NUESTROS PARTIDOS
Parece ser que el
pueblo está harto de sus políticos. O, al menos, eso sale en las encuestas, se
comenta abiertamente en los mentideros, y eso mismo gritan en las calles. Estoy
seguro que es cierto, pero dudo que sepan el porqué con meridiana claridad.
Cuando los asuntos de bolsillo iban viento en popa y había mamandurrias para
dar y repartir, nadie protestaba ni criticaba nada a ningún político. Las cosas
han venido a punto de divorcio cuando esa mamandurria no llega a todos y se queda
solo para los que se inyectan al sistema y parasitan de él como saben y pueden.
Y la representación política, reconozcámoslo, se presta a ello divinamente.
Pero el núcleo del problema
no reside en la democracia, si no en la partitocracia. Veamos si es o no
cierto. Cuando terminó el modélico período de transición en España, los
partidos políticos cumplieron a la perfección su cometido como transmisión y
representación de la voluntad popular. Fueron inmaculados y actuaron con
nobleza entre ellos y para con ellos mismos. Como debe ser. Lo que pasó después
es que, saltados los ochenta, esos mismos partidos tejieron leyes para formar
una telaraña de dominio cuasi absolutista. Controlaron el sistema judicial, las
comisiones reguladoras de los mercados, las cajas de ahorros, el Tribunal de
Cuentas, la financiación de partidos, sindicatos, organismos y empresas
públicas, consejos de administraciones de grandes corporaciones privadas…
Esta colonización lleva,
inevitablemente, a corromper el propio sistema, conformándose los partidos en
clubs vips donde se reparten gabelas y desde donde se controla el poder a
través de sus exclusivos y exclusivistas miembros, dominados por consignas de
obligado acatamiento que alienta y favorece el arribismo político y el servilismo
dogmático, donde se destierra la competencia y se castiga la disidencia. No se
buscan ya a los más capaces, si no a los más leales por interesados. Se
desprecia al mejor, al generoso, y atrae como moscas al inútil, al mediocre, al
pícaro y al aprovechado. Eso es lo que ha pasado. Por eso mismo la clase
política se ha convertido en este país en un elitismo de clan, cada vez más
ajena y alejada de la ciudadanía común. Los partidos políticos, al menos aquí,
han pasado de ser parte de la solución a ser parte del problema.
Y, el caso, es que los
partidos políticos son necesarios para la democracia. Esa es su servidumbre y
su grandeza. Lo malo es la amenaza de convertirse en cáncer del propio sistema
democrático cuando intentan convertir la democracia en pseudodemocracia. Es
como las asociaciones celulares para el organismo humano. A través de ellas se
transmite la vida, pero cuando mudan en un desarrollo anómalo, una sola célula
puede causar también la muerte de ese mismo organismo… Pero está claro, se me dirá,
que los ciudadanos tienen el sagrado derecho de asociarse según sus distintas
ideologías y a defender sus opciones… Sí, es muy cierto, pero siempre desde un
respeto que se ha perdido, desde una lealtad que se ha secuestrado, desde una
honestidad que se ha desterrado, desde un objetivo común que se ha olvidado…
Los partidos han subvertido valores y significados y han dado cambiazo a
ideología por ideolatría, y eso, llevado a las urnas, a dictado de carnet, es
votar más con la obediencia que con la inteligencia… es más esclavitud que
libertad.
Dice el magnífico columnista
Javier Cercas, que el problema se resuelve cuando los partidos se hagan el
harakiri como lo hicieron las cortes franquistas en su día, en un heróico
autosacrificio, volviendo a la pureza inmaculada de sus inicios. Yo, muy
respetuosamente además, dudo mucho que fueran capaces. La responsabilidad
generosa de aquella época dista mucho de la mezquindad egoísta de la actual. Mi
propuesta es más directa y sencilla, la he dicho muchas veces: Listas Abiertas. Que el pueblo pueda
elegir a los que cree más honestos, más capaces, más libres… Que el pueblo los
obligue a cohabitar con lealtad en busca solo del bien común, no por el bien de
partido. Que el pueblo recupere su legítimo derecho a acertar o errar él mismo,
sin falsas tutelas interesadas. Que ningún partido pueda imponer a ningún
pueblo una lista hecha y cerrada. Que nadie elija por nadie. Y que el digno
patrimonio de los partidos solo sea la capacidad de su capital humano ofrecido
a la sociedad…
Yo sé que es jodido para
ellos, sí, es cierto, pero no es tan difícil, créanme… no lo es.
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