DIAS DE LIBROS

Cualquier Día del Libro de cualquier año es la mejor efemérides para hablar de ellos, de los libros, pero esto no deja de ser una cierta discriminación positiva, o una relativa integración negativa, si quieren. Y es porque el conocimiento, la cultura, la sabiduría, la formación, no debería celebrarse una vez al año, si no todos los días de todos los almanaques de todos los años de todos los tiempos… y que, en vez del día del libro, todos los días sean de libros. Pues hablar del libro, de los libros, es, en definitiva, hablar de re-conocimiento del ser humano de ser lo que se es. Lo que pasa es que el contenido de todo lo que es el hombre como persona está recogido en el contenido de los libros, que son el continente que se intenta celebrar. Es como adorar el santo por la peana, pero bueno, bien lo vale si sabemos reconocer que un libro está lleno de hojas escritas con saberes que comunican, sin cejar y sin cesar, en una cadena de conocimientos sin final.
                   Pero el libro es tan solo que la imagen del soporte. Desde que se conoce la escritura como medio de transmisión de los saberes, el libro ha tomado muchas formas. Desde las tablillas cerámicas grabadas con punzón de los antíguos persas y caldeos, pasando por el papiro egipcio, las hojas de palmera hindúes, las pieles grabadas tibetanas, o los rollos de indeterminado metraje en la época romana, hasta los modernos volúmenes o el más actual soporte digital, todos son formatos distintos que la historia ha ofrecido del libro… Mas, como digo, lo trascendente nunca ha estado en las diferentes formas, si no en lo que esas formas nos han transmitido desde su interior como depósitos del saber humano.
                   Y ese patrimonio mundial de cultura, los romanos supieron extractarlo en una sola, única y breve palabra: líber… Pero es que líber, libro, es la raíz de Libertad. Y la es por doble motivo: por la propia semántica de líber, y porque transforma lo esotérico en exotérico, lo arcano en actual, lo cerrado en abierto, la ignorancia en conocimiento, la esclavitud de la oscuridad en la libertad de la luz. Pues no reside la auténtica libertad en el cuerpo y en sus actos, si no en la mente y en sus pensamientos. No en vano decía Dumas que era mucho más libre un ilustrado en su cárcel que un zoquete en su casa.
                   Y no es ninguna broma en modo alguno. Los libros han sido temidos por todos los absolutismos de todas las épocas. Por eso mismo han sido objeto de prohibiciones, censuras y todo tipo de persecuciones. Las quemas de libros vienen dándose desde los orígenes de su propia existencia hasta la más actual modernidad. En el siglo XVIII, anteayer mismo, las monarquías absolutistas europeas publicaban decretos donde se condenaba a muerte a los editores y autores de obras no autorizadas. En nuestra dictadura franquista, ayer mismo, se legislaban penas de cárcel por lo mismo, y algunos ejercíamos de “contrabandistas” de libros impresos en países libres y distribuidos aquí clandestinamente… García Lorca, León Felipe, Miguel Hernández, Madariaga…
                   Así que ahora, cuando la persecución es incruenta, es sin embargo más sutil y dañina, pues se ejerce desde la manipulación de las propias opciones en libertad del ciudadano. Desde su sesgada, incompleta y deformada educación primaria (véanse informes Pysa), hasta la desolada influencia de nefastas opciones vacías de valores y contenidos pero de consumo masivo (vanitys, realitys y circos variados), pasando por las maniobras mercantiles de fabricación de falsos best-sellers que le gente lee más por moda que por convicción…
Ahora, digo, ahora que se puede leer y no se lee, ahora que casi han logrado que se desprecie el hábito de la lectura libremente asumida, es cuando se advierte que el libro puede ser más peligroso que nunca. Si no, no se explica tan enorme esfuerzo en fabricar masas iletradas de analfabetos funcionales, que saben leer, sí, pero no entienden lo que leen… Por lo tanto, me atrevo a decir que el futuro del libro, como siempre, seguirá siendo también el futuro del Hombre, con hache mayúscula, o simplemente… no habrá futuro alguno.

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