DISCUTIR

 

(de Soyvisual)

En España apenas sabemos discutir, mucho menos dialogar, y eso a pesar de que lo segundo suele nacer de lo primero… ¿o es al revés?. Todas esas fulaneras, con todos esos opinadores con que nos regalan las distintas cadenas televisivas, incluso están falseadas, manipuladas y preparadas, como la comida basura: antes han pactado con todos y cada uno de los intervinientes e intervinientas el papel que les toca hacer, por ejemplo: tú de abogado del diablo, tú de agresivo en defensa de esto, tú de moderado en defensa de lo contrario, tú de poli bueno y tú de poli malo… Así que la naturalidad y lo espontáneo no existen, y el resultado, si es que lo hay, está amañado. Lo que importa es el índice de audiencia, y no que el personal se ilustre… si acaso, eso sí, que se polarice también y lleguen a las manos, si fuera posible.

El peor ejemplo de todos lo tenemos en la misma Cámara de los Diputados. En cualquier circunstancia, da igual… Aún recuerdo lo de la virtual Moción de Censura última, a un suponer, puesto que ya se sabía que era un simple ejercicio de oratoria por parte del viejo y venerable profesor y economista, Tamames, en que el comportamiento de sus señorías fue cualquier cosa menos respetable. Pedro Sánchez ni siquiera le dio la mano, retirándole el saludo; que Patxi López y Baldoví le griten como fieras desde el estrado donde dicen que reside la soberanía popular, solo se justifica por su supuesta sordera. El desprecio de colmillo retorcido de los independentistas (a excepción de Rufián), sus gestos de burla y miradas torvas; hasta la dulcinea Yolanda Díaz quiso, prepotente, dar lecciones de democracia a un encarcelado y represaliado de la dictadura.

Si así destilan su veneno los ineducados e irascibles padres de la patria (lo estamos viendo y oyendo en esta biserie electoral también), y son los que deben de dar ejemplo de tolerancia y respeto desde sus estrados, esos nuestros biliosos representantes… ¿cómo comportarnos nosotros, entonces, los representados por tamaños energúmenos?.. Y son todos los de la escala política, no solo los que se lucieron porque creían que el vetusto profesor les iba a quitar la nómina. No. No se salva ninguna sigla Yo estoy cada vez más convencido que ya no existen políticos que trabajan por el pueblo, lo que hay son demagogos que trabajan para ellos mismos. Demagogos al servicio de las oligarquías, por cierto, no de la ciudadanía.

Pero volvamos a lo de la discusión, que es con lo que hemos empezado aqueste conciliábulo (viene de Concilio, esto es, conciliación)… No somos barbecho de dialogantes, si no de discutidores – confieso a usías que yo también tiendo a ese mal, y lo reconozco – y eso que provengo de la antigua tradición de las tertulias (las genuinas y auténticas). De una época en que habían grupos definidos que se reunían todos los equis de la semana, a tal hora, alrededor de un velador, al que iban y venían oidores y escuchantes al mismo ritmo que asiáticos y carajillos. Época de casinos, recónditos clubs, o lugares de juntaeras. Solo para hablar, debatir, cambiar impresiones, deshojar temas… Sitios de enseñanza y aprendizaje libre, que yo añoro profundamente. Lugares comunes, gentes distintas, y todo el respeto del mundo…

Solemos escuchar mucho aquello de… “bueno, eso es muy discutible”, y aunque se dice con ánimo excluyente, derogatorio, aunque educado por su terminología, menos mal, casi siempre es una especie de “y una catalina, macho”. Sin embargo, y aún y así, resulta un tanto elogioso, porque te conceden una posibilidad de discusión, una prórroga, una oportunidad de alegación. Las gilipolleces son difícilmente discutibles, y los dogmas están prohibidos discutirlos, aún peor con ciertos iluminados locos defendiéndolos, amenazando y asustando. Ahí la discusión no es posible. Solo cuando pisamos el terreno de la racionalidad se puede discutir por discutible que sea.

Ustedes que me leen y que ya han desarrollado el vicio de hacerlo, ya me van conociendo (son muchos, quizá demasiados años, los que me escribo, y me describo, a mí mismo)… Saben de mis temas, de mis recurrencias, e mis referencias y de mis querencias, de mis filias y mis fobias. Como también saben, faltaría más, que todo lo que suelto siempre será discutible. Con eso me basta y me sobra. Y me conformo, y me confirmo. No pretenderé nunca el ser indiscutible, pues eso significaría prepotencia, soberbia y absolutismo, y no me creo ser así, sinceramente… Puedo ser acalorado, apasionado, sí, pero no endiosado. Siempre tendré un “hablemos” que decir.

Sin embargo, nuestros señores del hemiciclo, fíjense bien, jamás se dicen un “hablemos” entre ellos. Todo es suficiencia, prepotencia y mala audiencia. Todo son insultos mutuos y dentelladas entre tiburones… mala, pésima, educación, en definitiva. Eso no es un Parlamento, sino todo lo contrario. En latín, parlamentum significa “palabra hablada”, o sea, tratada, dialogada, pensada, compartida. El nuestro es “palabra maltratada”, esto es, escupida, vomitada, disparada, ensuciada…

Pero ya no es eso lo peor de todo… Lo peor es que ese comportamiento vulgar, soez y denigrante nos lo están traspasando a la ciudadanía que los votamos y los hemos puesto en el lugar en que están, para encular sitios y sitiales, claro. Nos estamos contagiando de unos procelosos próceres que, puede que nos los merezcamos, pero que no deberíamos respetarlos más de lo que nos respetan y se respetan entre ellos. Por eso deberíamos sacudirnos su malsana influencia, y empezar a rescatar en las bases el diálogo, el respeto, y la tolerancia que hemos perdido… o que los ciudadanos estamos a punto de perder, contagiados por su pésimo y maloliente ejemplo.

A lo mejor, o a lo peor, ya que eso han dejado de enseñarlo en las escuelas, y lo están borrando de los planes de estudio, tendríamos que rescatar aquellos manuales de educación y urbanidad básica… y aquellas queridas tertulias de antaño, aunque sea en nuestro otoño. Las verdaderas, las genuinas, las auténticas, no el remedo, y el regüeldo, patético que compramos a las cadenas de televisión, que nos embrutecen y polarizan como a ganado, en vez de enseñar a tolerarnos y escucharnos… ¿Dice usted que no, que una leche?.. pues vale, pues bueno, pero no estoy de acuerdo, no es razonable… aunque sea discutible.

Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com

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