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TORRE-PACHECO, MURCIA, Spain
Escribidor, más que escritor, empresario, Juez de Paz de mi pueblo, colaborador de la fundación Entorno Slow, certificado por Global Reporting Initiative como técnico para sellos RSC - Responsabilidad Social Corporativa -, vicepresidente de COEC (Confederación Comarcal de Organizaciones Empresariales) y presidente local, tonto útil, etc...

martes, 29 de enero de 2013

MALDITOS

Somos un país que ama el dinero pero desprecia la cultura. No hablo de la inteligencia. Lo que pasa es que una inteligencia desprovista de cultura es terrible y temible, porque levanta su estatus a base de trampas y admira y aprende del que mejor sabe trampear. Un país que desprecia la formación y la cultura se enriquece rápido y se empobrece aún más rápido. Y siempre es el último en recuperarse de sus caídas. Carece de conocimiento y se refocila en su propia ignorancia. Se enorgullece de sentir con las tripas, y con eso oculta su incapacidad de pensar con la cabeza. Es el famoso orgullo hispano, pegado siempre a consignas, a etiquetas caducas, a modelos bastardos, a logros que no requieren esfuerzo mental…

                   Yo me desasné en una escuela de posguerra. Carencias, miserias y miedos. Pero con unos hombres y mujeres cuya dignidad personal y talla profesional eran gigantescas si establecemos comparaciones en el resultado de las cosechas humanas. En aquellas escuelas había cantidad de críos con capacidades sobradas para haber sido excelentes médicos, ingenieros, investigadores, científicos, profesores, escritores… condenados de antemano a ser braceros o aprendices de todo y de nada, por carecer de carnets y antecedentes azules. Qué sangrante desperdicio, si lo sumamos al más de medio millón de exiliados, capaces y formados, a los que aquella España negra y vengativa dio una patada en el culo y en el alma. ¡Qué pobreza material trajo aquella pobreza de espíritu..!

                   Luego, después, aquellas obligadas aprendidurías de oficios tapahambres, sirvieron para armar a tres millones de emigrantes que agarraron su maleta de cartón y tuvieron que irse, con el único patrimonio de sus manos vacías, a buscarse el pan fuera y mandar el mendrugo sobrante a los que aquí se quedaban… Francia, Alemania, Bélgica… se levantaban de su – posterior a la nuestra civil -  guerra mundial, con miles de españoles trabajando en sus talleres, sus fábricas y sus campos, mientras aquí aún nos lamíamos las heridas de la nuestra entre odios y represalias. ¡Cuán buenos obreros si hubieran tenido buen señor!.. como decían del Cid, que ganaba tierras para un rey que no lo merecía.

                   ¡Qué triste España… qué necia, atada a la ciega rueda de su historia en lo de renegar de sus hijos cuando más los necesita!.. Desde los Reyes Católicos, loados por lograr una dudosa unidad, pero cuidando de ocultar la profunda pobreza, miseria, incultura e ignorancia que, durante siglos, trajo la expulsión de los españoles judíos, hasta el incivil cainismo de nuestra historia contemporánea. Sin embargo es la historia real, la verdadera, la auténtica, la que no se cuenta porque no es triunfalista ni sirve a patrioteros caudillajes. Pero que son lecciones ciertas y no aprendidas.

                   Porque seguimos igual. O quizá incluso peor, pues mucho peor es lo de ahora. Que tras desprendernos del último sable invicto e inaugurar una época de luces y esperanzas, la hemos tirado por las alcantarillas de la economía del trepa, del aprovechado y del corrupto, de la ganancia tramposa, de la especulación y del cuento. Aunque para eso hayamos abusado, sin aprender nada de nuestra jodida historia pasada, del hambre y la necesidad de otros tantos millones de inmigrantes despojados también de la más mínima formación, y que venían a participar de nuestros despojos…

                   Total, para nada. Para que, ahora, nuestros hijos, nuestros jóvenes, a los que sí que esta vez hemos preparado bien a costa de los desgraciados de la posguerra y de los importados, tengan que sacar de nuestro armario aquella vieja maleta de cartón y volver a marcharse, otra vez, a los mismos lugares de los que un día regresamos. A rendir allí lo que aquí nos ha costado, y mucho... A producir fuera lo que hemos pagado dentro, y muy caro...

Españoles fuera de España, otra vez, fuera de este país, del que no sé muy bien si es que es maldito, o es que está maldito.

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