LA TÍA JULIA Y EL ESCRIBIDOR - I

La tía Julia y el Escribidor no es solo una novela. Aunque lo parezca. Es una parte de la propia biografía del autor. Quizá la parte más significativa en cuanto al inicio de su andadura en el mundo de las letras.
El Escribidor es el propio Mario Vargas Llosa, Varguitas en aquella época de los años cincuenta en su estrecha y limitada sociedad limeña. Julia es una prima mayor que él, la tía Julia entre sus pequeños parientes, de la que se enamoró… y creo que no solo de manera personal, sino incluso literariamente, de ella, y con la que, tras vencer serias resistencias familiares, logró casarse. Y que, sin duda, influyó enormemente en su madurez como autor. Fue su primera esposa. Y pienso que, desde ese mismo punto, Varguitas se convirtió en Vargas, y el escribidor eclosionó en escritor.
Por eso mismo, La tía Julia y el Escribidor es más que una simple novela más. Es también el autoanálisis de un jovenzuelo que partió de sí mismo colaborando en la factoría de un productor de folletines radiofónicos, en una singladura cuya arribada aún está por escribir en la bitácora del barco de su existencia. Lo que pasa es que en Vargas Llosa se da la síntesis literatura/mujer, cuyo patrón suele repetirse en ciertos autores, sudamericanos y contemporáneos a él por cierto, y que resulta ser una simbiosis de enorme creatividad. En ellos – es muy curioso – literatura tiene nombre de mujer, y en él, la literatura se llama Julia.
Pero no… No se trata de las manidas musas, que son seres ideales e irreales, no es eso, no… Hablamos de mujeres reales, de carne y hueso, con sus virtudes, defectos, manías y querencias. Hablamos de otra cosa. Hablamos, quizá, de partes complementarias. La tía Julia y el Escribidor es una situación inicial, de partida, donde Julia es una pieza fundamental para transformar a Mario de crisálida en mariposa. Es ésta, y no otra, la clave. Es éste, y no otro, el mensaje no escrito que en la tía Julia y el Escribidor deja M. Vargas Llosa vagamente flotando en el terreno de la intuición.
En fín… Somos muchos los escribidores… quizá demasiados, o quizá demasiado pocos, no sé… Pero son muchísimos menos los escritores. Existe una dimensión de por medio. Puede que todo un universo. Y no son lugares, tiempos, personas o circunstancias concretas establecidas dónde, cuándo y cómo se han de buscar. Las dimensiones están, y los universos se encuentran… o no se encuentran, simplemente. Lo demás es pura anécdota. La tía Julia y el Escribidor forman ese universo aparte, esa dimensión única, donde Marito, como le llamaban en la intimidad, encontró su propia estela por donde navegar.
Pero las estelas son hilos del universo, hilos en la mar, y existen tan infinita cantidad como seres humanos sobre todos los mundos. Tampoco tienen porqué estar hechas de sangre, de carne, ni de nombres. Solo están ahí, y sin ser navegables para todos, sí que todos tienen su propia estela, se tropiece o no se tropiece con ella. Cuenta Vargas Llosa en La tía Julia y el Escribidor sobre un niño que jugaba al fútbol con gran fruición, y en el que sus allegados veían – mejor deseaban ver - a una futura estrella del deporte. Pero un día, el crío les aclaró el concepto: a él no le interesaba llegar a ser un famoso futbolista, lo que en verdad le fascinaba era la labor del árbitro.

Escritores y escribidores tienen… quizá tenemos (es una tremenda osadía por mi parte) la curiosidad por el arbitraje de las jugadas, y sin embargo, creo que tampoco es eso, no… Me parece a mí que nuestra atracción está en la crónica del partido. La tía Julia es la que fue el árbitro del Escribidor, y éste, el reconvertido en escritor, el excelente cronista de todas las tías Julias y sus escribidores.

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