EL CUENTO QUE NO LO FUÉ

 

En los primeros siglos del primitivo cristianismo, se dio por un hecho constatado el que Jesús tenía un hermano gemelo, como otro hermano carnal aparte de Santiago y otros hermanos y hermanas, entre los suyos… Luego, naturalmente, San Pablo y los primeros Concilios y “Didactés” de la incipiente Iglesia, lo fue quitando de en medio, borrándolo, pues ponía en entredicho la concepción sobrenatural de una virgen, aunque alguno de sus exégetas dijo que nada tenía que ver – creo que San Agustín – pues el entonces puro útero de María, con el Hijo de Dios engendrado, bien pudo albergar a otro como Hijo del Hombre… Hay para todo, y por falta de explicaciones que no quede.

Sea como fuere, aparte de que los Evangelios Gnósticos así lo reconocen, al menos dos de los canónicos también lo reflejan: examinen el de Juan, 11-16: “Dijo entonces Tomás, llamado así por el gemelo, a sus condiscípulos…” Dídimo es el nombre griego de gemelo, pero en arameo el nombre es Taomá, ya en latín: Tomás… Pero también en Marcos, 6,3 se cita, añadiéndole como nombre su propio de Judas, y como adjetivo el de Tomás o Dídimus. Esto es: Judas, el gemelo (uno de los más inequívocos hermanos de Jesús es un tal Judas).

Pues lo que sí existen son escritos, actas y documentos extraevangélicos que sitúan al tal Tomás como hermano y apóstol de Jesús tras la dispersión, llevando la nueva prédica del Cristianismo, antes de constituirse en Catolicismo, por tierras orientales, desde la India hasta la Edesa turca, donde murió y parece ser – eso dicen – se conservan sus restos… Como ustedes comprenderán, o no comprenderán, es que, aparte la curiosidad y veracidad histórica, en nada afecta (o no debiera afectar) al legado crístico, salvo a los que basan su pobre fe en lo circunstancial más que en lo real. Pero es bueno mantener la mente abierta, saneada y oxigenada, antes que asfixiada, encadenada y podrida.

Ya Leonardo dá Vinci, que ustedes me imagino saben que era un iniciado en conocimientos ocultos, pintó su famosísimo cuadro La Vírgen de las Rocas, por encargo de los franciscanos para el altar mayor de su templo en Milán, con dos niños gemelares, uno a cada lado de la Virgen, y uno señalando al otro con el dedo, como acusándolo, o indicándolo enigmáticamente, y tras de él ellos a un misterioso arcángel Uriel. Como el frailerío se dio cuenta del mensaje oculto que quería colar Leonardo, y conocedor de él, claro, lo rechazó diciendo que al Niño Jesús le faltaba la aureola de santidad, para así diferenciarlo del otro…


El de Vinci (hay que comer) hizo un segundo cuadro, encasquetando el áura a los dos zagales… y aquí llegaron hasta a los juzgados de la época. El litigio quedó solucionado soltando ladinamente la Iglesia que el segundo crío era San Juan, su primo… naturalmente, una respuesta muy ecuestre para un soleado día de merienda campestre, que digo yo con perdón…

Le leche de todas las leches surgió recientemente, en 2.005, cuando en una exposición celebrada en Ancona, apareció una tercera versión de La Virgen de las Rocas… y ésta con tres criaturas en escena. El genial y camoto pintor, temiendo que también le fuera rechazado su segundo intento, había pergeñado una respuesta: Ahí tenéis a vuestro Jesús, a vuestro Juan, y al gemelo del primero, y que os den por el zíngulo a tós, peazos gilipuertas…

Nada raro, por otra parte, en la arrolladora personalidad de Leonardo da Vinci, a poco que se conozca al personaje y su vida… Lo que no tiene sentido, aunque con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho, es el emburramiento de la santa institución en oponerse a una realidad que parece manifiesta. En verdad que hasta podían haberle sacado partido: la humanidad está sembrada de gemelos superiores, de héroes y dioses gemelares, como Isis y Osiris, Ormuz y Ahrimán, Hércules e Ífliques, Rómulo y Remo…

La cuestión estaba en que todos estos, y otros, gemelos legendarios, se complementan unos, aparentemente se oponen otros, como también parecen contradecirse… Y, aunque en la doctrina original de Jesucristo se recoge la unión de los opuestos, el sentido holístico del universo, para su iglesia que nunca fundó no existe más opuesto que Satanás, el demonio, el Di-ablo, palabra ésta griega que significa “dos que arrojan”, y que los del latín tradujeron por “el calumniador” (nada que ver)… Pero lo más cerca a la verdad está en aquel viejo juego infantil llamado Diábolo, ¿se acuerdan?.. dos fuerzas separadas por un eje a las que había que hacer girar para mantenerlas en equilibrio. Pues precisamente ese es su significado: dos que se arrojan al equilibrio.

Y que yo sepa, y todos deberíais saber, es que el equilibrio es Dios… Pero, claro, como las religiones están constituidas de forma que, con una pequeñísima parte de desvelamiento y una grandísima parte de encubrimiento, nos trilean esa “verdad que os hará libres”, en beneficio de su propio poder y autoridad, pues que eso, que aquí seguimos entre cuentos y mentiras, entre ritos y dogmas, entre tradiciones y traiciones…

Pero, tranquilos, que no traicionamos a ningún dios, ni a ningún demonio, ni a ninguna iglesia: nos estamos traicionando a nosotros mismos, convirtiéndonos en un reflejo de nosotros mismos, que, mirad por dónde, es nuestro gemelo, como un hermano gemelar que nos encadena a una tierra a la que debemos superar y despegar de ella para abrazar la unidad en el equilibrio (diábolo) universal.

Precisamente Judas Dídimo, o Tomás, simboliza eso mismo: la unidad de los aparentes opuestos; la hermandad del Janos bifronte; el Zipi y Zape de nuestra niñez…

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ – www.escriburgo.com – miguel@galindofi.com

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