LO QUE NO DIJE

Recientemente, en el acto en que COEC me impuso la insignia de oro… por servicios prestados, ya saben, en mi intervención repetí una parte que alguno ya me había oído en otra ocasión: una recomendación de Pérez de Lema a la vieja guardia que inició esta aventura hace más de 25 años, y recogidas a vuelapluma por mí sobre una servilleta de Los Habaneros con ocasión de una de aquellas interminables comidas-batalla que jalonaron la cimentación de aquel ilusionado e ilusionante proyecto. Y me felicitó algún que otro asistente por mis palabras, qué cosas… Si bien es cierto que omití una buena parte de la cita.
                   Antes de levantar mi culo de la butaca para acometer mi minuto de oro, mi esposa me lanzó la advertencia: “cuidado con lo que dices”… Quizá a ella se deba lo que me callé. Así que tuve que parchear y recomponer mi discursillo sobre la marcha, a fín de que no se notara mucho el corte.
                   Pero a lo de su consejo de “ayudaos mutuamente, creced juntos, sed clientes los unos de los otros, progresad unidos, colaborad entre vosotros, haced negocios entre sí, sed solidarios entre todos…” que sí que dije, le siguió una sentencia que no dije: ”… porque nadie por los que vais a luchar os va a devolver nada de lo que tan generosamente vais a sacrificar”. Luego, eso sí, remató con el “dad ejemplo entre vosotros de lo que debe ser una verdadera comunidad empresarial”.
                   Y es cierto. Pocos, muy pocos, creen que exista gente dispuesta a sacrificar parte de sus cosas por los demás, y muchos, muy muchos, creen que lo hacen para sacar partido y obtener provecho de ello – y no les faltan malos ejemplos, desgraciadamente – así que tampoco yo les culpo por pensar así, aunque siempre ha sido más fácil criticar que ponerse a trabajar. El problema es cuando los propios empresarios no actuamos como debiéramos. Yo mismo, a lo largo de estos 30 años, en mi pueblo, en Torre-Pacheco, he intentado docenas de veces implantar esas sinergias de colaboración empresarial, de cooperación sectorial, y he fracasado siempre, sistemáticamente, rotundamente, repetidamente…
 Por eso mis dudas de merecer nada. De ahí que, al sincerarme de ello con una persona cercana al llegar al lugar del acto, y ella responderme “pero tú le has dado muchas cosas durante mucho tiempo a la Confederación…”, no pudiera evitar pensar que exactamente las mismas cosas que durante el mismo tiempo le quité a mi trabajo, a mi propio bolsillo,  a mi propio negocio, a mi familia, y al hijo que hoy hereda tal horfandad… Con lo que aún me sentí más indigno todavía. Así pues, lo que dicen que me deben, debo yo. Que para dar a unos, a otros he quitado. Ni más ni menos
Yo sé muy bien que, a los que libramos estas guerras, no nos obliga nadie a librarlas. Lo hacemos porque queremos, o porque creemos que debemos. Por lo tanto, nadie nos ha forzado a ello y nadie debe nada a nadie. Y es verdad. La paga vá con la fama, nos la hayamos labrado buena o mala. Y la voluntariedad se cobra a sí misma por sí misma. Sin embargo, cuando unos te juzgan merecedor de reconocimiento, uno a la vez se juzga (y se condena) por el íntimo reconocimiento que lo ha hecho mal para con los suyos y, encima, no lo ha hecho del todo bien para con esos a los que quería ayudar pero no ha sabido transmitirles lo más esencial y precioso del mensaje.
Así que dije la parte amable de la cita, por lo amable de la ocasión y lo amable de la concurrencia, y me reservé la parte crítica, ácida, pero certera como sus oráculos, de las palabras de don Manuel. “Hacedlo por vosotros y entre vosotros, pues ellos no harán ni por vosotros ni tan siquiera por ellos mismos, aunque debieran”, que es otra manera de interpretarlo. Y por eso también desvié mi homenaje a los que en realidad pagan nuestra generosidad, en vez de decir “no me lo devolváis a mí, devolvedlo a quienes se lo debo”, que son palabras más duras.
Mi hija siempre me dice que mis verdades duelen por cómo las digo. Lo que pasa es que decir ciertas cosas desde el corazón sin herir, es relativamente fácil ante un gran auditorio, pero tremendamente difícil en la distancia corta. Es como un tren de cercanías. Si lo haces pasar por la estación de la oratoria, puede llegar buen a destino, pero entendiéndose a medias, y si prescindes de tal apeadero, puede llegar a entenderse, pero descarrilando. Así que escrito queda aquello que no dije. Y dicho queda lo que entonces callé. Y los porqués de lo que no mencioné. Y el desarrollo de lo que solo dejé entrever… Y es que un minuto, por muy de oro que sea, bien puede encerrar 30 años de experiencia, pero nunca podrá cerrar una lección de 30 años.

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