AMISTAD
No hace mucho,
una buena persona me preguntaba por qué, en uno de mis artículos, no toco el
tema de la amistad. Que sería bonito. A los pocos días de eso, un mala uva me
pregunta si yo tengo amigos, refiriéndose, creo yo, a que por mi natural
mal-comportamiento de no callarme ni debajo del agua, o ser tan jodidamente
puñetero, no me debe ser fácil gozar de tan inapreciable bien. Así que, como lo
segundo me da pié para cumplir con lo primero, pues aquí estamos.
Hombre… contesto al preguntón
cizañero, los que semosasí nos supone un inconveniente y una ventaja. El
inconveniente puede ser que no nos abundan, pero la enorme ventaja es que los
pocos que sean tienen el contraste del oro auténtico. Por otro lado, este parco
servidor no es persona de multitudes, más bien todo lo contrario, así que
tampoco me preocupa demasiado. Cada ser humano tiene los amigos que merece,
tanto en cantidad como en calidad, y eso nos ha de bastar a todos y cada uno de
nosotros.
No obstante, ya entrando en
materia, pienso que, en general, tós,
y lo de tós lo digo así porque me
refiero al mogollón, tenemos una pléyade de gente a la que indiscriminadamente
llamamos amigos por el mero hecho de mantener, o haber mantenido, una
determinada relación. Nos conocemos, y sobra. Pero esto es una relativa
superficialidad, e incluso temeridad, pues en ese tótum revolutum van incluídas
las clasificadas como amistades peligrosas… Eso sí, de ahí puede salir un grupo
más o menos concreto, con el que se mantenga, digamos que una cordial relación.
Pueden ser hasta “buenos amigos”, por diferenciarlos del resto, si se quiere.
No son muchos. Luego de esos salen unos pocos, muy pocos en realidad, con la
categoría de excelencia. Excelentes amigos, por ponerles un marchamo. E incluso
de esos poquísimos, solo Dios sabe si alguno de ellos, y quizá ni nos demos
cuenta, llegue a alcanzar la categoría de auténtica amistad. Esas cosas vienen
dadas por sí mismas y andan su propio camino en solitario. Si se fuerzan,
pueden resultar falsas.
Al final, la realidad, al menos
en mi caso, es que esos bien-llamados amigos puros, me sobran dedos en las
manos para contarlos. Son aquellos (y aquí hemos de hacer un medido ejercicio
de separar a la familia, pues forma un universo aparte) que no os pedís cuentas
de nada, que os soportáis todo mutuamente. Aquellos que ya forman parte de ti
mismo igual que tú de ellos, como compartiendo una misma genética del alma. Los
que hacen que ya no fueras enteramente tú si ellos no estuviesen ahí, porque tú
eres tanto parte de ellos como ellos son parte de ti… No sé si me explico,
Perico… Pero esta es, a la postre, mi experiencia personal.
Lo que no voy a perseguir es que
los demás tengan la misma medida que yo, por supuesto. Ni pretendo elaborar
ningún cánon ni baremo de la amistad. Cada cual tiene su propia medida, su
propia escala, y no tiene por qué coincidir con ningún otro. Lo que sí es
cierto, es que una cosa es llamar amigo a… y otra muy distinta sentirse amigo
de… Y lo que es fuente de satisfacción también puede ser fuente de desengaños,
por eso yo prefiero la plenitud a la satisfacción, aunque esa plenitud sea tan
rala y escasa como abundante puede ser lo satisfactorio.
Hay quienes prefieren calificar
las amistades de maduras o inmaduras, según el grado. A mí el adjetivo de la
amistad me importa bien poco, porque a las inmaduras no las considero
amistades, igual que una fruta no es comestible hasta que se encuentra en
sazón. Por eso, quien dudaba de si yo podría tener amigos, a lo mejor hasta
lleva razón si no conoce, naturalmente, otra fruta que la verde. Es lógico.
Bueno, enfín, creo haber
cumplido con ambos, ya que a los dos quizá les sirva de algo mi punto de vista.
Puede que guste o que disguste, es posible que no haya estado a la altura, pero
eso sí, he tratado de ser muy, pero que muy sincero.
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