ESOS NENES...
Hay un restaurante y cafetería en Bilbao, que se llama Style, y que ha asumido la responsabilidad de ponerle los cascabeles al gato. Así que, ni corto ni perezoso, va y prohíbe la entrada a niños sin bozal… perdón, a niños aún acompañados de sus padres. Desde luego, así, a bote pronto, parece una burrada en discriminación, que a lo peor lo es, pero el caso es que no se ha echado encima a la totalidad de la sociedad vasca, como quizá cabría esperar, si no que la ha dividido. Por un lado, las asociaciones familiares rasgándose todas las vestiduras habidas y por haber, y por otro lado, las federaciones de hosteleros, comerciantes y demás fauna de establecimientos públicos apoyando la iniciativa. Que aquí hay opiniones para todos los gustos e intereses, naturaqui…
Yo, desde luego, en principio estoy en contra. Es muy duro tomar una determinación tan impopular, tan extrema, y ponerse en la diana de las críticas más severas. Es posible que hasta puede que sea inconstitucional, la verdad es que no lo sé… Pero algo tan exagerado tiene que deberse a algún motivo muy importante. Y el motivo es tan importante como simple. Están hasta la cencerreta de padres maleducados con hijos peoreducados, que los sueltan a manta en cualquier sitio público y privado sin más responsabilidad que desentenderse de ellos. Por supuesto, tal medida ha sido bien matizada, apoyada y “legalizada” en su Reserva del Derecho de Admisión para los que incurran en comportamientos incívicos “incluídos los menores de edad, acudan solos o acompañados”. Se entiende que detrás de un niño cafre normalmente hay unos padres irresponsables. Por supuesto.
Pero es que, ocurre que este chirimiri bilbaíno cae sobre llovido. El año pasado, al menos una docena de hoteles en toda España, de tres y cuatro estrellas para ser precisos, y otros cuantos más norteños de los de la cadena “… con encanto”, se apuntaron a lo de solo para adultos sin críos de compañía. Dijeron que dejaban de ser encantadores con la ineducación de nenes y mayores, y que preferían conservar el encanto de la paz, la tranquilidad y las buenas maneras, aunque pierdan una clientela que, por otra parte, siempre les espanta otra clientela más deseable que ellos. Eso es muy razonable y no deja de tener su lógica, reconozcámoslo. Aunque un servidor siga opinando, si se me permite, que es un error matar las moscas con cañones, y que, inevitablemente, aparte los siempre posibles agravios comparativos, por desgracia habrían de pagar justos por pecadores. No obstante, comprendo y entiendo las causas que fuerzan a tomar tal medida. Pregunten a los comercios, pregunten cuando ven entrar a estos de esos papismamis que han dejado la educación de sus hijos en manos de la naturaleza… pregúntenles y permítanles contestarles con sinceridad, y verán, verán...
Yo pienso que se debería buscar un aceptable término medio. Una fórmula que ponga en evidencia a los progenitores incompetentes sin que tengan que pagar los platos rotos las familias responsables. Algo así como poner de paticas en la calle al malconsentidor con sus monstruítos, y al que haya sabido domar a sus vástagos hacerle descuento encima, no sé… Pero, desde luego, no es de recibo en modo alguno que cada vez más haya esa negación de padres que creen que pueden soltar a sus fieras y dejar que hagan, o deshagan, lo que les venga en gana mientras ellos actúan como si no fueran suyos los atilicos ni responsabilidad suya la que puedan liar… Creen que por el hecho de ser clientes tienen derecho a todo, pero eso es un chantaje al bolsillo, a la prudencia y a la buena educación del empresario que consiente sin deber consentir. Y algunos ya no lo están consintiendo.
Por supuesto, estas harturas de hoteles y comercios no van contra los críos, que no tienen más culpa, o desgracia, de tener los padres que tienen. Lo que están hartos es de los padres que renuncian a ser padres. De los cernícalos que no saben educar a sus hijos porque ellos no están educados. O los que no quieren hacerlo porque no quieren más responsabilidad que la propia irresponsabilidad. Y de todo esto, lo realmente preocupante es una sociedad que, por producir la basura que produce, tiene que llegar a estos extremos. Extremos que no gustan a nadie, que jamás han sido necesarios, y que ahora, como las medusas, hay que contar con ellos. Es algo que señala la decadencia en cultura, formación y educación que nos asola. Quizá sería una buena idea, no mandar a estos adultos que no saben serlo a la cárcel, no, pero sí a una buena escuela. Pero de pago, óigan…
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