AUTOFOTO

Ya sé que yo no voy a descubrir a estas alturas lo que es un “selfie”. Cuando ya todo el mundo que está en el mundo hace lo que todo el mundo hace. Un “selfie” es una autofoto. Nada más. Con todo lo que eso lleva consigo de moda, vaciedad, complejo y necesidad. Es una moda, porque se ha extendido como la pólvora el que un mono imite a la manada de monos que, a su vez se imita (fotografía) a sí mismo. Es vaciedad, porque tal es el hueco interior que no sabemos mas que llenarlo de lastimosa autocomplacencia. Es un complejo, aún de no reconocida inferioridad, que nos lanza compulsivamente a promocionar nuestro yo, pensando que el yo es nuestra cara. Es una necesidad, porque cada vez que vemos algo o alguien que consideramos importante, sentimos el impulso de fotografiarnos con ello a fin de compartir – robarle – esa dudosa importancia.
 
                Prueba de todo esto, es que, acto seguido de la parida, procedemos a colgarlo como desaforados en las redes sociales, para que se nos vea bien vistos lo guapos, inteligentes, originales o valerosos que somos. Y las redes se llenan de millones de selfies de personas despersonalizadas que hacen lo mismo delante de lo que otros tantos tontos han decidido consagrar como celebrity. Si dentro de unos cuantos siglos, algún movimiento antropológico decide estudiarnos, a la gente de hoy se nos considerará como una subespecie atrasada, que desarrollamos una cámara en una de nuestras extremidades para mirarnos a nosotros mismos a través de ella y que nos vieran los demás. Y sin mayor concepto mental que emigrar como ganado hacia objetivos comunes. Nos etiquetarán como los autofotus gregarium, o algo por el estilo…

                Hace años, en El Louvre, pude experimentar in situ el furor idiota de la moda codigodavinciana en su más clamorosa incultura. Cientos de celebrados descerebrados, cretinizados ante la Gioconda, no para verla, no para admirarla, no para estudiarla, si no con el único objetivo de meterla dentro de un objetivo. Nada más. Hoy, en una revista, veo a otros cientos de idiotas descendientes de aquellos idiotas hacer lo mismo, pero con una sutil variación: dan la espalda a la genial obra para añadir a la imagen de la Monna Lisa su propia imagen de idiota. Ayer era la idea mema de mostrar un cuadro relacionado con un Best Seller, que ni se comprende ni se quiere entender tampoco, y hoy es inmortalizar la obra de arte, ya inmortal por cierto, con nuestra triste presencia, como en un onanismo imbécil.

                Lo único que se rasca en el fondo de esto es el patético “yo estuve allí”. Eso es el todo y la nada. Necesitamos formar parte de la historia, e ignorantemente, creemos que basta con pasarse por allí y hacer la autofoto. Como si nuestra presencia influyese en los acontecimientos. Y no nos damos cuenta que no participamos de nada y en nada, tan solo “estamos”… Y “estar”, no es “ser”. Ni mucho menos.

                Estamos, pero no somos. Y no somos, porque solo vamos a captar nuestro careto con quien o con lo que sea que consideremos importante en ese momento. Y eso no vale nada, porque no es nada. Eso es presunción barata, actualizado estantigüismo, pura banalidad. No vamos a los sitios, a las personas o a las cosas para aprender con ellas, o de ellas, a estudiarlas, a fundirnos (no confundirnos), en ellas, a SER con ellas… No, vamos a hacernos, o a deshacernos, en una autofoto, una autosatisfacción, una autopose, un autoengaño… un selfie…


                Enfín, no sé lo que durará esta moda, este adocenamiento vulgar y mediocre, esta necesidad estúpida de autoafirmación vana, que creemos conseguir autofotografiándonos de manera compulsiva, y colgándonos en la cartelera del mundo de las redes. Solo confío en que la próxima ocurrencia del género humano sea menos narcisista, menos egocéntica, menos gilipollas…

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