EVOLUCIÓN

               
 Y el verso se hizo carne y habitó entre nosotros… ¿O fue el Verbo..?. ¿Acaso no es lo mismo?. Desde el principio de la creación, se “dio suelta” al espíritu, al Verbo, para que habitara en la materia y la dotara de razón, de imaginación, de pensamiento, de sentido y sentimiento, y, como consecuencia de todo eso, de albedrío… Por eso mismo quizá, también desde el inicio de la Historia de todas las historias, incluso antes de que el mismísimo Homero hubiera sido concebido para poder él así mismo concebir La Ilíada, por ejemplo, estaba el Verbo propiciando el verso. No sé si sabré explicarme. Igual que Esquilo versó sus tragedias griegas o Pitágoras el verso de sus matemáticas de algún lado, de alguna parte, de algún verbo… más o menos pre/existente, más o menos latente. 

                Yo así entiendo el versículo - de donde viene el verso – o, si acaso, una de las formas de entenderlo. En un principio fue la capacidad (el verbo) para que la carne (la materia) tuviera entendimiento (espíritu) y evolucionara por sí misma. Todos los eones de evolución humana tienen el mismo principio. Pero no hablo de evolución darwiniana. Ya sé de qué venimos. Ya sé que venimos de la genética de los grandes monos, y que tenemos casi el mismo ADN que la mosca del vinagre, que eso es física pura y antígua, pues la quántica ya es otra cosa, mariposa.. No… hablo de un valor añadido que le vino al simio del que venimos y que no lleva Adn físico porque no es materia, es otra energía más sutil que la carne que la acoge… Y sigo sin saber si me estoy sabiendo explicar. Es que eso, el verbo, el verso, el razonamiento, no tiene genética alguna, al menos que yo sepa, o, al menos que hayamos encontrado… No, no la tiene. Viene de donde al principio era ese mismo Verbo que se empeñó en habitar en nosotros, tarugos vivientes de carne, hueso y sangre... Y no sabemos mucho más.

                Pero, sin embargo, y esto es una bella paradoja, se hizo carne para eso mismo, para que lo sepamos. Los frutos vinieron en teorías y geometrías, ciencias y filosofías, las maravillas escritas de las Mil y una Noches y las tejidas de líneas y colores como el Juicio Final de la Capilla Sixtina. Desde el Buen Salvaje de Rosseau a la cucaracha humana de Kafka, de los paraísos perdidos de Proust a la manzana de Newton… Del Príncipe de Maquiavelo al don Quijote de Cervantes. De Sheakspeare al Bing Bang de Hawkings… Y todo ese impulso creativo (también destructivo, también) que ha caracterizado al ser humano. Todo el arte, la ciencia, la técnica, el pensamiento, la belleza, la armonía y el consuelo ha bajado de algún modo de y con ese Verbo, desde el mundo de las esferas al de la dura tierra. La electricidad, el teléfono, el aeroplano, el motor, las vacunas, o el coñac… o la aceituna y el Martini, ¡qué más dá..!. Ignoramos las batallas aún por rendir, y ganar o perder, de una mente encarnada en la materia cerebral, que es lo que al fin y al cabo suponen el verbo y la carne. Y los insondables misterios aún por desvelar. Que ya serán menos de los que han sido pero más importantes de los que ya fueron.

                En algún rincón del futuro – intuyo del más cercano futuro – algún genio encarnado en este lacerado mundo habrá aún de captar la manera de aniquilar lo que separa al tiempo del espacio, y demostrar que ambos conceptos son la misma cosa, y que no existen por separado, aunque nosotros así lo creamos, y, por creerlo, así mismo lo sintamos… Entonces, el hombre, y/o la mujer, que también son dos formas de ver y sentir una misma y única realidad, libres de la materia que dá forma a esa forma, a la que adora y se esclaviza, entrará en el reino que le asusta y se liberará. Pues liberarse no es otra cosa que volver al lugar de donde uno procede… Y podrá sentirse invisible y todopoderoso, y eterno e inmortal, el menos en cuanto a carne que habitar…


                …Pero puede, es posible, tal vez, que esa esperada y esperable conquista última y final, de la que sin ella nada tendría sentido, dicho sea de paso, habrán de anunciarla antes el filósofo y el poeta, en sus verbos y en sus versos, pues son los únicos precursores, los únicos profetas, capaces de captar en el aire lo que, antes de dársenos por la ciencia, nos tiene que ser ofrecido por la palabra.

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