POR ARTE DE MALA PARTE
Existe un tipo de arte del que me considero un absoluto negado – ahora ya renegado – para poder ostentar la sutileza de apreciarlo. Es el llamado Arte Conceptual, o sea, imagino que es el concepto hecho arte, pero como me sé ignorante, no sabía, confieso mi pecado, que todos, absolutamente todos los conceptos, podían considerarse arte. Hasta una con-perdón, si cabe. Pues ahí está la cosa. Que como las cosas que ya existen como tales cosas están hechas con mejor o peor arte, pues entonces es la esplendorosa combinación de las mismas lo que hace arte del concepto, ya que no los autores originales de dichas cosas. Ejemplo: una garrafa y un embudo. Luego viene el visionario que las combina y se lleva la pasta y los laureles por su divina idea. Y a mí, la verdad sea dicha, me parece el tocomocho del pardillo, qué quiere que le diga si no le veo la miga…
Usted sabe a lo que me refiero, que por la capitolina de aquestos reynos los ha habido de la más absurda variopentez, desde escombros amontonados, a cajas, cajones y co… colocados, pasando por bidés y retretes apilados, o alguna parida dispuesta como el mismísimo rosario de la aurora. Paridas de brillantes magines cuyo grandioso glamour no merece nuestra oscura incultura en modo alguno. Que regalados somos cual boca de asnos y desagradecidos por no merecidos ante los que gastan del erario público en tan egregias magnificencias de arcana belleza, obras maestras nacidas de prístinas meninges, tristemente mancilladas por nuestro cruel desaprecio.
Pero mire que hasta en las más insignes partes cuecen dudosas habas. Y hete aquí que en una famosa y afamada galería de Londres instalaron, del prestigioso artista (que no autista) de vanguardia alemán Martín Kippenberguer (1953-1997), una de sus obras más valiosas, consistente exactamente en una escalera, un trapo colgado de uno de sus peldaños, y al pié, un cubo de plástico manchado de cal. Y como que el comisario de la exposición temía por el posible daño que pudiera acaecer en tan magnífica obra, suscribió una póliza asegurando su valor en 800.000 euros mondos, lirondos y redondos. Se lo pongo en letra: ochocientos mil euros, para que vean que no es un error de cifras en modo alguno.
Ante tan áurea obra desfiló todo un público extasiado y babeante, fascinado ante un derroche de talento de tamaña magnitud y belleza, acercándose en sus detalles, apartándose para admirar el conjunto, observando desde distintos ángulos la sabiduría escondida de su magistral composición… todo con la reverencial actitud del que sabe de lo oculto para los necios, derramando elogiosos ditirambos preñados de sublime conocimiento, gozando, enfín, de exquisitos éxtasis, de eruditos orgasmos levistáticos, que no siempre, reconozcámoslo, se encuentra uno cara a cara una obra de tal grandeza ante nuestra pobre, humilde y humana pequeñez. Justo es asumirlo.
El caso es que alguna, no cabe la más leve duda que criminal y desaprensiva, mujer de la limpieza, seguro que topo terrorista y furtivo en los servicios de mantenimiento, agarró lo que consideró manchado de impía cal y otras malévolas suciedades, fruto de su insensible y corrupta imaginación, dejando el cubo de plástico al pié de la escalera como los chorros del oro, que se podían comer sopas en él mire usted… Ni qué decir tiene que el dejarlo como el jaspe obró el efecto que las 800.000 piastras de la aseguradora fueran a parar a los bolsillos del propietario de la jojoya, quedando para el galerista los restos del naufragio de tan brillante (por el lavado dado) obra de arte, ya sin mayor valor que lo que arroje el tiquet de la tienda donde tales artilugios se compren.
La noticia supone más que un cruel sarcasmo si tenemos en cuenta el desatado drama económico que amenaza con acabar con la vieja Europa del bienestar, el respeto, las libertades, y, visto lo visto, también lo caduco, que, paralelamente, derrocha en degenerados conceptos de arte lo que daría de comer a mil familias durante todo un mes, de las que hacen cola en los comedores asistenciales, como mínimo. Ya no es solo el papanatismo del bobo ilustrado, no es solo la sublime estulticia del falso esteta, no. También es el gran pecado social que supone el valorar, pagar y gastar, con lo que nos está cayendo, en semejantes mamarrachadas.
Sé que mi opinión de hoy es discutible. Sé que podemos tratar y filosofar ad infinitum sobre el sentido de cultura, y sobre el libremercado, y sobre el sacrosanto derecho a ejercer nuestra oferta y demanda como venga en gana a cada cual o cada cuala. Y es muy cierto, sí señor. Pero el mismo derecho tiene mi conciencia de reírse por tales decadencias y de llorar por tales indecencias.- Y eso es lo que hago.
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