ANTONIO, EL CURA.
Querido Antonio… Cuando me enteré de tu partida, estaba solo. Y lloré. Lágrimas amargas primero. Serenas, después… Las primeras, por mí, las segundas, por ti, pero de inmediato recordé que tú desterrabas la tristeza, así que… Te has marchado como viniste a mi vida, y a la de muchos, de puntillas, sin hacer ruido, como pidiendo excusas por estar ahí. Te has ido como siempre has estado, perdonando a todo el mundo y pidiendo perdón por las molestias. Tú mismo, hasta el final. Pero quiero que estas letras te alcancen allá donde estés, y te sirvan de lo que te puedan servir, si es que nos sirven para algo. Que quizá me sirvan a mí más que a ti, puesto que tú ya sabes lo que te voy a decir… …Y es que has dejado una huella en mí que nunca, jamás, podría borrar aunque quisiera. Que tampoco quiero… Mira, tú me conoces, he pasado más de treinta años de mi vida prestando mis servicios desinteresados a diversos colectivos, pero como los catorce que estuve contigo, codo con cod
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