PAÍS INGRATO
La
dignidad de los seres humanos está en su comportamiento, no en su trabajo, por
humilde o importante que éste sea. Igual que la indignidad de esas mismas
personas. El otro día, leí en un dominical el testimonio de una periodista
catalana, partidaria de la no separación. Iba en un taxi, hablando por su móvil
con un amigo al que le estaba contando los problemas que afrontaba por pensar
cómo pensaba, cuando el vehículo frenó de golpe, el taxista, insultándola como
un energúmeno, la conminó a bajar del coche bajo amenazas. Este pobre infeliz,
es tan ignorante – e indigno – que no se da cuenta que la Cataluña que defiende
con tan violentos métodos solo le traería miseria para su propia familia y
hambre para sus hijos, pues de una “nasió”
así se irían más, muchos más, clientes, que llegarían. El fanatismo siempre ha
sido lo que ha traído la pobreza a los pueblos.
Y ese caso me recordó otro
curioso que le leí a la excelente Almudena Grandes sobre un señor de Murcia, y
no precisamente el que Mihura creó con Ninette por delante, en su aventura,
españolísima aventura, parisina… Ni mucho menos. Este otro señor de Murcia,
leído, cultivado en los clásicos, educado, conocedor de varios idiomas y un
experto en latín, es un personaje real de 1.935. Cecilio Sáez se llamaba.
Encontró trabajo en La Unión, donde una compañía minera lo malcontrató como
maestro de los trabadores y de sus hijos. Cuando se vino a dar cuenta, se
percató que el escaso dinero de su paga salía de los menguados bolsillos de los
obreros pobres, pues la empresa había suprimido su sueldo por una bajada de los
beneficios. Incapaz de afrontar el sacrificio de aquella pobre gente, se
despidió de ellos, y, casado y con tres hijos y su vasta cultura a cuestas,
marchó a Madrid, a tratar de allí, de mantener a su familia…
Ya en Madrid, sin ningún trabajo
fijo, humillaba su dignidad vendiendo por la calle libritos de clásicos que él
mismo traducía y se editaba en la imprenta de un amigo, Gráficas Victoria, de
la calle Benito Gutiérrez… La Metamorfosis, de Ovidio, sus versos, o la
Historia de Príamo y Tisbe… Había días que sacaba hasta cinco pesetas, a veces
hasta un par de duros… Aparece fotografiado frente al Banco de España, en cuya
verja cuelga con alambres, en una perfecta y cuidada ortografía, un cartón en
el que ofrece su erudita mercancía, a veces acompañado de un hijo de siete
años, tan limpio, pulcro, aseado y digno como su padre. Los primorosos y
sencillos, escuetos y magros, cuadernos de tapas grises, de 16, 30 o 50 páginas
en papel sepia, extendidos sobre una mesa de tijera, delante de sus triste
figuras… Un periodista de la época, Emilio Ferret, lo sacó en la sección Vidas
Humildes de la revista Estampa de Abril del 35. En su página 10 se lee, “El
traductor de Ovidio que vende su obra en la calle”...
Un profesor de historia, Pedro
Sáez Ortega, regaló uno de estos entrañables ejemplares a la gran Almudena
Grandes, durante la presentación de uno de sus libros en una biblioteca de
Móstoles. Era el nieto de aquel pobre traductor y vendedor callejero de los
clásicos. Y así llegó a sus manos la entrañable historia real de este noble
señor de Murcia que hace ochenta años mantuvo su magnífica dignidad con tan
miserables medios… y a través de la general indignidad de aquella época de
pobreza y tremenda desigualdad. Cecilio Sáez despidió su vida entre estrecheces
económicas y necesidades vitales sin cuento. Pero se mantuvo digno y erguido
hasta el final.
Este hombre de Murcia, este gran
señor, merecía que nosotros hubiéramos hecho una España mejor que la que hoy
tenemos. Más culta, más educada, más civilizada, más transigente, menos
fanatizada. Pero solo hemos sabido hacer, desde su aquel presente acá, una
España más rica en haberes y más inmensamente pobre en valores. Una España de
taxistas fundamentalistas, como el de Barcelona, precisamente en una de las
regiones más prósperas, abiertas y cosmopolitas de este indigno país, como es
Cataluña. Una pena. El talento, la sensibilidad, la erudición, la educación y
la vergüenza, la muy digna vergüenza, de un solo español – de Murcia – aparece
como una perla escondida y enterrada entre el cutrerío vacío, el ocio y el
odio, y el desprecio, de muchos compatriotas actuales, dispuestos a tirar por
la borda el cómodo pasar de clase media, escupiendo en la memoria de los que
sacrificaron su propia dignidad para solo lograr la indignidad de los que somos
y estamos aquí hoy…
Cuando leí la historia de
nuestro antiguo e ilustre antepasado, Cecilio Sáez, me sentí tan conmovido como
avergonzado. Y tan orgulloso como entristecido. “Un hombre todavía joven (dice el cronista de la época) bien vestido, una pajarita oscura en el
cuello de una camisa inmaculadamente blanca, que muestra unos pocos libros en
las manos…”. ¿A cuántos como él habrá que sacrificar aún para que muchos como
el taxista catalán insulten a la vida?.. ¡¡ País ingrato ¡!..
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