EL FENOMENO GREY

Hace algún tiempo, en una consulta médica creo que fue, cedí mi asiento a una dama que esperaba de pié. Me encaró seria, y antes de darme dignamente la espalda, me soltó por lo bajini un ¡machista! que me llegó hasta la vesícula. No sé si el desprecio que sintió por mi gesto fue un posado de feminismo yihaidista, o si es que se sintió realmente ofendida por mi osadía. Y creo que nunca llegaré a saberlo. Pero desde aquel día procuro hacer deferencia por motivos de senilidad y no diferencia por motivos de sexo. Desde que advertí que la galantería bien podía interpretarse como  insulto sexista, mi prioridad son “las arrugas y los niños primero”, dejando para las mujeres intacta la posibilidad de valerse por sí mismas como perfectos caballeros… Por si las moscas… Sobre todo cuando, en estos casos, hay más moscas que moscos.

                   Por eso, que ahora el fenómeno editorial Grey destape que esas mismas mujeres, sin límite de edad ni de nivel cultural ni de ningún otro nivel, tipo o condición, les “ponga” el sometimiento, la violencia controlada, el desprecio, el maltrato y la vulgar sumisión física y moral, pues, la verdad, me descoloca mogollón del mejillón, qué quieren que les diga… Nunca jamás se ha dado un contraste tan descabelladamente ilógico en una sociedad donde los principios feministas llegan a cotas a veces delirantes, por un lado, mientras por el otro, sus fantasías cada vez menos ocultas tiran por todo lo contrario. Se desea lo opuesto a lo que se pregona y exige.

                   Ya no puedo achacar a la subcultura o a la atrasada educación de aquella mujer que me confesaba en mi juzgado de paz, ante la duda en denunciar a su marido por infidelidad y abandono, “…es que ya no me quiere porque no me pega como antes me pegaba…”. No, ya no. Precisamente el grueso de ávidas lectoras Grey son de una capacidad intelectual, cultural, formacional y profesional muy superior a las que ni siquiera tienen el hábito – a veces ni la posibilidad – de leer un jodido libro. Estamos hablando de señoras mediana y altamente educadas y cultivadas las que confiesan sentirse excitadas con el método del palo y la zanahoria… Cuanto más ajadas, más mojadas.

                   Se alega que es violencia contenida, se habla de humillación consentida, de que no es lo mismo acordar que soportar. Pues puede ser, no sé… Igual el imán de Fuengirola, que enseñaba al hombre cómo pegar a su mujer sin dejar señales, equivocó el destinatario de sus consejos, y si llega a desarrollar un método dirigido a las féminas de cómo ser pegadas de forma placentera, se hubiera convertido en un best sellers y se hubiese hecho millonario, en vez de ser condenado como un vulgar delincuente instigador del maltrato machista.

                   La cuestión es que feminismo y femineidad es posible que anden caminos distintos, y puede que sean conceptos diferentes. El feminismo es una marca, la femineidad un sentimiento. El feminismo es una pose, la femineidad una condición. El feminismo es tremendamente previsible, la femineidad profundamente misteriosa. No se explica si no el (sangrante más que aparente) contrasentido del fenómeno Grey. La humillación y el sometimiento, por muy pactado que esté, no deja de ser una violencia voluntariamente aceptada por gusto. De ahí lo que parece que, cuando las mujeres asumen, encantadas de haberse conocido, el rol de misses, el papel de deseables objetos publicitarios, de muñecas sensuales o de vacíos jarrones decorativos, que rebajan su persona al estado de cosa, la femineidad se esponja y el feminismo se calla. Yo puedo entenderlo, pero no llego a comprenderlo. En modo alguno.

                   Quizá todo se deba a que la mujer encarna la complejidad y el hombre la simpleza. Y, claro, yo lo esté examinando hoy, en ésta mi columna habitual, desde mi propia y natural simpleza de varón. Puede ser. Se me ocurre también que, al fin y al cabo, los seres más violentos suelen ser los más simples, elementales, como los animales, y de ahí la posible explicación de la violencia de género. Tampoco lo sé…  Lo único que se me ocurre es que si, en vez de molestar a aquella dama ofreciéndole la silla, le hubiera arreado un sillazo, a lo mejor se hubiera sentido complacida, ¿no?..

Comentarios

Entradas populares de este blog

ANTONIO, EL CURA.

RESPONSABILIDADES

PATRIAS

ASÍ LO CREO YO...

HAZ LO QUE DEBAS

EL DOGMA POLÍTICO

¿CON QUÉ DERECHO..?