MUSULMANES

Por mi anterior de “cuidado, mucho ojo” recibí parabienes y paramales por igual, don Pascual… Naturalmente. Desde lo de la tragedia de París los ánimos están hipersensibilizados, y cualquier escrito sobre el tema se haya, por fuerza, un tanto polarizado. Es más… estoy seguro que, desde que escribo estas líneas hasta que se publiquen habrá muchas acciones y reacciones en Europa. Es como los terremotos, que luego vienen las réplicas. Sin embargo, precisamente porque el peligro real – y es lo que busca el yihadismo – es la polarización, creo que no debemos caer en esa trampa saducea, y hemos de analizar las cosas y los casos desde la distancia. Es difícil ser ecuánimes, es difícil ser justos, dado lo que hay, pero, al menos, hemos de intentarlo.

 
                Yo comprendo que nuestros vecinos musulmanes nos causan cierta reserva cuando los vemos con sus chadores y sus nikabs, apegados a unas tradiciones religiosas obsoletas y reaccionarias según nuestra actual visión de lo que creemos debe ser la religión. Y es cierto. Muy cierto. Pero no perdamos la perspectiva cercana de que hace poco más de 50 años nuestros clérigos iban ensotanados de riguroso negro, nuestras monjas con severísimas tocas y nuestras abuelas y madres veladas hasta el guiñote en nuestras mezquitas cristianas, desde cuyos púlpitos el imán, digo el cura, repartía las consignas e instrucciones de un conservador catolicismo.

                Soy el primero que me indigno cuando me entero de los contenidos ultrafachas de los imanes con respecto a la mujer y la familia, y de las barbaridades retrógradas que sueltan, y de su estrecha visión de la sociedad. Es muy cierto. Pero es la misma indignación que también siento cuando oigo al actual obispo de Alcalá largar sobre “las feministas demoníacas” (es literal), o del “lobby gay que ha infectado al PP” (igual de literal), y todo porque no se ha seguido a piés juntillas sus indicaciones sobre la ley del aborto. No le veo ninguna diferencia a unos y a otros, llegado el caso.

                Sí que reconozco, afortunadamente, que en una democracia las creencias religiosas no deben condicionar ni dictar a los gobiernos, que han de ser independientes de toda fé, y que en los países musulmanes, desgraciadamente, suele ser al contrario. Pero también en nuestra más reciente historia tuvimos 40 años de un nacionalcatolicismo rampante que nos impuso un franco ayatolah… y del que una gran parte de la población participaba, observaba, e incluso defendía con uñas y dientes tal especie de integrismo ideológico-religioso. Que no se nos olvide lo que tan recientemente fuimos. Es más, deberíamos tener la suficiente experiencia e inteligencia como para ayudarles a evolucionar. Nuestros emigrantes de ayer eran unos reaccionarios morales, no digamos sexuales, en Francia, Alemania, Suiza… tal y como nosotros vemos y juzgamos a nuestros inmigrantes de hoy.

                Esta es la línea en que nos la estamos jugando. Aquí existen unos pocos musulmanes progresistas, unos muchos musulmanes moderados, y otros pocos musulmanes ultrasesinos. Aún existe una cierta distancia entre su fundamentalismo y su fanatismo. La inmensa mayoría de esos clérigos musulmanes no predican la guerra santa ni les empujan a coger el kalashnikov para inmolarse matando infieles. Todo lo contrario. Aún con su visión retrógrada saben que islam significa paz, y así mismo lo predican. A mi corto entender, nosotros tenemos solo dos opciones: o los rechazamos de plano, o intentamos encontrarnos en lo que coincidimos. Si hacemos lo primero, los acercamos a los asesinos fanáticos. Si nos esforzamos en lo contrario, los alejamos de ellos. Nosotros mismos.


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