EN LOS JUZGADOS

Antiguamente, la justicia era simple, directa y brutal. Quién la hacía, la pagaba, u otro pagaba por quién la hacía, pero la pagaba. La ley de Talión. Taxativa y certera. El derecho romano vino a civilizar el sentido de la justicia mediante un corpus de leyes que la hacían, al menos, más ordenada y algo más justa. A lo largo de la historia, y dado que las leyes no pueden hacerse a la medida de cada persona, eso es casi imposible, sí que las normas de aplicación han ido intentando evolucionar acercándose, poco a poco, a un máximo posible sentido de justicia, otorgando posibilidades de defensa, y derechos, procurando analizar todas las opciones, teniendo en cuenta las circunstancias, los agravantes, los atenuantes, etc… 


                Y aquí entran los abogados, encargados de realizar ese trabajo haciendo buen oficio de ello. Lo que pasa es que, como todo lo que se aparta del fiel de la balanza, tanto quedándose corto como sobrepasándose, tiende a lograr, por su uso y abuso, lo contrario de lo que se persigue y sería deseable. Y en esas estamos. Que hoy, cuando un letrado no saca adelante la supuesta inocencia – o no supuesta culpabilidad – de su defendido, ya no es por efecto del que delinque o por defecto del que defiende, no, ahora es siempre culpa del juez que juzga, y juzga mal, o, ya una vez puestos, de la justicia que es una injusticia. Y asistimos a lo que, desgraciadamente, ya vemos con demasiada frecuencia en la actualidad. Que si el fallo favorece nuestros intereses, entonces “se ha hecho justicia”, y si no es así, entonces “se ha cometido una injusticia”. Siempre y en todos los casos es igual, siempre las mismas declaraciones, siempre el mismo tole-tole…

                La clase política, por su situación mediática y su responsabilidad pública, son los primeros en declararse inocentes siempre y en todo caso y lugar. De todas, todas… Si el maldito juez lo condena, entonces todos sus corifeos, paniaguados y adyacentes montan el circo victimario de lamentos, quejas y protestas, rito persecutorio oficiado por el letrado estrella de turno, cuyos sancionables excesos, por cierto y dicho sea de paso, suelen pagarse del erario público. Pero, en el fondo, también los delincuentes comunes alegan lo mismo, según salen del juzgado, que alaban la justicia si salen absueltos y la condenan si son condenados. Lo malo es que el común de la ciudadanía, al final, también no sentimos con derecho a entonar la misma cantinela. Y hacemos de la justicia como lo de la feria: que cada cual cuenta de ella según le va. Pero, al final, todos, todos , pagaremos por esa equivocación…

                Lo cierto y verdad es que un juez, cualquier juez, ha de juzgar con unas leyes dictadas, precisamente, por las cámaras políticas, que son las legislativas. Y ha de guiarse por los Códigos Civil o Penal, independientemente del acusado, mediático o no, y el letrado, histriónico o no, que tiene delante. Y así con todo y con todos y con las mismas herramientas para todos. Lo demás es cosa del espectador, que juzga el partido según el resultado. No digamos los equipos, que lo juzga según la actuación del árbitro… Les prometo contarles algún día una auténtica historia de injusticia, para que aprecien la verdadera diferencia…

                Así que no caigamos en el error. Existe un proyecto de este gobierno para cambiar las leyes en beneficio de la clase gobernante, y que la independencia judicial, que cada vez es más débil, sea totalmente anulada. El día en que eso ocurra, para los políticos ya siempre se hará justicia. No así para los ciudadanos. Entonces será como fue en la dictadura, que las leyes estarán hechas para según qué o quiénes. Pero será legal, todo legal, pues los jueces se limitan a aplicar las leyes existentes en cada momento de la historia. Y tenemos buenos, muy buenos, jueces. Respetémoslos mientras las leyes sean tan buenas como ellos. Luego, será tarde… Y entonces, nos lamentaremos.


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