DE LA SANIDAD
La alarma ya
está dada. Los expertos aseguran que nuestro sistema público de salud está
tocado, si bien que no hundido. Pero está dando las últimas boqueadas, al menos
como modelo. Si antes de desencadenarse la crisis, en plena bonanza económica,
los números no salían ni de coña, hoy, con la deuda pública que debemos y las
circunstancias actuales, sencillamente, es imposible mantenerlo tal y como
ahora. Los recortes habidos en sanidad, no solo no se retrotraerán, si no que irán
a más. No lo duden, es inevitable. Las 14.000 camas trincadas, los servicios a
medio gas, si no cerrados, las reducciones de personal médico, las cada vez más
extensas e insoportables listas de espera, es tan solo que el principio de un
final anunciado.
La negación o el disimulo de esta
realidad es nada más que manifestaciones de claro interés político y
electoralista que no se sostienen por sí mismas, y los motivos que nos han
llevado a esto son cada día más indisimulables. La mala administración, los
intereses profesionales, el corporativismo, el gasto desproporcionado, el
descontrol… todo ha ayudado a que el globo se desinfle más rápido de lo que
hubiera sido por el solo efecto de la crisis. Los estudios auguran un aumento
paulativo e imparable de los copagos en todas las áreas de la sanidad pública
porque el modelo ya no puede financiarse, y el déficit es más acusado conforme
avanza el tiempo.
Por otro lado, y dado el
empobrecimiento general de la ciudadanía, el acudir a la sanidad privada
resulta onerosa e imposible para cada vez más personas. Pocos pueden permitirse
el lujo de suscribir una póliza hoy en día. Los jubilados, por mal ejemplo,
tras muchas décadas de rendir pingües beneficios a las compañías, nos
duplicaron y triplicaron la cuota al cumplir el emeritaje. Ya no éramos
rentables. Somos deseados sanos, pero no somos deseables con goteras, así que
nos piden lo imposible para que nos desahuciemos nosotros mismos, solicos…
Este es el panorama real. Las
soluciones, aún en parte, podrían venir desde una improbable (y no sé si
deseable) socialización de la medicina, hasta el estrecho sistema de
colaboración entre la pública y la privada. Las listas de espera podrían
solucionarse derivando diagnósticos, pruebas e intervenciones a la privada y
asumiendo la pública servicios de atención, seguimiento y medicación. Es
posible que el ahorro de medios y personal fuera mayor que la compensación por
el convenio. Incluso alentando, facilitando, y, por qué no, cofinanciando la
adscripción ciudadana a las compañías en régimen de copago, podría ahorrarse en
la factura interna, no sé… tan solo habría que validar algún modo la receta
farmacéutica. Enfín…
No
obstante, y por usar un término muy en boga, hoy puede abrirse una tercera vía,
una especie de “club de usuarios”, al margen de las dos aquí expuestas por ya
conocidas: La sanidad desde donde se consiga una sensible reducción de los
costos al usuario, por un precio racional y asumible, a la vez que ágil,
efectiva y de calidad. Se puede abrir…
de hecho ya se está abriendo, a través de las empresas, los colectivos y los
particulares. A mayor concentración, mayor economía. Es una ley de mercado tan
simple como efectiva, al fin y al cabo, pero que, además, funciona, y funciona
bien, y mejor conforme se amplia. Naturalmente, no se me permite hacer
publicidad diciendo nombres, pero bueno, quizá ya hayan sabido de tales
iniciativas…
Sea
como fuere, la salud pública debe ser prioridad de cualquier país, de cualquier
estado o administración… diría incluso de cualquier organización humana. Otra
cosa muy distinta y discutible es que los impuestos estén en consonancia con su
mantenimiento en una línea aceptable. Pero mucho me temo que la universalidad y
calidad de las que tanto presumíamos andan un camino irreversible hacia sanidad
para pobres y sanidad para ricos. Habrá que ir viendo soluciones alternativas.
Vamos, digo yo…
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