y toda esta memez de cogérsela con papel de fumar, todo este loco eufemismo descontrolado, hipócrita y cutre, se produce en un país donde, como decía Javier Marías en uno de sus magistrales artículos, soltamos auténticos rebuznos y nos jactamos de ello como asnos, en programas de máxima audiencia pero mínima decencia. Como los que cita, “digo lo que me sale del chichi”, o “pongo los huevos sobre la mesa”, o la inefable frase “como me sigas haciendo chorrear me van a salir escamas en el potorro”. Esta infame degradación del lenguaje y de la moral, estas expresiones chabacanas, ordinarias y soeces que los desilustrados guionistas meten en sus mamarrachadas de obras, en sus desgraciados personajes, y que los productores airean en sus escaparates de calidad bajuna y rastrera, encima hacen reír al personal. Lo zafio se considera gracioso.
Pero eso sí, diremos “me cago en el jodío disfuncional” en lugar de ciscarse en el puñetero manco. Tenemos un falso respeto por lo políticamente correcto, y no tenemos el menor respeto por nosotros mismos. En el fondo, creemos hacer gracia, pero tan solo damos lástima.
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