¿PORQUÉ EL ESCRACHE..?

¿Qué es el escrache?.. me preguntas, clavando en mi pupila tu pupila azul… el escrache, eres tú… Podemos parodiar a Bécquer salvando las distancias entre sus sentimientos, personas y circunstancias. Todos somos un poco escraches, porque todos, de alguna forma, ejercemos, a la vez que padecemos, algún tipo de escrache. Todos, en baja, media o alta intensidad, hacemos presión a alguien o somos presionados por alguien. Es parte de las relaciones humanas, y por lo tanto, también de la política. Donde las dan las toman, ya saben… Lo que pasa es que hay muchas formas, múltiples maneras, infinitos modos de presionar y/o ser presionados. Desde la sutileza de un consejo a la vileza de un chantaje pasando por la violencia del que ostenta suficiente poder para ejercerla. Y es en este terreno donde nos encontramos precisamente.
                   Si existe el escrache a los políticos es porque la política actual presiona a la ciudadanía con medidas que aumentan la pobreza, la exclusión, la desigualdad, que ensancha la brecha entre ricos y pobres, y que es tímida y blanda a la hora de defender los derechos de los ciudadanos ante la avaricia de los bancos. Cuando un gas o una materia se presiona en exceso, si no encuentra una salida termina explotando. Es una ley física. Salvo que exista una espita de escape. En España, simplemente, no existen, así que la gente tiene que salir a la calle y buscar a los que cree responsables, a los que han elegido para que cuiden de sus intereses, a demandarles, a expresarles su descontento, o a exigirles protección a su desamparo. Y eso no es nazismo. El nazismo es todo lo contrario.
                   En otras democracias más demócratas que la nuestra, como las anglosajonas, en EE.UU. y en Inglaterra, por ejemplo, los diputados tienen abiertas oficinas en sus circunscripciones electorales, donde el ciudadano de a pié puede presentar sus quejas, sus sugerencias, sus reclamaciones, sus problemas… Aquí, no. Aquí, por el contrario, ni siquiera residen en la circunscripción por la que se presentaron y los eligieron. No. La mayoría viven en Madrid, y encima se permiten cobrar dietas por viajes, estancias y desplazamientos, que esa es otra desfachatez añadida al cuento. Quizá – digo quizá – por eso que allí el fenómeno del escrache no se dé, y si se da, se respetan las viviendas y las familias. Es tan solo que en unas partes el político da la cara, y en otros hay que ir a buscarlos a casa…
                   Pero aún hay más diferencias. Y diferencias notables. En esas democracias, no existe la disciplina de partido hasta el punto de ponerlo por encima del interés del ciudadano. En esos países, cada diputado, senador o gobernador, vota según su conciencia personal y el compromiso adquirido con sus electores. Por eso ocurre, también por ejemplo, que su propio plan de rescate financiero propuesto por su presidente, prospere pese al voto en contra de los suyos y con el voto a favor de los contrarios. A eso allí lo llaman libertad. Libertad, oiga, libertad. Mientras, aquí, la disciplina de voto es la disciplina de partido, y al revés. Aunque la Constitución Española, en su artículo 67, prohíba expresamente la llamada “interdicción del mandato imperativo”, es decir, la órden expresa de voto obligado. Resulta paradójico que esos mismos partidos se enjuaguen la boca de institucionalismo cuando salvaguarda sus intereses, y cuando es al contrario, se la pasen por el forro de las siglas.
                   Admito, y reconozco, que los movimientos escrache son susceptibles de ser manejados y manipulados por y para otros más que menos ocultos fines. Es un riesgo claro y obvio. Pero eso no anula en modo alguno la auténtica necesidad de los mismos. El verdadero peligro es que lo uno pueda suplantar a lo otro. Por eso mismo resulta maquiavélico querer utilizar la excusa de lo inadmisible para cargarse lo que hemos de admitir y estamos obligados a asumir. Si no diéramos ocasión a la justa desesperación de la gente, tampoco sería usada para la injusta e ilegal demagogia…
                   Así que no seamos tan cínicos, ni tan hipócritas, de apartar de nosotros nuestro propio pecado como mancha ajena, y más bien fijémonos en aquellos que saben hacerlo mejor que nosotros. Aunque eso suponga una molestia para nuestro ego y que nos corten la cara de vez en cuando. O, si no, habernos dedicado a otra cosa, en vez de elegir servir a los demás con la menguada por egoísta generosidad de servirnos nosotros primero, no sea que luego falte…

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