METÁFORAS

Discutían dos amigos sobre la fé… La fé es escuela, pasa de padres a hijos, de maestros a alumnos, de iglesia a fieles – decía uno de ellos – es contagiosa, transmisible y transmisora… No – alegaba el otro – la fé es personal e intransferible, no se transmite, si no que se encuentra. No se cuenta, si no que se experimenta. La fé no viene dada, si no buscada. Y no encuentra quien no busca en sí mismo, por sí  mismo y para sí mismo… 

                A estas alturas del camino, ninguna mula enseña a trotar a otra – argüía un tercero – y cada una lleva su propio paso aprendido, que cree el verdadero. Resulta ocioso querer convencer la una a la otra de cómo andar el camino, cuando todos los caminos son uno solo y llevan al mismo sitio. El paso de la mula lo aprende al nacer y lo desarrolla en su propio  camino según su carga, sus circunstancias y su entender. Todos nacemos bajos circunstancias que nos condicionan: lugar, época, familia, sociedad, economía, costumbres, moral, cultura… Luego, las condiciones nos las vamos forjando nosotros mismos, con el uso de nuestra autonomía y desarrollo del libre albedrío. Hay mulas que siguen la rodada de las de delante, sin cuestionar ni cuestionarse nada, y otras que exploran veredas, cañadas, atajos, aparentes nuevos caminos, igual que hay animales que necesitan comer mucho y otros comer poco. Unos piensan que porqué aventurarse en peligrosos riesgos de averiguar nada que no nos venga dado, y otros piensan que la fé se adquiere con la perspectiva, y para conseguir la perspectiva hay que salirse de lo trillado y examinar el camino desde todos los ángulos posibles. Unos dicen que la verdad está en lo poco que le han enseñado y otros en lo mucho que le han ocultado, y que para eso hay que explorar en lo posible y no quedarse en repetir el paso de la recua…

                Pero sea como fuera, el caso es que todos los caminos son el único camino, por la sencilla razón que solo existe un solo principio y un único final. Y, aunque los que caminan crean dirigirse a diferentes destinos, solo hay uno al que ir,  si bien que a través de distintas vías… -Ya… pero unos llegarán antes que otros, y… concluyó uno de ellos. –Pues no, lidia el tercero. -El tiempo nos lo inventamos y fabricamos nosotros mismos conforme lo vamos necesitando, pero ni para el camino, ni para el origen, ni para el destino, existe el tiempo, pues todos son y están a la vez. Nosotros creemos necesitarlo para transitarlo, para buscar y para encontrar lo que buscamos, y por eso lo tenemos, pero ellos no. El tiempo existe mientras dura la partida, pero para el juego del ajedrez, para el gran Ajedrez, no existe el tiempo, si no las fichas.

                Todos nacemos peones de ese mismo Ajedrez. Todos condicionados, todos limitados, todos sujetos a un tablero que es el camino que andamos y que nos facilita el tiempo que necesitamos. Y jugamos la partida para librar la batalla contra nosotros mismos. Los peones tienen un movimiento corto, limitado, y desean ser caballos, que pueden saltar más allá de una sola casilla. Después… el caballo quiere ser torre, para poder desplazarse a mayores distancias. Luego, la torre ansía moverse como un álfil, y poder cubrir atajos desde donde tener mayor perspectiva de la jugada… Mas el álfil aspira alcanzar la perspectiva de la reina, y la del rey del tablero…

                Pero no todos llegan a caballo, o a torre, o a álfil… Muchos acaban la partida como la empezaron, de peones. – ¿Me estás diciendo que soy un peón y tú un álfil?.. – No, estoy diciendo que todos somos piezas. Solo piezas. Todas importantes, pero piezas todas ellas del Ajedrez. Una vez “muerto” el peón, la torre o el álfil, son todas iguales, solo que han adquirido el conocimiento del gran juego. Y son piezas importantes que, de faltar, el tal juego no podría existir, el Ajedrez estaría incompleto… - ¿Y cuando acaba el juego..?, tercia el primero. -Cuando termina el juego, todas las piezas del Ajedrez vuelven al mismo sitio y lugar de donde salieron para jugar la partida: a la Caja.

-¡Leches..!. – Pues sí, le corta el tercero, - la caja lo contiene todo. Y fijaos que la caja no valora las piezas que contiene por separado, ni por sí mismas tampoco. Incluso parece ignorarlas. Para la caja, el valor es el todo, el conjunto, el juego completo con que jugar la partida. La caja es el continente que dá el auténtico valor al contenido… Estar en la caja, o estar en casa, es lo mismo…

-Espera, espera… ¿quieres decir que, una vez en la caja, todo encaja?..

- Sastamente…

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