SUPRACONSCIENCIA

 

La famosa frase atribuida a Sócrates de “solo sé que no sé nada”, puede ser válida, si bien que hasta cierto punto. Y el punto es mientras nos mantengamos en el nivel consciente, que es el más inconsciente de los niveles… Y lo digo porque, si nos ponemos a pensar (otra cosa sería meditar) conscientemente podríamos decir, a fuer de ser sinceros, que nada más somos recuerdos de nosotros mismos. Tan solo hágase la preguntica de quién es usted, y le saldrá cuánto recuerda de sí mismo. Nada más: quién es, lo que ha hecho, lo que no, hasta donde haya llegado, cuánto ha manifestado a su alrededor y cuánto ha registrado de ello en su conciencia, esto es, la síntesis de lo que recuerda de sí mismo con relación a los demás.

Sin embargo, otra cosa muy distinta sería el preguntar por LO que somos, en vez de por quiénes somos. Ese es un concepto que transciende a ese mismo quién, y es ahí donde ya solo conjeturamos…Y hablo por mí, naturalmente, no por nadie. Es a lo que el doctor Sans Segarra, entre otros, llama la Supraconsciencia, esto es, literalmente hablando, “más allá de la conciencia”, o sea: superar el Quién soy, por Lo que soy, o Qué soy. Esto ya es castaña de otro castaño, amigos míos… Él, que lo ha experimentado, habla de sentirse parte del todo, de ser uno con todo cuánto nos rodea, de convertirse en parte de la naturaleza, del universo; de fusionarse con todo lo que nos rodea; de sentirse puro cosmos.

Naturalmente, eso es un sentimiento, o una sensación, holística, de experimentar en uno mismo la plenitud de la pangenia universal… Nada que ver con “reconocerse” en este uno mismo como un individuo con su propia historia personal a cuestas. Ambos conceptos, sentidos, son tan distintos y distantes como una piedra en el camino y un camino hecho de piedra; como la gota del mar se reconoce a sí misma como tal, pero no se siente como ese mar, o como el océano del que forma parte.

Él mismo reconoce que lo ha experimentado, si bien que en contadas ocasiones, en muy ciertas y concretas ocasiones… Si he de ser sincero con ustedes y conmigo mismo, yo no he tenido esa suerte; no he podido o no he sabido experimentarlo. Cero patatero. Nada de nada. Esto es: creo en lo que no he vivido. Pura fe ciega en uno que dice negar la fe, o al menos, cierta fe. Pura contradicción si así lo quieren ver… En mí funciona la intuición más que la sensación; la creencia en la coherencia; más en el sentido lógico que en mi propio sentido; en la teoría que en la práctica. Por frustrante que sea, que lo es, he de reconocer mi propia y personal limitación en conseguir experimentar lo que tanto me esfuerzo en esturrear.

Por eso que la socrática frase encaja en mí como un traje-sastre: solo sé que nada sé de lo que tanto comparto (si lo del saber se entiende por conocer, claro)… Me consuela que el propio sabio, filósofo y pensador griego, reconozca en sí mismo idéntica dificultad; y me reconforta que otros investigadores, como el propio Sans Segarra y muchos otros más, puedan ratificar con hechos lo que en mí son ideas. Confío que sepan captar lo que quiero decir.

Así pues, creo y quiero suponer que la imaginación me guíe a lo que puede ser la supraconsciencia, comparada con el leve y frágil hábito de la conciencia, ya ni siquiera me refiero a la consciencia… En mi pobre parecer, ya que nombro a la consciencia y la hago por separada de la conciencia, lo aplico a mi propio y personal ejemplo, ya una vez puestos, y si ustedes así me lo permiten. Esto es: mi conciencia es mi yo mismo, lo que conozco de mí y sus porqués; y mi consciencia sería lo que sé por esa fe, o intuición, o conocimiento adquirido, por lógica o por ilógica, o por patológica; por puro razonamiento, pero aún por experimentar… Lo de la supraconsciencia en mí está por venir cuando tenga que llegar.

Y pienso que esto es aplicable a todo ser humano en período de evolución en este puñetero mundo. A todos y cada uno de nosotros nos llega y nos toca. Al que me lee y al que no me lee. A usted y a su vecino, y a su “cuñao”, como al de “al lao”. A todos. Nadie escapa a este proceso Es posible que la supraconsciencia la atisbe uno tras su muerte física (o, al menos, así lo espero por la parte que me toca), o que será en eones de tiempo, no lo sé, pero que existe, y existe por nosotros y para nosotros, pues no es otra cosa que el cierre del círculo, el retorno a la casilla del principio, si bien que con más sabiduría a cuestas; el regreso al paraíso perdido de dónde un día salimos.

Aquí, cada cual, claro, puede revestirlo de cuánto tul de santo y pluma de ángel quiera y le haya imbuido la religión de guardia a la que aún esté suscrito. No diré yo que no necesite lo que cree necesitar. Mientras lo crea es porque así lo necesita, esto es un hecho irreversible… pero no deja de ser una parihuela, un andador, unas muletas, unos bastones, limitados y, a veces, limitadores ellos mismos, que entorpecen la andadura a la que al principio ayudaron de alguna forma y manera. El camino no lo andan ellos, sino tus piernas.

Las iglesias no son otra cosa que primarios y escasos silabarios para enseñarnos a mejor aprender unas letras que leer… Pero hemos de aprender a leer por nosotros mismos para así saber interpretar y que no nos interpreten… “La verdad os hará libres”, nos dijo el Cristo que vino a liberar, precisamente, y no a encadenar con normas, hormas y dogmas; con ritos y mitos… “Buscad el conocimiento, que está dentro de vosotros, y no fuera de vosotros”, dijo y repitió hasta la saciedad… “Buscad y lo hallaréis”, no se cansó de repetirnos aunque nosotros nos hayamos cansado de oírlo.

        Miguel Galindo Sánchez / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com

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