SACRO BANCO DEL SACO
Que los
escándalos financieros vaticanos terminen todos en un agujero oscuro es normal.
Desde el affaire de la Logía P2 y el escándalo del cardenal Marcinkus, que
acabó con el banquero Calvi ahorcado bajo un puente, a la actual movida del
mayordomo Paolo Gabriele y de un director, Ettore Gotti, escudado tras
documentos en paradero secreto como seguro de vida contra la posibilidad de
otra soga y otro puente, su final siempre es el silencio más ominoso. Las
cloacas de la Curia (lo aclaro a quien no sepa: curia viene de corte) están llenas
de cadáveres que ya no cogen en los armarios. El poder y el dinero – tanto
monta, monta tanto – son grandes productores de fantasmas. Así que cuando el
palacio marida con la saca produce el matrimonio perfecto de la oligarquía con
la finanza. Y si ambos unen en santidad, entonces ni les cuento.
Porque eso ya no se trata de un
banco más. No es, en modo alguno, un banco al uso, un banco cualquiera donde un
ciudadano cualquiera puede entrar y salir, abrirse una cartilla de ahorros, una
cuenta donde domiciliar su menguado sueldo y el pago del agua, la luz o el
colegio-los-críos, un banco con ventanillas, y mesas delante de un señor que te
invita amablemente a sentarte para escuchar mentiras, no… No es eso. El IOR,
Instituto de Obras para la Religión, sito muy apropiadamente en el Torreón de
Nicolás V, solo es accesible a clientes avalados por la propia Sede Santa. Su
pantalla son las parroquias, las asociaciones e instituciones católicas, las
obras religiosas, etc., pero sus estatutos y acuerdos offshore con las autoridades monetarias le permiten actuar y operar
al margen de cualquier tipo de control externo.
Su opacidad excede a las tristemente
conocidas entidades radicadas en Suiza, Singapur, Luxemburgo, Bahamas, Islas
Caimán… como recepcionistas de evasiones de capitales y blanqueo de dinero
sucio. Exactamente igual que esos perversos
paraísos fiscales, el IOR garantiza a sus exclusivos clientes discreción
absoluta, transacciones invisibles, alta autonomía operativa y toda la
inmunidad del urbi et orbe. No existe mayor opacidad en ningún otro banco del
mundo, y no lo digo yo, lo ha dicho Bruselas…
El Estatuto del IOR impide que ningún alto
cargo vaticano controle la entidad. Ni siquiera el todopoderosísimo Secretario
de Estado. Solo el Papa puede establecer los filtros y comités que manejen la
información. Otra cosa son los interesados o no interesados escapes. Juan Pablo
I promovió en 1.990 qué tipo de clientes podían tener cuenta, cómo y de qué
manera y madera, dejando claro, muy claro, que no interesa saber la procedencia
de los fondos, siempre que se asegure “para obras de caridad”… Santo punto
redondo. Además, el banco garantiza que los dineros depositados en él siempre
estarán libres de cualesquiera tipo de impuestos. A Dios lo que es de Dios, y a
los hombres de Dios lo que es del César.
Esto lleva a hacer virtud del delito. En su
artículo 2 el IOR “permite libertad
absoluta en la forma de administrar y custodiar bienes transferidos por
personas jurídicas para usos religiosos”, sin respetar la legislación
internacional sobre evasión, levantamientos fraudulentos, transacciones
patrimoniales delictivas, blanqueos, etc. En otras palabras, la banca vaticana es
el lugar y el hogar idóneo para que ladrones, criminales y cualquier mafia
depositen sus robos con total impunidad. Y ya lo hacen de mucho tiempo acá las
napolitana, siciliana y calabresa, al menos que se sepa.
Todo esto está totalmente demostrado y
perfectamente documentado, tanto por el investigador Eric Frattini como por el
receptor documental de Paoletto, el periodista Gianluiggi Nuzzi. La cuestión
es: ¿cómo es posible conciliar estas prácticas con el espíritu evangélico?..
¿cómo no querer ver..?, ¿cómo se explica que millones de personas puedan
justificar tamaña barbaridad?.. Lo uno y lo otro son claramente incompatibles.
Ya el tesorero de Jesús vendió a su propio Maestro por un incremento del activo
procedente del fondo de reptiles sacerdotal de la época. ¿No estará ocurriendo
exactamente lo mismo hoy?.. Es muy curioso que aquel escriba económico
terminara también ahorcado, si bien con la diferencia de que Judas lo hizo por
su propia mano, y a los actuales les echan una mano. Para estos detalles son
muy suyos, y la tradición les pesa mucho.
Cuando el Cristo dijo a sus seguidores que
vendieran su patrimonio y repartieran los pelucos entre los pobres, cuando
mandó que el que tuviere dos túnicas largara una, y que con un solo par de
sandalias iban que se las pelaban, no sé en quienes estaría pensando el buen
nazareno. Desde luego en la iglesia que se aherrojó su heredad, no. En sus
fanáticos interpretadores, no. En sus dogmáticos fariseos, no. En sus representantes
exclusivos, no. Menos mal que Pedro alumbró una buena casta de sucesores que
corrigieron tamaño disparate, que si no… ¡Menuda ralea!.. Así que los Reyes, Magos
del estraperlo, se sacudan el oro en el portal, y al incienso y la mirra que
les vayan dando pá la boina.
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