FANTASÍAS REALES
(de Masfe)
El único recuerdo que me quedó de mi Primera Comunión, hace mil años, allá por el cretáceo, aparte del chocolate para una docena y la mendicidad de la estampita (Recordatorio) fué, curiosamente, una mínima parte de aquella Catequesis preparatoria, antediluviana, a la que se nos sometía entre la impartida en la escuela y las esporádicas – más de tipo práctico y protocolario – con el cura en la sacristía… La última de todas era como una especie de la “pesada del alma por Osiris”, como un examen final y repaso de no sé qué…
Y esa escasa parte que se quedó conmigo fue tan solo que un par de cosas: lo de que estuviésemos hechos a imagen y semejanza de Dios; y que ese Dios estuviera en todo momento en todas partes (Catecismo Ripalda). El resto quedó borrado, una vez disfrazado de Caballero de Calatrava, con una cruz roja que me ocupaba todo el escaso pecho, y la mise in scene… No me pregunten el por qué de tan corta y selectiva concisión, pues no lo sé. Pero, a partir de ahí, me dio por pensar, repetitivamente, en esos casos y en cómo podía ser posible eso.
Y empecé a imaginarme a Dios como un ser inmenso e inconmensurable, dentro del cual, en su inabarcable cuerpo, estaban incluidos los nuestros. El mío también, claro… Era la única explicación lógica más a mano para que pudiera estar en todas partes, y que nosotros estuviéramos hechos, si no ya a imagen, sí que a su semejanza, ya que nuestros elementos orgánicos formaban parte de Él… Por supuesto que aquel recurrente pensamiento, que ya nunca me abandonó, no se me ocurrió compartirlo con nadie, ni siquiera con los más próximos y dignos de confianza. En aquella lejana época no estaban los tiempos ni las personas como para exponerse a un exorcismo.
Un milenio después, se supo a través de la ciencia, naturalmente, que el espacio llamado “vacío” es muy superior al que ocupa lo que entendemos como “materia”. Tanto en el universo como en nuestros propios cuerpos, como incluso dentro de los más densos, como puede ser el de una piedra… El microscópico electrónico pudo entrar en el interior de las cosas y comprobar que los átomos que componen nuestras células bailan en un espacio aparentemente vacío entre ellos, e incluso dentro de ellos mismos, una vez se demostró la propia descomposición atómica… Acojonante física ésta, óigan.
Esto es: que si pudiéramos entrar en imaginación y consciencia dentro de nosotros mismos a nivel de ese mismo microscopio electrónico, nos descubriríamos como un vasto universo interior, donde nuestras propias células distan las unas de las otras grandes espacios vacíos, y donde esas aparentes acumulaciones celulares que forman nuestros órganos y tejidos aparecen como las nebulosas de estrellas y galaxias que nosotros mismos vemos en el cielo nocturno cuando levantamos la vista… O sea, estamos tan aparentemente vacíos por dentro como lo está el universo que nos contiene, a nuestros ojos; o el universo es que está tan aparentemente apretado y denso como a nosotros nos parece que está nuestro cuerpo.
La cuestión es que, si extendemos el paralelismo de la fantasía que yo tenía de crío sobre el “cuerpo” de Dios comparativamente al nuestro, nosotros seríamos los “Dioses” de nuestras propias células, en el caso, por supuesto, de que nuestras células tuvieran algún tipo de conciencia de sí mismas y capacidad, aún elemental, de pensar… Y justo esto también – se lo juro a ustedes por Tutatis – pensaba yo entonces. Una simple regla de tres de las que, ya entonces, también nos enseñaban en la escuela, y que yo asociaba (la regla de tres, digo) a la matemática hecha lógica: esto es a lo otro, ergo lo otro está directamente relacionado con esto (Pido perdón a mi amigo Juanba, de “mates”, por mi atrevimiento), pero es que Dios es matemática pura, pura lógica hecha de números… o por números.
Pero estiremos aquella “fantasía” de zagal a hoy: Einstein advertía sobre nuestro error de pensamiento al aplicarlo al concepto de espacio… decía que cuando pensamos en ese espacio lo imaginamos dentro de algo, como de una caja, por ejemplo. Una caja donde se meten cosas que van ocupando su espacio hasta llenarlo. Una equivocación, pues limitamos un espacio cuando el espacio no tiene límites. De hecho, las propias “cosas” con que “llenamos” la “caja” también están repletas de su propio espacio interno en su materialidad. Hasta el propio átomo contiene espacios entre sus protones, neutrones, etc…
Mi idea de Dios infantil, mi fantasía si así lo quieren, iba tomando forma… Y hablar de “forma” también es un decir, pues con tanto espacio entre la “materia visible”, lo de la “forma” es más una percepción de nuestros sentidos que una realidad manifiesta. Otra fantasía más que tomamos como real sin serlo. (El budismo tiene razón, y lo digo de paso porque viene al caso)… que todo lo creado está relacionado y contenido en sí mismo, y que, naturalmente, tan formamos parte de ese Dios como ese Dios forma parte de nosotros. En idéntica proporción y manera… “quod pro quod” que diría el legislador romano.
Pero queda suelto lo de esos “espacios” de los que tanto he hablado… Y no sé si podríamos tratarlos como “vacíos”, pues no es, no son, otra cosa que energía en movimiento continuo, creando y descreándose a sí misma y en sí misma, y por sí misma; muriendo como energía para nacer como materia, y muriendo como materia para re-nacer como energía… ¿les suena en algo a nuestro propio nacimiento y muerte?.. ¿morimos y nacemos en lo que llamamos (que no conocemos) por Dios?.. ¿No será la famosa por equivocada “Muerte de Dios” de la que hablaba Niestze, y que las iglesias tergiversaron para que no la entendiéramos?..
Cada cual ande sus propios caminos y “fantasías”; viva en ellas y con ellas; y puede que nos lleven al mismo sitio y lugar del que partimos todos. No las desprecien ni las minusvaloren. Existe un mecanismo universal suelto por ahí que se llama Sincronicidad, y que nos puede ser tremendamente útil si andamos atentos nuestra senda… Suele aparecer cuando menos te lo esperas, muchas veces a corto plazo, en horas, en días o semanas; a veces en meses o años, varias veces en la ida. Y el caso es que está a nuestro servicio, no nosotros al suyo, para lo poco que la usamos… Una lástima.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ – www.escriburgo.com – info@escriburgo.com
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