AQUÍ INFIERNO Y DESPUÉS GLORIA

 

Uno de mis últimos artículos, creo que fue el de “Estar o Ser”, en el que hablaba de Swedemborg, y “de su “Cielo e Infierno” un poco de refilón, aparte de que algún alguien pudo aprovecharse de mi posesión en duplicidad de su título, también hubo quién me rogó que tocara el tema del mismo… La verdad es que, creo recordar, lo he tratado varias veces en distintas ocasiones, por lo que me es de cierta familiaridad y cercanía. No me gustaría repetirme, así que igual les agradeceré que, si así fuera, me lo hicieran saber. A veces se tiene algo nuevo que aportar, y otras veces resulta más práctico mantener boca y tintero cerrados.

En realidad, la creencia general sobre tales conceptos está basada en supuestos erróneos. Al menos, en un par de ellos de fuerte implicación… Lo primero es que lo relacionamos directamente con el premio y el castigo; con la virtud y el pecado; con el mal y el bien. Y no es enteramente cierto. Con lo único que está relacionado es con la idea de Evolución, con mayúsculas, y con la experiencia, con minúsculas… Y el segundo error es que se conciben como lugares físicos; como sitios más o menos estáticos; de cierta consistencia. Pero, sobre todo, los vemos como un arriba y un abajo, tal que determinados estatus como muy localizados. Y tampoco esto es correcto.

Cuando la filosofía de una enseñanza muta en religión, se tiende a convertir lo que debe ser cuestión de principios en dogmas cerrados… Se empiezan a hacer las cosas, no por convencimientos, como debiera ser, sino por estricta obligación; no por amor, sino por temor; no por madurez, sino por conveniencia. Y eso es lo contrario a la evolución, puesto que no puede sentirse lo que no se comprende, ni al revés: comprender lo que no se siente… De ello nace un sentido de frustración, y, por ende, un sentimiento de culpa. De ahí sale la sensación religiosa de pecado, ergo se desarrolla la culpa y castigo a través de la expiación. Pero eso no es evolucionar en modo alguno, sino una fórmula de machacar sin razonar de manera interesadamente sistemática para no perder el control.

Lógicamente, tal sistema precisa de lugares adecuados y concretos de premio y castigo… El paraíso, la gloria, es fácil: tan solo existe como contraposición del lugar implícito de castigo y penalidad, así de sencillo. Lo opuesto a lo que está arriba – el Cielo – es lo que está abajo, esto es: el Infierno. Es una idea tan simplista como eficaz… Pero tampoco es así. La propia etimología de la palabra descubre la naturaleza de su significado, y es la palabra “inferior”. De su raíz latina “Ínferus” hemos construido “Inferno”, y de lo que significa en realidad inferior nos hemos inventado el infierno quedándonos tan panchos. Ya tenemos el inframundo, el submundo, el Erebo… El resto, es el cielo. Fácil.

Pero es todo parte de un único sistema evolutivo que gira en una infinita escala de niveles vibratorios, en una especie de rueda con infinidad de grados de conocimiento y comprensión… Si nos vamos a la más estricta elementalidad, podríamos asegurar que todo nivel inferior es Infierno con respecto a su superior; como igual al contrario, que todo nivel superior es Gloria con respecto a su inferior, y así sucesivamente en toda la escala evolutiva y de la creación hacia arriba y/o hacia abajo. Imagínense una inacabable espiral de energía centrífuga, actuante y pensante, extendiéndose desde el más recóndito átomo interno primordial a lo más basto y grosero exterior material… pero todo, absolutamente todo, dotado de su propio nivel de inteligencia y carga intelectual, y con capacidad de desarrollar su propia autoconciencia.

Si me han seguido hasta aquí, cosa que ignoro, es más que posible que formen un par de grupos: los que me llamen sacrílego, precisamente por eso, por descatequizar y desacralizar lo que siempre fue un muy organizado sistema de fina santería; y los que esto les suene a pura lección de física – con serias connotaciones quánticas – que nada tiene que ver con lo religioso ni con Historia Sagrada alguna… Evidentemente, lo repito una vez más, no es mi interés escandalizar a nadie, si bien pido el máximo respeto posible para los que no pensamos homologados al canon eclesial.

En verdad, en verdad os digo que no se mueve un solo cabello de vuestra cabeza sin que el Padre lo sepa”… La realidad estricta y puñetera es que la Ciencia descubre a Dios, y la Religión lo inventa. Y si tuviésemos un espíritu integrador, y no belicoso, convendríamos que lo que hacen es describirlo de una manera distinta, de una forma diferente, en algunos aspectos complementaria; pero que, en modo alguno, se excluyen la una a la otra por entero… A la ciencia le falta más ciencia, y a la religión le sobra prepotencia; a la primera le falta paciencia, y a la segunda conciencia. Y a ambas dos, un poco de humildad.

No hace falta el Cielo ni el Infierno para explicar a Dios, mucho menos a “su” justicia; ni tampoco los dogmas ni los misterios. Dios se va describiendo a sí mismo a través del conocimiento y el entendimiento de su propia creación en evolución; y la Iglesia procura dosificarlo y ocultarlo para mantener al máximo la ignorancia y la dependencia de la gente. Por eso calla mucho de lo que sabe y conoce más de lo que dice… La prudencia dicta economizar la sabiduría, eso es cierto, pero no aconseja secuestrarla. En modo alguno. Las poderosas instituciones curiales monopolizan la gran verdad convirtiéndola en una serie de pequeñas mentiras que vencen, pero que ya no convencen. El oscurantismo ilumina cada vez menos, y la luz se hace cada vez más libre por sí misma y en sí misma.

“El Reino de Dios nos viene con advertencia; no dirán helo aquí, o helo allí, porque, he aquí, el Reino de Dios está dentro de vosotros”. (Lucas,17:20-21).

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com

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