¿ES TAN DIFÍCIL?..
Hace pocos meses se descubrieron en Zaragoza cinco cuadernos, a modo
de un diario en el que vertía su confesión, de un cura destinado en la cárcel
de Torrero recién acabada la guerra civil, donde se relata el sádico horror de vencedores
sobre vencidos, en un intento de descargar su atormentada conciencia. Martín
Zubeldía relata la atroz escena de un desigual fusilamiento… “Veinticuatro hombres para matar a tres
mujeres”, gritaba Salina Casas al pelotón… Ella, Simona Blasa y Margarita
Navascués recibieron su absolución antes de que el teniente, “como un autómata”, escribe, descargara
el tiro de gracia sobre sus cabezas.
“… Como sacerdote y cristiano siento asco y
repugnancia ante asesinatos y atropellos que no puedo aprobar”, afirma en
su testimonio. También cuenta “la lucha
feroz de los guardias arrancándoles a la viva fuerza los hijos de los brazos de
sus madres, incluso niños de pecho, para entregarlos a otras familias “de bien”…
Describe dramáticamente sus gritos desesperados, “¡Por compasión, no me la roben, que la maten conmigo… no quiero dejar
mi hija con estos verdugos”… “Esos bebés tenían un año”, suscribe
literalmente, “…y dos monjas recogieron a
los niños, tras que mataran a sus madres”…
Su
soledad y amargura las vierte en el siguiente párrafo: “mi actitud contrasta vivamente con los otros sacerdotes que se
regocijan extraordinariamente, y no solo aprueban cuanto sucede, si no que
prorrumpen en vivas a esos actos con frecuencia…”. Su superior le
restregaba, ”hoy comeremos las gallinas
requisadas a esos miserables (…) por nuestros valientes requetés”… Zubeldía
se negó a decir misa en la capilla donde el altar lo presidía un enorme retrato
de Franco. Enfermó de úlcera, y fue castigado y trasladado a Pamplona. Cuando
regresó, los fusilamientos seguían, pero eso sí, “en las tapias del cementerio donde se producían, habían colocado sacos
terreros para que no se notasen los impactos de las balas en las paredes y en
los nichos”…
Es posible que
algunos me echen en cara el escribir hoy sobre estas truculencias que debieran
estar destinadas al olvido y que nadie quiere oír. Puede ser… Pero eso
díganselo a un Rouco Varela cuando suelta en un funeral de estado que estamos
al borde de una nueva guerra civil, o al obispo de Alcalá cuando dice misa por
las víctimas de un bando con la bandera del águila en el altar mayor… Pero no
me lo digan a mí. Esto son las terribles consecuencias de ello, no el motivo.
Cuando las advertencias vienen desde la cúpula del poder, son amenazas, y
cuando los hechos se recuerdan desde el pueblo que los sufrió, son lamentos.
Heridas abiertas. Y las heridas cierran cuando curan desde dentro y desde
fuera. En una sinergia íntegra y total, absoluta, sin concesiones. Desde un
lado y desde el otro.
En una guerra
incivil, los vencedores se encargan implacablemente de “hacer justicia” sobre
los vencidos. Ya se ha comprobado. ¿Pero quién se encarga de hacer justicia
sobre los justicieros?.. La historia, contestará alguno. Larga me la fiais
pues, don Mendo… Las historias cerradas en falso, como las heridas, suelen
traer malas historias, y las malas historias acarrean peores historias. La
Comisión de Derechos Humanos de la ONU está pidiendo repetidamente a España que
investigue los crímenes contra la humanidad del franquismo, por activa y por
pasiva. En respuesta a ello, aquí se siguen proclamando mártires de la cruzada
y continuamos echando sal en esa misma vieja herida. Una y otra vez. Pero no me
lo achaque a mí, por favor. No lo admito. Yo ni siquiera pido justicia… yo tan
solo espero que pidan perdón quienes deben pedirlo, no que sigan restregándonos
su impiedad por las narices. Pues tras el perdón siempre viene el olvido. Por
eso bastaría con pedirlo. Solo eso… ¿tan difícil es?..
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