YO

 

(de Psicoterapeutas)

En todo el tiempo que llevo escribiendo, y son ya muchos años, quizá demasiados, jamás he puesto a ningún artículo un título tan corto: YO… Pero no se confundan ustedes, no quiero hablar de mí, sino de ese Yo que todos somos y tenemos. Esta vez tampoco deseo tratar del Ego, como en otras ocasiones, pues forma parte de cada Yo, pero en una entidad aparte… Quiero referirme al Yo que todos y cada uno de nosotros encarnamos, y que nos hace distinguirnos del resto, de la totalidad de los demás. Creo que, con esta leve introducción, ya deben saber a “lo” que me refiero.

Desde luego, no es una entidad (como el ego), sino una identidad. Léxicamente significa “identificación-identificador”, pero yo prefiero llamarlo el autoidentificador, y perdonen mi osadía… Es al bíblico “Yo soy El que soy”, como se identificó a sí mismo el Logos a Moisés… Les digo más, una vez ya puestos: en esa frase se introduce el término “Él”, y no el término “lo”, que hubiera dicho “yo soy lo que soy”. Eso no es una gratuidad del lenguaje… Es solo que “Él” es el prefijo de Dios para los antiguos hebreos, adoptado de sus tribus de Canaán.

Ahora, preguntémonos, si lo creen conveniente, ¿qué es lo que hace que cada uno de nosotros se sienta Yo?.. ¿o que cada cual se sienta Él?.. Y lo más comprometido de todo: ¿soy el mismo Yo que cuando tenía diez, veinte, cuarenta, sesenta o setenta y siete años?.. Muchos, tras pensárselo, contestarán que no, que somos otros “yoes” distintos y distantes… La realidad es que distantes, sí, pero distintos, no. Lo que es diferente es el portador físico del Yo, la carcasa, el cuerpo que nos lleva y nos trae; ese cambia de células constantemente, pero nuestra identidad no es celular, no es portadora de genética alguna.

…Y, sin embargo, somos protagonistas de nosotros mismos, y coprotagonistas de nuestra realidad compartida junto al resto de los demás. De ahí que el Yo que nos habita es el mismo que nos vino del principio (de hecho, yo creo que es eterno), lo que pasa es que las experiencias y conocimientos adquiridos (yo también diría “redescubiertas”), nos condiciona en buena parte, y eso, quizás, se deba a que seguimos confundiendo vida con existencia… A ver si tuviera la suerte de saber explicarme: la vida es física, la existencia es espiritual; son las bodas de la genética con la consciencia, y aquí aparece el Yo individual; es la alquimia de lo material con lo anímico, y ambos en comunión con la energía universal cósmica, que es netamente inteligente.

En esto también creía Einstein, y yo, con perdón y por supuesto, también creo en Einstein (y en su santa esposa), al igual que en otros… Rosa Montero, en uno de sus magistrales artículos dominicales, decía que “Yo” es una palabra de solo dos letras, pero su contenido abarca lo monumental. ¡Qué inmensa relevancia le damos al Yo, cuánto nos preocupamos por nosotros mismos. Y cuánto nos queremos!.. Cierto, pero ¿no será que estamos regalando al Ego en vez de al Yo?.. No es una pregunta ociosa, ni tampoco retórica, es que una cosa es ser lo que soy, y otra muy distinta es ser el que soy, como nos desveló aquella jodida zarza del principio de la película.

Perdónenme si quieren, y si no, no lo hagan, pero somos muy aficionados a montarnos procesiones con becerros de oro incorporados, disfrazados de carnavalismo religioso, que, en realidad, no dejan de ser un trasunto de adoración a nosotros mismos… Resulta patéticamente incongruente que lo disfracemos de trascendentalidad, pero no seamos capaces de transcender esa idolatría, que no es mas que simple egolatría. Y ahí es, concretamente, donde tenemos uno de los principales coágulos existenciales; uno de los mayores frenos para nuestra evolución.

La verdad es que se ha ocultado de la mejor forma: exponiéndolas y falseándolas. Es el compendio de la frase “buscad dentro de vosotros, y no en templo alguno, y encontraréis”.. Yo le intercalo una palabrica más, con permiso: …y OS encontraréis. Ese, y no otro, es el Yo perdido y no hallado en templo alguno, por eso mismo, porque no necesita parafernalia alguna, ni de ritos ni de mitos, ni de dogmas ni de tradiciones.. Jesús lo identificó como El Padre, como Abba en plan cercano y familiar, doméstico. Y es que es precisamente eso mismo: el padre y origen de todo, y cuando digo todo, es también en todo “Yo” suelto y esturreado por estos y otros mundos.

Y es también que, después de todo ese todo, ese dichoso YO no es nuestro en propiedad. Es prestado a la vez que heredado… o mejor dicho: mientras lo heredamos. “Conócete a ti mismo” se grabó en el frontispicio de Delfos, en la más arcana antigüedad… El Yo forma parte del Todo exactamente igual que forma parte del YO original. Ese Yo es una partícula (que viene de parte) de Dios, del Logos, como a mí me gusta llamarlo; del Padre, o como ustedes prefieran conocerlo… Es tan sencillo y elemental que si no lo entendemos es porque nos asusta entenderlo; y también porque no quieren que lo entendamos, y nosotros les hacemos caso como los tristes bobos que somos.

Porque…” It ist the question”, amigos y hermanos, Yo y El es, somos, lo mismo; el primero restringido, y el segundo expandido, pero el uno como el resultado del otro… Intento con otro símil, please: Dios, o el Logos, vive en él, pero a través nuestro, que somos su creación, a fin y a la postre. Somos, en realidad, el final de su principio, como Él es el principio de nuestro final…

Ya… lo sé, a otros por bastante menos les ponían el capirote y los exponían en el humilladero antes de mandarlos a la hoguera. Soy afortunado pues, ya que hoy, de momento al menos, tan solo me insultan, cosa que no me afecta, por cierto; y espero y confío que para cuando me prohíban y secuestren mis locuras y calenturas– todo llegará, dado lo que hay – ya me haya marchado por lo mío… Tengo las maletas hechas.

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com

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