LA MUJER DE JESÚS



Poco tiempo después de tener escrito el de “Celibatos”, y antes de su publicación en esta columna, aparece en los medios de comunicación la noticia del reciente hallazgo de un papiro del s.IV, copia de otro anterior, que apunta la posibilidad de que Jesús estuviera casado, al transcribir en él sus supuestas palabras aparecidas en el mismo “… mi mujer… puede ser mi discípula también…” dirigidas a sus apóstoles. La casualidad, o causalidad, o el puñetero don de la oportunidad que tengo, hizo que, al solaparse las dos cosas – artículo y noticia - , ambas tan relacionadas entre sí, la contestación al primero fuese más animada que de costumbre, dadas las referencias con la segunda.
                   Ni qué decir tiene que este descubrimiento, anunciado por la Dra. Karen King, de la Universidad de Harvard, movilizó a seguidores y detractores por igual. Y ni qué decir tiene también que la jerarquía católica se apresuró a negar semejante eventualidad, toda vez que su doctrina se ha construido sobre todo lo contrario. Es lógico. Sin embargo, independiente de la veracidad del supuesto o no, y de la interesada postura de la Iglesia, lo cierto es que la realidad histórica y documental nos muestra una obstinación y casi enfermiza  voluntad por parte del Magisterio en relegar el papel femenino relacionado con el Mesías, y por ende extensivo a todo su género, a no más de unas “santas mujeres”, como última referencia.
                   Pero la verdad es que, entre los Evangelios Gnósticos (1896, Carl Reinhart), autentificados en 1.955 por Karl Schmidt, en el Museo Egipcio de Berlín, aparece el Evangelio de María, que deja meridianamente claro que la Magdalena no era, precisamente, lo que dice que era los Canónigos. Esto es abundar más sobre lo mismo. El que sus contemporáneos judíos no evidenciaran el estado del Maestro bien puede ser porque lo socialmente bien visto y mandado era estar casado, así como el varón célibe era recusado, por lo que lo lógico sería dejar constancia de lo anormal, pero no de lo que era normal. Lo que pasa es que el constructor del cristianismo, San Pablo, misógino empedernido, declarado y probado, desterró a la mujer, la mandó callar en las asambleas y la sujetó al marido, y eso, claro, no encajaba en absoluto con que María de Magdala pudiera ser esposa y discípula de Jesús, el Cristo…
                   El que la posterior reata de Padres de la Iglesia reafirmaran la tésis paulina, era lo más cómodo y conveniente a los intereses de una Iglesia regida por el más trasnochado machismo. San Agustín dejó escrito que “el marido ama a la mujer por ser su esposa, pero la odia por ser mujer”, como aviso para navegantes… Santo Tomás de Aquino, para no quedarse atrás, que “la mujer es un hombre malogrado”. Por si quedaban dudas, San Juan Damasceno soltó “la mujer es una burra tozuda, un terrible gusano en el corazón del hombre. Ella expulsó a Adán del Paraíso…”. San Ambrosio remachó “la vida conyugal es incompatible con una carrera en la Iglesia. Incluso un buen matrimonio es esclavitud”. Así, un largo etcétera hasta llegar al moderno San José María Escrivá de Balaguer (Opus Dei), ya un poco más atemperada la cosa, “el matrimonio es para la clase de tropa, no para el estado mayor de Cristo”… Hay que joerse con los santos estos, señores monseñores.
                   En la actualidad hay cantidad de teólogos… y teólogas (Juan José Tamayo, Margarita Pintos, Jesús B. Liébana, etc.) que admiten abiertamente la posibilidad de matrimonio entre Jesús y María Magdalena. De hecho, en el primer siglo del cristianismo, la normalidad era estar casado y tener descendencia, y que el Fundador lo estuviera, fortalecía la institución familiar. Pero que el Vaticano reaccione visceralmente a todo lo que huela a bacalao… digo a sexo, es porque tira por tierra cuanto fundamento cristológico de celibato ha impuesto al sacerdocio, porque pierde justificación su exigencia de juramento de sometimiento al compartirse con una familia, y porque desmonta la visión negativa, oscurantista y represora que la Iglesia ejerce sobre la sexualidad de las personas… Pero, en el fondo, solo es una cuestión de poder sobre el ser humano… Nada más, y nada menos, que eso.
                   Por esto que éste enlaza con el escrito anterior del que hago referencia al comienzo. Así que aplíquenlo al mismo cuento aquellos a los que iba dedicado. Y aplíquenselo a sí mismos todos aquellos que me leen… Que aproveche, pues.

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