CABRAS Y OVEJAS

 


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“Se ha pensado que las ovejas iban al cielo y las cabras al infierno. Es todo lo contrario. La cabra es el iniciado y, desde un cierto ángulo esotérico, las cabras van al cielo porque ellas funcionan en el reino espiritual, que es el tal cielo. Las ovejas permanecen en la Tierra (la que, después de todo, es el único infierno que uno puede posiblemente predicar) hasta que dejan de ser ovejas; hasta que aprendan a tener pensamiento individual; hasta que se transformen en cabras, escalen la montaña del pensar, y cambien la posición de SEGUIDORES por la de BUSCADORES independientes”. Alice A. Bailey, en su obra “Los Trabajos de Hércules”.

Resulta curioso comprobar, y quizá también resaltar, que este libro fue escrito hace cerca de un siglo… y que está clasificado dentro de lo conocido por “esoterismo cristiano” en temática espiritual. La autora rompe aquí un tabú católico para, precisamente, reivindicar una verdad crística: las ovejas significan homogeneidad, y, por lo tanto, conformidad. Conformidad con lo que les pongan y en lo que les impongan; es el mito de la Caverna, de Platón, cristianizado. La verdad de Cristo es que “siempre habrá oveja entre vosotros”. Ovejas que apacentar por un Buen Pastor, porque si el pastor es malo igual las va a conformar… El tabú del catolicismo es el no reconocimiento de esa verdad en su totalidad, tan solo que en la parcialidad que les interesa.

Y la tal verdad reside en que las oveja no buscan, y, en consecuencia, los que nos buscan tampoco encuentran… El “buscad y encontraréis” no va dirigido al rebaño, sino a las cabras que se mezclan con el rebaño. A las que triscan los riscos buscando hierba fresca porque no se acostumbran al pienso del aprisco, ni al gregarismo del siempre lo mismo. Por eso, cuando una oveja se pierde, no sabe encontrar el camino de regreso, y el (buen) pastor ha de salir en su búsqueda, si no quiere renunciar a ella para siempre y que sea pasto de los lobos que acechan a todo rebaño. Su mansedumbre y adaptabilidad las conforma a vivir tanto en la luz como en la oscuridad si tienen el pasto asegurado, y les da igual las manos que se lo suministren.

El Evangelio bien entendido revela que las ovejas, sin ser malas, tampoco son intrínsecamente buenas, pues su naturaleza neutral solo las hace ser mansas, y eso no es ni malo ni bueno. Se les puede guiar (apacentar) positiva o negativamente, según las intenciones de los mayorales; se les puede llevar tanto al aliviadero como al matadero… El consejo del maestro Jesús de “sed mansos como palomas y astutos como serpientes” no encaja muy bien en unas ovejas que valen como lo primero pero no como lo segundo. El “no vine a traer paz, sino división” no se ciñe a un pacífico y homogéneo albañal. La realidad es que cabras y ovejas siempre han vonvivido juntas, pero divididas, separadas, donde las ovejas han seguido a su propio ganado y la cabra siempre “ha tirado al monte”.

Existe un antíguo y viejo axioma – creo que es hebreo – que ilustra gráficamente lo que quiero decir: “al pez muerto se lo lleva la corriente, pero el pez vivo nada contra corriente”… Naturalmente, el dogma y el catecismo ha enfocado su objetivo en “su” exclusiva interpretación metafórica de las ovejas; les va en su interés, y les conviene no matizar más allá de lo estrictamente conveniente y necesario.

Cada vez que, en algún tiempo y lugar, suelto el dicho de la abuela: “donde hay ganado siempre habrá un pastor”, invariablemente me salta una voz cercana de recriminación por repetición (y quizá por otras cosas también). Les resulta molesto, muy molesto, que haya letanía de una verdad incuestionable. Ignoro si por hastío; por no querer reconocer una innegable certeza; o porque se sienten nominados en su rol; o por todo un poco a la vez… Pero lo que sí es cierto, sin ningún mínimo de duda, es que los que así nos expresamos porque así lo pensamos, somos rechazados y apartados de plano; excluídos del ágora como si portáramos una enfermedad contagiosa. O como si estuviéramos más locos que aquél Juan al que llamaban el Bautista… Algún día exigirán nuestra cabeza.

No voy a negar que este artículo mío de hoy es en reivindicación de las cabras; de las cabras locas que van por libre porque piensan por libre; de las locas cabras que emplean su tiempo saltando de peña en peña buscando la promesa de que “encontrarán”… Su pecado social (que no espiritual) lo pagan con su soledad y su fama (mala), si no también con su cuerpo y un poco con su alma. Las cabras rumian solas su hierba amarga desde sus roquedales, desde sus solitarios ventisqueros; despeñales de imposibles compañías. Su alimento no es el de sus hermanas ovejas, y debe arriesgarse buscando en las alturas lo que no encuentra en las bajuras. Va en su naturaleza.

Tampoco voy a negar que es una especie de llamada a las contadas cabras que me puedan oír desde su riscal… Uno puede ser menos cabra entre dos o tres cabras más, pues la naturaleza común se reparte entre el número (y aún y así, pelean entre ellas por su individualidad, cosa que nunca, jamás, ocurre entre ovejas) y siempre creen mejor la soledad en compañía que la compañía en soledad. Lo que sí quiero dejar claro y ser honesto con los que me siguen e incluso con los que me persiguen, es que mi intención no es mudar de cabra a oveja. Me ha costado mucho trabajo, casi toda una vida, quitarme la lana y echar hirsuta pelambre en el lomo como para volver a la esquila…

Aunque algunos/algunas puedan sentirse ofendidos, no está en mi ánimo ofender a nadie; no sale de mí el insulto, se lo aseguro. Como tampoco me sentiré insultado ni ofendido porque después de éste me traten de macho cabrío para el aquelarre del arre que arre, o del erre que erre…Ya me lo han dicho de muchas y muy distintas formas y maneras.

Miguel Galindo Sánchez / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com

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