LA BIBLIA
Cuando decimos que “las cosas son como son”, eso no es una
verdad absoluta, si no relativa, por no decir absolutamente falsa. Muchas
veces, las cosas parecen ser lo que queremos que sean. Pero cuando las cosas
vienen como vienen, las cosas acaban ocurriendo. Y eso mismo, en su doble
versión, ha ocurrido en este caso que hoy expongo aquí, con este y bajo este
título. Hace años, sí, muchos años, un alguien me dijo que por qué no escribía
sobre el origen de La Biblia… Dónde, cuándo, quién, o por qué se escribió el
libro de libros, tan venerado en todas las religiones (de origen) cristianas. Y
lo hizo en un momento en que los “cursos bíblicos” estaban de moda en docenas
de reuniones catequéticas y catequísticas por todo lo largo y lo ancho de la grey
católica. Ni loco me hubiera metido entonces en un avispero de esos, aún con lo
que ya llevaba leído sobre ello. Me faltaba fundamento, base, evidencia ante la
ciega creencia. Y así mismo, tal cual, se lo hice saber: “pase de mí este
berenjenal”… No hace mucho se publicó un libro escrito por un historiador y un
arqueólogo, donde se vulgarizaba el lenguaje neocientífico todo lo descubierto,
analizado y estudiado en ambos campos de investigación dentro de las últimas
décadas, que, naturalmente, me metí entre pecho y espalda… Y hace unas pocas
semanas, me vuelvo a tropezar con el mismo alguien, que, acordándose el jodío
de años ha, me vuelve a lanzar la misma piedra. Solo que ahora sí que puedo
hacerlo con mayor respeto, responsabilidad y conocimiento, que entonces. Si
bien que en obligado formato “mini”..
La
Biblia empezó a escribirse apenas comenzado el siglo VI A.C., hasta
aproximadamente el siglo II A.C., en varias etapas ininterrumpidas. Anteayer mismo.
En un Jerusalén bajo el reinado de Josías, descendiente del rey David en la XVI
generación, que no ocupaba más de 60 hectáreas y con un conglomerado de apenas
15.000 habitantes. Un villorrio. Tal era el mítico Reino de Judá. En ese
reducido espacio, abierto a las influencias culturales helenísticas y comerciales
con poderosos países vecinos, bullía un politeísmo importado, con templos
dedicados a diversas deidades, que competían entre sí y compartían entre todos
restando importancia al Templo de Salomón del lugar, centro de la entidad
judía. Como reacción a tal estado de cosas, Josías emprendió una cruzada de
purificación religiosa y afirmación de la propia entidad, destruyendo templos
ajenos, prohibiendo cultos a dioses extranjeros, persiguiendo todo tipo de
politeísmo. Fue el nacimiento del monoteísmo institucionalizado desde un poder
central que asumía lo social-político-religioso. A partir de tal momento, el
Templo de Jerusalén, con su Sancta-Sanctórum interno y sus patios externos, se
constituyó en el símbolo sagrado de la nación (apenas una tribu) judía…
Pero
faltaba la consistencia escrita de la tradición, que durase y se transmitiese
por generaciones. Así que durante décadas, e incluso siglos, extraordinarios de
ebullición política, religiosa y social, de exharcebado nacionalismo judío, una
élite de escribas, funcionarios de la monarquía, sacerdotes, ilustrados y
profetas, se dedicaron a recopilar, en un núcleo de textos sagrados, dotados de
un genio espiritual y literario sin parangón en la época, un relato
épico-religioso basado y entretejido a partir de un rico conglomerado de textos
antiguos y ambíguos, históricos y de leyendas, memorias y cuentos populares,
anécdotas y crónicas tribales, cantos y poesía, y cuanto pudiera encajarse en
un único texto de forma armónica, e identitario de aquella primitiva y
primigenia nación judía. Una auténtica obra maestra y joya de la literatura
universal.
Siete
siglos después de Cristo, las costuras de aquel reino/villa, estallaron en una
abultada y expansiva población de regios funcionarios, una extensísima casta
sacerdotal y de profetas, prósperos comerciantes, y un río imparable y contínuo
de campesinos, refugiados y repatriados judíos de otras naciones… y es que
antes, había sido invadido y destruido por los sirios, mesopotámicos y otros
pueblos, acabando por la propia Roma. Pero el espíritu de la entidad judía
prevaleció sobre todo, así como los viejos textos elaborados para que sirvieran
a tal fin, y luego traspasados al nuevo y naciente cristianismo paulino.
Pero
lo que metafóricamente podemos llamar “el asalto a La Biblia” más importante y
atroz, se ha venido cometiendo desde mitad del siglo XVII acá, desmontándose
sus piezas, y volviéndolas a montar para
dar sentido al Nuevo Testamento recién incorporado, destruyendo ciertas
“verdades”, construyendo otras,
intercalándolas e interpolando entre ellas, para que el Antiguo
justificara al Nuevo, y así poder presentar todo el conjunto como “la palabra
de Dios”. La cual, hasta hoy mismo, existen sociedades kukuxclanescas, como la
Ecole Biblique, o la American School of Oriental Research, que no dudarían en
matar (anatemizar y amenazar ya lo hacen) a cuentos no crean a pies juntillas
que la jodida culebra mancilló a Eva de un manzanazo.- Y esa es la historia. Y
esa es la arqueología. No hablo (ni me interesa) de la fé, ni del dogma. Hablo
solo de la ciencia. Nada más… y nada menos. Y que cada cual se calce a sí mismo
en sus zapatos y ande su propio camino… Y el que quiera encontrar, que busque.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h.
http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php
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