LA ¿SANTA? CENA.

Desde el famoso libro de Dan Brown sobre El Código da Vinci, el cuadro de la Santa Cena, que durante decenas de años colgó, como una especie de obligado amuleto, en los comedores de nuestros padres y abuelos, hasta la fecha actual, el sentido de la misma, e incluso lo misterioso que la obra suscitó en su día, ya reposa en la ignorancia del olvido (no es lo mismo olvidar que ignorar, pero ambas cosas forman parte de la incultura)… Durante toda la dictadura fasciscatólica de Franco, aquél hogar que no tenía tan sagrado cuadro, era mirado con el recelo con que se mira al diablo. Como yo viví toda mi niñez y mocedad en una casatienda – más de lo segundo que de lo primero – mi familia no tuvo el porqué, tampoco el dónde; pero en cualquier vivienda “como Dios manda”, no se tenía excusa posible.
Sin embargo, nada más irreal a la posible realidad… Lo primero que llamaba la atención era la postura antinatural de los de aquel cenáculo. ¿Alguien ha visto nunca una mesa redonda, cuadrada o rectangular, en que los comensales no se situaran alrededor de la misma?.. Nunca. Jamás. De ningún modo se ponen todos en un mismo lado de la mesa, como posando frente a un fotógrafo que inmortalizara la escena de ninguna cena. Y menos, entonces, que no existía ni flash ni magnesio, ni trípode alguno… Incluso al maestro Leonardo aún le faltaban 1.500 años para nacer y plantarse, pinceles en mano, frente a aquél tan “puesto” conciliábulo.
Es más, aparte lo postizo de la postura, el maestro da Vinci, que inmortalizó el momento, no en un cuadro, sino en una pared del Convento dominico de Santa María della Grazie, como encargo para su refectorio, y a expensas del Dux de Milán, Ludovico el Moro (la Iglesia jamás ha pagado nada que no le haya sido costeado), realizó la obra maestra de su fresco de la forma y manera más natural, normal y antireligiosodogmática, tal y como pudo llegar a ser… Naturalmente, este original no tiene nada que ver con las cientos de miles de reproducciones posteriores, reinterpretadas por la ortodoxia católica, donde ponen auras a Jesús y a sus apóstoles, con su cáliz, y todo el paralaje añadido por la interpretación vaticana a cascoporro
Nada que ver. El cuadro original del maestro toscano, está desprovisto de toda añadidura mística que, en aquella época, no pudo existir de ninguna forma ni manera (el cristianismo aún estaba por inventar, y más aún, el catolicismo), y que obedecía más a la satisfacción judía de su tradicional Cordero Pascual, en que se trataban asuntos familiares, de negocios y de vecindad; y que la cosa les venía del mismo punto mosaico que a nuestros vecinos islámicos les viene la suya de la Fiesta del Cordero… Ni más ni menos que desde Abraham, donde todos eran uno y lo mismo.
La cuestión es que Da Vinci no fue un artista que se vendía al mejor postor sin defender su propio criterio personal… Había que comer, claro, y los encargos venían a través de la omnipotente y omniabarcante católica, pero él, que contaba con la protección del Dux, supo mantener su independencia interpretativa, incluso ante los mismísimos belfos de la propia Inquisición… Y como era muy ilustrado en saberes “ocultos” (hoy, no lo serían tanto), siempre intentó expresar en toda su obra ese meollo de conocimientos con que burlar a aquella frailuna sociedad de fanáticos y dogmáticos, si bien es un fundamentalismo que aún llega hasta nuestros días.
Así que en esa típica cena de la Pascua Judía tradicional, se ve a un Jesús como personaje central; una mesa pobre de viandas, sin copas ni cálices, ni consagraciones; ni nimbos en nadie ni ninguno… Por no haber en la mesa, no se ve ni una mala jarra de vino, e incluso parecen discutir acaloradamente entre ellos… Con un San Juan cuyo rostro y sus manos advierten ser claramente femeninas, y que guarda demasiado parecido con María Magdalena (se asemeja a la Gioconda, por cierto); con un Santiago el menor que es gemelo de Jesús; con un Iscariote que no parece acusar lo que se le viene encima; con un par de discípulos, levantados, excitados (Felipe y Bernabé)… Y, sin embargo, se aprecia a un Pedro, rabioso, vuelto hacia Jesús y con una daga en su mano derecha; prestando Leonardo su propia cara al personaje de Judas Tadeo, y poniendo la de Platón a la figura de Simón; e incluso éste, como Mateo, dando claramente la espalda al mismísimo Cristo.
Ni qué decir tiene que esta Santa Cena original está hecha como para no adecuarse en absoluto a ninguna lectura evangélica ni a ningún canon religioso, y parece querer transmitir algo fura de la interpretación dogmática prestada por la Iglesia. Ni están en la escena los elementos básicos de ninguna eucaristía, ni la aparente actitud de los llamados apóstoles están en consonancia con lo que “se nos ha vendido” de la misma.
Lo curioso de todo esto es que esa “actitud” encaja con los contenidos de los conocidos como “Evangelios Gnósticos”. Pero éstos fueron hallados en Nagg Hammadí en 1.945, esto es, cinco siglos antes del amigo Leonardo… Todo hace suponer – por pura lógica – que Da Vinci, que dominaba el griego, era conocedor de los contenidos de tales evangelios perseguidos y antiguamente ocultados; que era sabedor de tales conocimientos, que, si entonces osabas decirlos, ibas de cabeza a la hoguera como hereje de lesa humanidad; pero que los comunicó a través de sus obras maestras… El cuadro de la Virgen de las Rocas, que hoy se exhibe en El Louvre, es la segunda de las tres versiones a las que se obligó al propio maestro hacer para ocultar la primera, a cambio de salvar el pescuezo.
“La verdad os hará libres”, dijo ese mismo Jesús a esos mismos discípulos. Pero la verdad está escondida entre tantas mentiras, que a nadie le sale de gratis… Y se lo digo yo, que algo, aunque poco, sé de todo eso… Palabra.
Miguel Galindo Sánchez / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com
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