Las patrias, las naciones, los países, no son fenómenos ni estados naturales. Mucho menos eternos. Aunque se derrochen ingentes esfuerzos en dar una imagen por la que afirmen que merece la pena matar o morir, montar guerras, exigir sacrificios y fabricar mártires que la justifiquen. Todo lo contrario, son hechos circunstanciales y artificiales motivados por intereses políticos, económicos, sociales, culturales, que… además, son cambiantes a lo largo de la historia. Los países, en realidad, aparecen y desaparecen, se fusionan o son absorbidos, se mueven según las élites que manejan el mundo, y son, en definitiva, un producto maleable de la evolución (o involución) humana. Lo que pasa es que llevan adherido un mucho de emocionalidad y emotividad, de acciones y reacciones venales, de visceralidad, en suma. Casi siempre motivada por un origen más o menos inventado, más o menos creído por adaptado, más o menos inyectado en la más primaria y tierna educación… Hace poco
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