INVIERNO e INFIERNO

Ningún invierno hemos tenido en España tantos incendios domésticos como éste. Ningún año con tantas víctimas, con tantos muertos por calentarse en precario como éste. Son estadísticas siniestras que contradicen el cantar de los cantares de nuestros gobernantes en lo de que estamos despegando de la crisis. La pérdida de vidas en este capítulo por buscar un calor barato resulta demasiado cara, incluso para un país como el nuestro, donde el el frio destapa la cruel realidad de la tan mal disimulada pobreza. Ancianos, niños, gente que muere abrasada por no poder pagar el precio de un vatio con vocación de artículo de lujo cuando es una necesidad básica. Y sigue subiendo descaradamente… Hemos vuelto a los arriesgados braseros de posguerra, a las peligrosas estufas, ante la disyuntiva de pasar frio o pasar hambre, por pagar una electricidad prohibitiva con que templar lo crudo del invierno.


                Lo malo de hoy es que la televisión, más barata que la calefacción, nos cuenta cada día en sus noticiarios el número de bajas. Antes no nos enterábamos, pero hoy, sí. Y nos enteramos que en cientos de miles de hogares españoles no se enciende la calefacción porque no se puede hacer frente a un recibo que antes era asequible hasta para los pobres más pobres, y que hoy vá a más día a día. Sin embargo, a los consejeros de las eléctricas se les pagan cantidades insultantes e indecentes, y en muchos, muchísimos, demasiados casos, a expolíticos, a los que las empresas les devuelven favores cobrados en número de muertos por frio o por abrasamiento, en forma de abultada nómina por pasarse un rato al mes por allí. A veces en agradecimiento a su privatización, como un impagable negocio. Hasta a los seleccionadores nacionales de fútbol liban de tal deshonestidad. Vivimos en un país donde abusan de ti con el monopolio o te roban con la liberalización, sin paliativos medios.

                Los servicios de primera necesidad (la energía es uno de los principales) se trufan de impuestos, de canonjías y sobresueldos, de asesores chupasobres, de mamadores y colocaciones a la carta para hijosdalgo o yernosde… El delito sangrante de este sistema es que, a cambio, algunos muchos tengan que jugarse la vida un invierno para sobrevivir. Claro que para ese mismo sistema, esos muchos no son nadie. Usuarios, un código de barras, un número al que se le corta la luz llegado el caso de impago. No tienen cara, apenas si un nombre… Pero imagínense a personas tiritando de frio, a viejos bajo dos mantas, a críos intentando hacer sus deberes con ensabañonados dedos, a bebés con bronquitis cada vez más temprana…Son los que, en los meses más crudos del año, no tienen más remedio, porque lo necesitan, que hacerse clientes de las inhumanas compañías eléctricas. Aunque el pago de la factura se haga vaciando el frigorífic.

                La Dirección General de Tráfico se cuida muy mucho de calentarnos las orejas con las estadísticas de muertos en carretera. Y está muy bien que así lo haga, pues es necesario que nos despierten la prudencia en la conducción aún con la cantinela del chorro de víctimas. Pero no nos cantan la cuenta de los que la diñan por intentar calentarse en invierno. Nos enteramos puntualmente, cuando sucede cada una de las desgracias. También son accidentes, al fin y al cabo. Pero no nos cuentan las estadísticas de eso, porque la culpa ya no es de conductores imprudentes, si no de los administradores incompetentes… Y, claro, ya no es lo mismo. Eso no es igual. A callarse tocan, pues.

                Sin embargo, deberíamos fijarnos mucho. Y tenerlo muy en cuenta a la hora de cuando nos piden el voto, que vá a ser muy pronto por cierto. Lo que pasa es que ya no hará frío para entonces, y el goteo de muertes quedará olvidado en la distancia. Pero ante la urna estarán los fantasmas de ese pobre viejo, de esa abuela y su nieto, de ese impedido, de esa madre con su pequeño hijo… Ocurrió ayer mismo. No los condenemos al olvido. Las elecciones tardarán otra vez, pero el invierno volverá enseguida, y el frio de las cosas mal hechas también.


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