LA MONTAÑA
Yo imagino la
vida como una montaña. Cada uno tiene su propia montaña, aunque comparte
algunos, pocos en realidad, paisajes, con los demás. Pero cada cual en su
montaña, cada cual con sus paisajes, cada cual con su manera de ver la vida,
con su forma de sentir sus vivencias, con su propio equipaje a sus espaldas…
Todo comienza en la base de un
lado de la montaña. Al principio eres felizmente ignorante de todo. Nada sabes.
Son otros los que te llevan a cuestas. Tus padres, tu familia, tu gente… Y
comienza la andadura, la subida, el ascenso. Más adelante, te apean de los
brazos. Ahora te llevan de la mano, tiran de ti, te ayudan o te esperan si te
sueltas, estás vigilado y protegido, pero has de empezar a andar por ti mismo,
a sentir el camino, a notar los repechos cargarse en tus piernas. Aún sigues
acompañado y ayudado, pero ya estás en el sendero, subiendo, subiendo y
dependiendo cada vez más de ti mismo…
… Y llega un día en que la
montaña se queda para ti solo. Se convierte en tu montaña. La senda parece
ahora más estrecha, y la subida más empinada. Los que te acompañaban se van
alejando y tú tienes tu propio camino, el que has elegido, ante ti, abierto,
desafiante, retador… Hay otros que andan otras vías, que se cruzan contigo o te
acompañan un trecho, pero tu sendero es solo tuyo, y es tu escalada porque es
tu montaña. Miras hacia arriba, calculas tus fuerzas y te ves con suficientes
arrestos para subirla. Te sientes sobrado, fuerte, seguro, y tienes confianza
en ti mismo. Y sigues, sigues ladera arriba… La cima aún queda lejos pero el
tiempo es tuyo. Es tu tiempo, y es mucho tiempo…
Y llega otro día en que te unes
a alguien y os encontráis caminando juntos y llevando a otros a vuestras
espaldas. Otros que sois vosotros mismos, que eres tú mismo, o así lo crees. Y
los tomáis en brazos y seguís subiendo ladera arriba. Ya te pesan las
responsabilidades y ves el ascenso ralentizado, un poco más lento, un tanto más
pausado, pero ya no es un deporte, una aventura, una competición, no, ahora es
un deber, una obligación, un propósito, un prurito si acaso... Más arriba, un
poco más arriba, un esfuerzo más, hay que llegar a aquella meseta. Allí pondré
pié a tierra a los míos, y los cogeré de la mano, tal como hicieron conmigo. Y
trataré de enseñarles, lo mejor que sepa hacerlo, a defenderse en el camino, a
no depender más que de sí mismos, a ser andadores de su propia montaña, igual
que me enseñaron a mí, tal y como yo aprendí…
Más tarde, te encontrarás un
poco más arriba. Ahora ya más solo que antes. Quizá con el compañero al que te
uniste, quizá no. Los tuyos ya triscan a su aire. No te necesitan. Ya tienen su
propia montaña. Tu atención se divide entre los que fueron contigo y que ahora
te siguen por otros caminos, y el tuyo propio, que es el que siempre ha pertenecido
a tu propia montaña. Te dá un poco de miedo mirar la cima, que ya adivinas
cercana, y por eso miras tanto para atrás… Pero no te queda mucho para coronar
tu subida. Ya la ves. La tendrás que hacer en solitario, porque es tu cima, es
tu corona, es tu montaña, y cada cual tiene la suya propia. Cuando llegues
arriba tendrás que pensar en bajarla. Es un desandar lo andado por el otro lado
de esa montaña tuya. Se terminó la subida. Ahora toca descender...
Has llegado. Te sientas
brevemente a descansar y a mirar el paisaje. Te gustará o te disgustará, te
complacerá o te defraudará, habrá vistas agradables y vistas deplorables, pero
es tu paisaje, son tus vistas, tuyas y de nadie más… Ahora miras hacia abajo y
te dá cierto vértigo, porque ves la base mucho más cerca que cuando partiste y
desde ella mirabas a la cima. Y comienza el descenso. Entonces te das cuenta de
que tu montaña, como toda montaña mágica, es de cristal, transparente, y, a
través de ella, los de este lado pueden ver a los del otro afanarse en la
subida. Pero tú sigues bajando. Ya no tienes prisa, sin embargo bajar es más
fácil que subir, más rápido, menos esforzado. Y te empuja tu propio peso, tu
propia inercia... Ves la base de la que partiste sin nada y adivinas a los que
van llegando delante de ti también sin nada… Desnudos y sin equipaje, tal y
como partieron. Quizá por eso dicen que los viejos terminan siendo como los
niños. Porque terminan donde y como empezaron: frágiles y olvidados de sí
mismos. Solo que al otro lado de su montaña…
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